6

La mañana llegó más pronto de lo que hubiera querido. Me dolía el cuerpo, como si alguien me hubiera dado una golpiza. Sin embargo, me levanté con rapidez; hoy tenía demasiado por hacer, y no podía permitirme desperdiciar ni un segundo de mi día.

Me dirigí al baño, me di una ducha rápida y corrí a mi habitación ya que no tenía nada qué ponerme aqui, pero aun así el temor me acompañaba al entrar. ¿Y si Pietro estaba dentro? Respiré aliviada al encontrarla vacía. Mis hombros se relajaron un poco mientras rebuscaba algo cómodo para vestirme. Tomé mi bolso de la mesita de noche y saqué el celular. Marqué el número de Jim.

Él me había advertido hacía mucho sobre las verdaderas intenciones de Pietro, pero yo, enceguecida, me negué a escuchar. Ahora, sin embargo, necesitaba a mi mejor amigo más que nunca. Años atrás, había roto contacto con él solo porque Pietro me lo pidió, y como una idiota, cedí.

Marqué una vez. Nada. Marqué de nuevo. Nada. En el tercer intento, finalmente contestó. Mi garganta estaba cerrada, pero conseguí respirar profundamente.

—¿Abby? ¿Estás bien? —preguntó al otro lado de la línea. Su voz me quebró. Solté un sollozo antes de responder.

 —Perdóname por abandonarte, pero... te necesito. Pietro es un bastardo. — El silencio se extendió por segundos que parecieron eternos, haciéndome temer lo peor.

—Ven a mi oficina —respondió al fin.

Prometí llegar lo más rápido posible y colgué. Me apresuré a salir de la habitación y bajé las escaleras. Pero, al llegar al vestíbulo, me encontré con varios hombres desconocidos. Todos me miraron fijamente, y uno de ellos se plantó frente a la puerta, bloqueándome el paso.

—Apártense —les ordené, mi voz temblando de rabia.

—El señor Alexakis nos dio órdenes estrictas de no dejarla salir —contestó uno con tono seco.

Intenté empujar a uno de ellos, pero me apartó con un gesto brusco.

—No puede salir —añadió, esta vez con evidente fastidio.

Sin decir una palabra más, giré sobre mis talones y subí las escaleras. Mi propia casa se había convertido en una cárcel. Esto era ridículo. Caminé hacia el balcón y miré hacia abajo. Los arbustos bajo el balcón no parecían demasiado altos. Si lograba descender sin caer, podría escapar por el jardín.

Arranqué las sábanas de la cama y las até unas con otras, asegurándolas con fuerza a uno de los barrotes del balcón. Con el corazón latiéndome furiosamente en el pecho, comencé a bajar. Mis manos resbalaban con el sudor, y un solo error podía costarme la vida. Pero la idea de ver a Pietro disfrutar de mi dinero con esa desgraciada de Lucrecia me dio la fuerza para continuar.

Cuando estuve lo suficientemente cerca del suelo, solté las sábanas y caí sobre los arbustos. Las ramas arañaron mi piel y golpearon mi espalda, pero no me detuve. Me levanté con dificultad y caminé sigilosamente por el jardín hasta llegar al coche. Saqué las llaves de mi bolso y corrí hacia él.

Encendí el motor y aceleré justo cuando las puertas automáticas comenzaban a abrirse. Vi por el retrovisor a uno de los hombres corriendo detrás de mi coche. Sonreí con amargura; esta la había ganado yo.

Llegué al despacho de mi abogado en tiempo record, decidida a no permitir que Pietro se quedara con nada. Una asistente me guió hacia la oficina de Carlo. Pero al entrar, mi corazón se detuvo: allí estaba Pietro, conversando con Carlo como si fueran viejos amigos.

—¡Los dos son unos hijos de puta! ¡Y tú, Pietro, lo eres aún más! ¡Los odio! —grité con el alma rota.

Pietro fingió una expresión de tristeza.

—A eso me refería, Carlo. Ella no está bien mentalmente. Hace meses tiene este tipo de comportamiento —dijo con voz cargada de falsa preocupación.

Carlo me miró con el ceño fruncido y luego asintió, como si ya lo hubiera decidido todo. Mi pecho ardió de impotencia, como si mi propia vida estuviera siendo despojada de mí ante mis ojos. La frustración se apoderó de mí, y no pude evitar lanzarme sobre Pietro, golpeándolo con todas mis fuerzas. Pero él me inmovilizó con facilidad, sujetando mis muñecas, como si fuera nada. Y para mi horror, me abrazó con una suavidad que me hizo sentir más impotente que nunca.

—Me duele verte así. Déjame ayudarte —dijo, como si fuera el salvador de mi vida rota.

Lo empuje lejos y le di una bofetada que resonó en la sala, la ira volcándose en cada fibra de mi cuerpo.

—¡Ya basta, Abigail! —gritó Carlo, haciendo que todo en mí se congelara.

Él había sido el amigo de mi padre, el hombre que me ayudó tras su muerte. Ahora, me miraba como si estuviera loca, como si lo que Pietro dijera tuviera más peso que mi desesperación. Mi mente giraba sin control, tratando de entender qué había pasado, pero todo se desmoronaba como un castillo de naipes.

—Escúchame, por favor. No creas nada de lo que él dice. Pietro quiere matarme—le supliqué, entre lágrimas.

Carlo negó con la cabeza, el me miraba con lastima.

—Lucrecia me llamó y me dijo que fuiste a su casa a golpearla.

El shock me paralizó. Abrí la boca para defenderme, pero las palabras se me escaparon, como si mi propio cuerpo me traicionara.

—Pietro será el albacea de tus bienes. Sé que estás pasando por un momento difícil, pero creo que aligerar esa carga es lo mejor.

La incredulidad me destrozó por dentro. ¿Cómo podía hacerme esto? Ni siquiera pude articular una palabra más. Giré sobre mis talones y salí de su oficina, mi alma quebrada, mi esperanza desvanecida. Solo quedaba una última oportunidad: Jim. Él era mi única esperanza, aunque en lo más profundo de mí, sentía que ya no quedaba esperanza alguna.

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