Minutos después, mientras Ernesto aguardaba en el aeropuerto, perdido entre los anuncios de vuelos y los rostros de los viajeros apresurados, Gabriela cruzaba las puertas del bufete del padre de Erica. En su mente resonaba la posibilidad de un nuevo comienzo, uno que iluminara su futuro con promesas de estabilidad y éxito.
En el despacho, William Brown la recibió con una sonrisa profesional.
—Mucho gusto, soy William Brown. Mi amigo me comentó que buscas una visa de trabajo. Dime, ¿cuentas con experiencia laboral?
Gabriela ajustó su postura y respondió con seguridad.
—Aquí no he trabajado, pero en mi país fui secretaria en la oficina de un abogado mientras estudiaba. Ayudaba con cartas legales, peticiones de derecho, organizaba su agenda y realizaba otras tareas administrativas.
William asintió, evaluando sus palabras.
—Comprendo. ¿Puedo ver tu pasaporte?
Ella le entregó el documento, y él lo examinó detenidamente antes de hablar.
—Es nuevo y veo que este es tu primer viaje. Debes saber que las visas a veces son rechazadas, pero prometo que haremos lo posible para que no sea tu caso. Llevas cuatro meses aquí y no tienes reportes negativos; eso juega a tu favor. Primero pediremos una recomendación de Benjamín sobre ti, luego seguiremos los procedimientos necesarios. ¿Alguna duda?
Gabriela titubeó un momento.
—¿Cuánto es su tarifa?
William sonrió con amabilidad.
—No te preocupes, todo está saldado. Nuestra prioridad es conseguirte un permiso especial para que puedas trabajar y generar referencias positivas. Por ahora, ya puedes retirarte. Nos mantendremos en contacto.
Gabriela salió de la oficina con una gran sonrisa en los labios. La alegría brillaba en sus ojos, tanto que no notó la figura de Rodrigo Allem hasta que chocó con él.
—¡Mil disculpas! No lo vi… —comenzó a decir mientras intentaba recuperar el equilibrio.
Rodrigo la miró, sorprendido por su presencia y cautivado por su belleza.
—No te preocupes. Yo… —sus palabras se desvanecieron cuando sus ojos se encontraron con los de ella—. A una reina como tú, le perdono todo. ¿Eres nueva por aquí? No te había visto.
Gabriela recobró la compostura y, con un tono firme, respondió:
—Estoy aquí por asuntos personales. Nuevamente, me disculpo, pero tengo prisa.
—Claro. Pero debes saber que acabas de alegrar mi mañana —dijo Rodrigo con una sonrisa deslumbrante.
Sin prestar mayor atención, Gabriela lo miró con frialdad y se marchó hacia donde la esperaba Erica.
—¿Quién era el galán con el que hablabas? —preguntó Erica, con una risa juguetona.
Gabriela suspiró y negó con la cabeza.
—No cambias. No tengo tiempo para distracciones. Estoy concentrada en mi nueva versión.
—¡Perdón, señora Gabriela! —bromeó Erica—. Entendido. Estás de luto por tu ruptura.
—Llámalo como quieras. Tengo una meta clara, y nada ni nadie me distraerá.
—Como digas. No te enojes. Mejor vamos de compras. Te compraré lo que quieras.
Gabriela sonrió, aliviada por el cambio de tema.
—Escogeré lo más costoso.
Ambas amigas se marcharon del edificio, riendo entre sus planes de compras, sin notar que, desde la distancia, Rodrigo las observaba. La mirada fija y los labios apretados del joven eran indicios claros de su obsesión. Acostumbrado a obtener todo lo que deseaba, sabía una cosa: ella no sería la excepción.
Rodrigo cerró los puños mientras las veía desaparecer en la multitud. Sin perder tiempo, caminó con pasos firmes hacia el despacho de su padre. Abrió la puerta de golpe, sin siquiera tocar.
