HERIDAS QUE ARDEN

El aire entre ellos se volvió espeso, cargado de emociones contenidas durante años. Miguel apartó la mirada, como si esquivar la intensidad en los ojos de Ori pudiera ayudarlo a controlar el torbellino que rugía en su interior. Pero ella no estaba dispuesta a retroceder.

—Di algo —exigió Ori en un susurro ahogado por la desesperación.

Miguel inspiró hondo, tratando de hallar las palabras correctas, pero ¿qué podía decir? ¿Qué la deseaba más de lo que había deseado a nadie? ¿Qué, en sus noches más solitarias, el pensamiento de ella lo atormentaba? No podía. No debía.

—¡Por el amor de Dios, no me jodas! —estalló, apartándose de ella con brusquedad.

Ori sintió que algo dentro de ella se resquebrajaba.

—Está bien. Sé honesto; dime que no te provoco absolutamente nada —retó, su voz temblando—. Hazlo y prometo que me alejaré para siempre.

Miguel apretó los puños. Si tan solo fuera tan sencillo…

El silencio se alargó entre ellos hasta que, con un suspiro cargado de resignación, Miguel se pas
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