—¡Necesito que consigas información sobre una mujer! —ordenó con severidad, ignorando por completo el saludo de Lucas.
El hombre, acostumbrado a las demandas impulsivas de su hijo, soltó una risa seca.
—¿Y qué tal un “hola, papá”? Estoy bien, gracias por preguntar.
Rodrigo golpeó la mesa con el puño.
—¡Deja de bromear! ¿Me ayudarás o no?
Lucas lo observó con una ceja arqueada, disfrutando del descontrol evidente en el rostro de su hijo.
—¿Quién es esta nueva obsesión tuya?
—No sé su nombre —respondió Rodrigo con impaciencia—. Pero estuvo en el despacho de William. Ve y habla con él, él sabrá quién es.
Lucas suspiró, resignado. Desde pequeño, Rodrigo había sido un joven impulsivo y caprichoso, producto de una crianza sin límites claros. Pero esta vez, algo en la mirada de su hijo le inquietó.
—¿Qué planeas hacer con ella, Rodrigo?
—Lo que sea necesario —respondió, con una sonrisa peligrosa.
***
Horas después, Gabriela y Erica recorrían los pasillos de un centro comercial, pero Gabriela no podía dejar de pensar en Rodrigo. Había algo en su mirada que la incomodaba profundamente, aunque no podía negar cierta curiosidad que intentaba ignorar.
—¡Tierra llamando a Gabriela! —bromeó Erica, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Qué? No, no estaba pensando en nada —mintió Gabriela, acompañando sus palabras con una sonrisa forzada.
La tarde pasó entre risas y compras hasta que, finalmente, decidieron coronar el día en el exclusivo club nocturno Vivid Cabaret. Gabriela eligió un vestido nude ceñido, cubierto de lentejuelas que brillaban como estrellas bajo la luz. Sus hombros estaban adornados con delicadas cadenas de perlas, y su cabello suelto enmarcaba su rostro impecable, y sus labios adornados por el rojo carmesí, se llevaban todas las miradas.
—¡Eres una diosa! —exclamó Erica, aplaudiendo su obra maestra.
—Siempre lo he sido, solo necesitaba un poco de brillo extra —bromeó Gabriela, guiñándole un ojo.
La noche comenzó con risas y tragos en la barra, pero el ambiente cambió cuando un hombre tambaleante se acercó a Gabriela.
—¡Oye, belleza! Te he estado observando desde hace rato. ¿Me dejas acompañarte?
—No, gracias —respondió Gabriela, con frialdad.
—Vamos, no te hagas la difícil. Desde hace rato te pavoneas como si fueses una perra en celo —dijo el hombre, tomándola bruscamente del brazo.
Erica no lo dudó. La bofetada resonó en el aire.
—¡Suéltala, imbécil! No necesitamos a alguien como tú.
El hombre, furioso, se tambaleó, pero rápidamente intentó devolver el golpe. En ese instante, una mano firme lo detuvo. Rodrigo.
—Creo que te estás excediendo —dijo con voz grave, sosteniéndolo del brazo con fuerza—. Si no eres deseado, ¿qué haces molestando?
—¿Y quién diablos eres tú? ¿El dueño de alguna de ellas? —espetó el hombre.
Rodrigo lo miró con desprecio.
—Llámame tu peor pesadilla si no desapareces ahora mismo.
El hombre, intimidado por la presencia dominante de Rodrigo, optó por irse refunfuñando insultos.
Gabriela lo miró, sorprendida.
—¿Qué hace usted aquí? ¿Me está persiguiendo solo porque lo choqué esta mañana?
Rodrigo no respondió de inmediato. Sus ojos, cargados de intensidad, se clavaron en los de ella.
—Cariño —sonrió—. Yo no persigo a nadie, estoy aquí divirtiéndome con mis amigos. Iba para el baño, vi la escena y pensaba ignorar, pero al reconocerte, tenía que asegurarme de que nadie te moleste.
Gabriela sintió una mezcla de incomodidad. La manera en que Rodrigo la miraba era abrumadora, como si ella fuera un desafío que no podía dejar pasar.
—No necesito que me proteja —dijo, con el ceño fruncido, intentando recuperar el control de la situación.
Rodrigo esbozó una sonrisa torcida.
—Tal vez no lo necesites, pero no puedo permitir que mi futura novia salga dañada.
—Vaya, te tienes mucha confianza.
—Tengo razones de sobra para eso; mírame, soy lo que toda mujer desea.
—Eres un egocéntrico y un…
Antes de que Gabriela pudiera seguir, Erica se interpuso entre ellos.
—Gracias por intervenir, pero creo que es hora de que nos despidamos.
Rodrigo no dijo más, pero su mirada se quedó en Gabriela mientras las dos amigas se alejaban.
***
Ya en casa, con el ambiente más tranquilo, Erica no pudo dejar de preocuparse por lo que había sucedido. Decidió hablar con Gabriela, y su tono era serio, casi grave.
—Gabi, necesito que me respondas con honestidad, ¿te atrae Rodrigo? ¿Lo encuentras interesante?
Gabriela la miró sorprendida, la pregunta le parecía extraña.
—¿Cómo sabes su nombre? —preguntó, confundida.
Erica la observó fijamente, como si estuviera a punto de desvelar algo importante.
—Hoy por la mañana no lo reconocí, porque estaba de espaldas. Pero ese tipo es Rodrigo Allem, hijo de Luca Allem, uno de los socios de mi papá. Y déjame decirte algo, ese hombre es un desastre. No es más que un… —Erica vaciló un momento, buscando las palabras correctas—. Un idiota. Está acostumbrado a manipular a las mujeres, se mete con cualquiera, pero cuando ya satisface sus… necesidades, las desecha como si no fueran nada. Hace tiempo estuvo involucrado en un escándalo tremendo, pero su papá se encargó de que la policía no investigara nada.
Gabriela frunció el ceño, sin comprender del todo lo que Erica le estaba diciendo.
—¿Qué sucedió? —preguntó, empezando a sentirse inquieta.
Erica respiró hondo, sabiendo lo que tenía que contarle, pero sin dejar de temer por las consecuencias.
—Mandó a una de sus novias a urgencias. La golpiza fue tan brutal que la chica tuvo que someterse a varias cirugías reconstructivas. —ella la miró con intensidad—. Gabi, este tipo no es alguien con quien quieras involucrarte.
Gabriela, aunque sorprendida, se mantuvo firme.
—No te preocupes, nunca caeré en sus redes. No soy tan tonta.
Lo que Gabriela aún no sabía era que ese encuentro era solo el comienzo de algo mucho más oscuro. El destino tiene maneras retorcidas de entrelazar las vidas, y cuando un narcisista entra en tu vida, es casi imposible salir ileso. Gabriela no tenía idea de lo que le esperaba, ni de la tormenta que acababa de desatarse.
¿Es posible amar por segunda vez? El amor es un enigma sin reglas ni medidas, un regalo que se manifiesta de maneras inesperadas. Puede sanar, construir o desgarrar. Gabriela lo sabía bien, y su historia comenzó en un lugar de promesas y esperanzas… hasta que se convirtió en algo mucho más oscuro.Año 2013.La iglesia estaba transformada en un verdadero santuario de amor y esperanza. Los altos techos abovedados resonaban con una serena majestuosidad, mientras la luz natural se filtraba a través de los vitrales multicolores, llenando el espacio con un caleidoscopio de tonos suaves: azules, celestes, verdes, esmeralda y dorados cálidos.Las puertas principales, de madera tallada con motivos florales, estaban adornadas con guirnaldas de eucalipto fresco y rosas blancas. Un pasillo largo y majestuoso conducía directamente al altar. El suelo estaba cubierto con un tapiz blanco de tela suave, sobre el cual pequeños pétalos de rosa roja habían sido esparcidos con precisión, como si el camino
—¡¿A dónde crees que vas?!La voz de Rodrigo retumbó como un trueno antes de que Gabriela sintiera el tirón en su cabello. El dolor la hizo tambalearse, pero lo que más la paralizó fueron las siguientes palabras:—Te lo dejé claro esta mañana. De aquí no sales viva. No voy a ser abandonado… y menos por un gusano como tú.Gabriela quedó congelada, su mente en blanco, como si el mundo se hubiese detenido. Pero no, el mundo seguía girando, solo que ahora parecía estar aplastándola. Un torbellino de pensamientos la asaltó: «Mis hijos. Si hago algo mal, está será una gran tragedia. Todos terminaremos muertos».Consciente de que cualquier paso en falso podría desencadenar una tragedia, tomó aire y optó por la única estrategia que tenía a mano: la sumisión.—Suéltame —suplicó, con un hilo de voz que apenas disimulaba el pánico—. Solo quiero ir al jardín. Ori está inquieta, necesita calmarse.Esperaba que usar el nombre de su hija pequeña ablandara, aunque fuera un poco, la coraza de Rodrigo.
Tres semanas después.Gabriela abrió los ojos con dificultad, sus párpados pesados, como si el peso de los días inconscientes la mantuviera atada a un abismo. La habitación blanca del hospital parecía una jaula fría y estéril. Su mirada, aún desenfocada, encontró la figura de Erica, su mejor amiga, quien sostenía su mano con fuerza.—Estás a salvo, Gabi. Estoy aquí contigo —murmuró Erica, su voz suave y llena de ternura. Pero aquellas palabras no alcanzaban el vacío oscuro que comenzaba a devorar el pecho de Gabriela.De repente, un recuerdo agudo y cruel atravesó su mente como un rayo: el rostro de su esposo, distorsionado por la ira, la violencia implacable, el dolor. Intentó moverse, pero el peso de la angustia la dejó clavada a la cama.—Mis bebés… ¡¿Dónde están mis hijos?! —preguntó, sintiendo el peso de la realidad.Erica apartó la mirada, su silencio hablaba más fuerte que cualquier explicación.—Ori está bajo mi cuidado —dijo al fin, casi en un susurro—. Está con tu madre y tu
El sonido de las gotas de lluvia que caía incesantemente sobre el techo despertó a Gabriela de un sueño intranquilo. Una sensación extraña recorría su cuerpo, una zozobra que se apoderaba de ella sin piedad. De repente, el sonido estridente de su celular rompió el silencio, haciendo que su corazón se acelerara.—¡Hola! ¿Quién es? —preguntó, con voz temerosa.—Iré por ti, no creas que te he olvidado. ¡Las perras como tú no pueden vivir sin su dueño! —La risa maquiavélica de Rodrigo resonó en su oído, colapsando su mundo en un instante.El celular se deslizó de sus manos temblorosas y cayó al suelo con un ruido sordo. Gabriela corrió al cuarto de Ori, donde dormían su madre y su hija.—¡Está aquí! —exclamó, tomando a su hija en brazos—. ¡Ya sabe dónde estoy! Tenemos que irnos.—Calma, mi vida. ¿Qué es lo que sucede? —preguntó su madre, aún adormilada.—Les digo que tenemos que marcharnos, no hay tiempo que perder —insistió Gabriela, con la voz desesperada.Rosalía y Clara la observaban c
Tirada en el suelo, con Rodrigo encima de ella, Gabriela solo veía oscuridad.—Mira, siempre has sido una cuchara rastrera, una pobre diabla a la que ni siquiera su padre amó —espetó Rodrigo, escupiendo en su rostro. Aunque cada palabra desgarraba el corazón de Gabriela, ella se mostró fuerte.—Sí, insúltame todo lo que quieras. Esa es la única forma en la que te puedes sentir un hombre de verdad. ¿Alguna vez te has mirado en el espejo? No le das la talla a ninguno de los hombres que están ahí afuera, y menos si hablamos de él —dijo, golpeando con su rodilla la entrepierna de Rodrigo—. Es tan pequeño, que solo hace sentir cosquillas.—¡Perra! —le volvió a escupir el rostro—. ¡Deja que te abra las piernas! Y así sentirás lo que hace reír.Como una fiera, Rodrigo rasgó su blusa y bajó sus pantalones. Justo cuando estaba a punto de penetrarla, se oyó el estruendo de un disparo que atravesó su hombro derecho.—¿Señorita, se encuentra bien? —preguntó el hombre, extendiendo su mano.Gabriela
La justicia, como una balanza caprichosa, a veces no se inclina a favor de quien clama por ella. Sin embargo, la vida siempre encuentra la manera de apaciguar el corazón de los atormentados.El momento decisivo había llegado. Verónica y Julián trabajaron de forma incansable, armando todo un rompecabezas, para lograr la victoria.El juicio avanzaba en medio de tensiones que sofocaban.—¿Señorita Davis? ¿Conoce usted al acusado? —preguntó Verónica, con una mirada que reflejaba comprensión y osadía.—Así es —respondió Madison, con un temblor en la voz que delataba su terror—. Fui su novia por más de cuatro años.—¿Y en ese tiempo sufrió violencia por parte de él?—Sí; hubo gritos, golpes, manipulaciones psicológicas y más —confesó Madison, con los ojos llenos de lágrimas.—Prueba, uno de la fiscalía —anunció Verónica, reproduciendo unas imágenes en la pantalla para que el jurado las observara con detenimiento—. Estas fotografías muestran el daño al que estuvo sometida la testigo. Además,
Aunque en nuestro camino podamos encontrar espinas que se incrusten en nuestros pies, haciéndonos dudar del camino escogido, contar con el apoyo de quienes nos aprecian es un aliciente para nuestra alma.Los meses avanzaron con sus prisas cotidianas. Tres meses después de la condena de Rodrigo, este murió en medio de una revuelta de presos. Su muerte representó para Gabriela el fin de una era de tormento.Erica cumplió su palabra y se llevó a Gabriela junto con su familia a Chicago. Desde entonces, han trabajado juntas en diversos casos familiares.—Señora Smith, estas fotos que el detective privado obtuvo serán una prueba irrefutable para que el juez le otorgue la custodia de sus hijos y la manutención que la ley exige —dijo Erica con firmeza.—Licenciada Fernández, solo quiero que mis hijos no sufran. Sé que, al lado de su padre, un mujeriego y bebedor sin remedio, no estarán bien —respondió Adriana, con voz temblorosa.—Confíe en mí, todo saldrá bien —afirmó Erica—. Cuando salga, po
El fin de semana llegó con un sol abrasador, y Gabriela decidió llevar a su familia a la playa. La pequeña Ori disfrutaba sintiendo la arena entre sus dedos, su risa resonaba con la brisa marina.Al llegar el fin de semana, Gabriela decidió llevar a su familia a la playa. La pequeña Ori—Mírala, es muy feliz —dijo Rosalía, observándola con ternura—. ¿Has pensado en lo que hablamos anoche? ¿Lo buscarás?—¿Sigues con lo mismo? —respondió Gabriela, con un suspiro cansado—. No importa cuánto insistas, la respuesta seguirá siendo la misma.—Pero hija…—Nada cambiará si lo busco —interrumpió Gabriela, su voz firme—. Nuestra historia fue corta porque así tuvo que ser. ¿Quieres algo de comer? —preguntó, intentando desviar la atención de su madre.—No, yo estoy bien. Tráele algo a la niña —respondió Rosalía, resignada.Gabriela se levantó de la arena y, mientras se dirigía al restaurante, una voz familiar la detuvo en seco.—¡Mi muchacha! —exclamó Gerardo, abrazándola fuertemente—. ¿Cómo has es