La mañana llegó más pronto de lo que hubiera querido. Me dolía el cuerpo, como si alguien me hubiera dado una golpiza. Sin embargo, me levanté con rapidez; hoy tenía demasiado por hacer, y no podía permitirme desperdiciar ni un segundo de mi día.
Me dirigí al baño, me di una ducha rápida y corrí a mi habitación ya que no tenía nada qué ponerme aqui, pero aun así el temor me acompañaba al entrar. ¿Y si Pietro estaba dentro? Respiré aliviada al encontrarla vacía. Mis hombros se relajaron un poco mientras rebuscaba algo cómodo para vestirme. Tomé mi bolso de la mesita de noche y saqué el celular. Marqué el número de Jim.
Él me había advertido hacía mucho sobre las verdaderas intenciones de Pietro, pero yo, enceguecida, me negué a escuchar. Ahora, sin embargo, necesitaba a mi mejor amigo más que nunca. Años atrás, había roto contacto con él solo porque Pietro me lo pidió, y como una idiota, cedí.
Marqué una vez. Nada. Marqué de nuevo. Nada. En el tercer intento, finalmente contestó. Mi garganta estaba cerrada, pero conseguí respirar profundamente.
—¿Abby? ¿Estás bien? —preguntó al otro lado de la línea. Su voz me quebró. Solté un sollozo antes de responder.
—Perdóname por abandonarte, pero... te necesito. Pietro es un bastardo. — El silencio se extendió por segundos que parecieron eternos, haciéndome temer lo peor.
—Ven a mi oficina —respondió al fin.
Prometí llegar lo más rápido posible y colgué. Me apresuré a salir de la habitación y bajé las escaleras. Pero, al llegar al vestíbulo, me encontré con varios hombres desconocidos. Todos me miraron fijamente, y uno de ellos se plantó frente a la puerta, bloqueándome el paso.
—Apártense —les ordené, mi voz temblando de rabia.
—El señor Alexakis nos dio órdenes estrictas de no dejarla salir —contestó uno con tono seco.
Intenté empujar a uno de ellos, pero me apartó con un gesto brusco.
—No puede salir —añadió, esta vez con evidente fastidio.
Sin decir una palabra más, giré sobre mis talones y subí las escaleras. Mi propia casa se había convertido en una cárcel. Esto era ridículo. Caminé hacia el balcón y miré hacia abajo. Los arbustos bajo el balcón no parecían demasiado altos. Si lograba descender sin caer, podría escapar por el jardín.
Arranqué las sábanas de la cama y las até unas con otras, asegurándolas con fuerza a uno de los barrotes del balcón. Con el corazón latiéndome furiosamente en el pecho, comencé a bajar. Mis manos resbalaban con el sudor, y un solo error podía costarme la vida. Pero la idea de ver a Pietro disfrutar de mi dinero con esa desgraciada de Lucrecia me dio la fuerza para continuar.
Cuando estuve lo suficientemente cerca del suelo, solté las sábanas y caí sobre los arbustos. Las ramas arañaron mi piel y golpearon mi espalda, pero no me detuve. Me levanté con dificultad y caminé sigilosamente por el jardín hasta llegar al coche. Saqué las llaves de mi bolso y corrí hacia él.
Encendí el motor y aceleré justo cuando las puertas automáticas comenzaban a abrirse. Vi por el retrovisor a uno de los hombres corriendo detrás de mi coche. Sonreí con amargura; esta la había ganado yo.
Llegué al despacho de mi abogado en tiempo record, decidida a no permitir que Pietro se quedara con nada. Una asistente me guió hacia la oficina de Carlo. Pero al entrar, mi corazón se detuvo: allí estaba Pietro, conversando con Carlo como si fueran viejos amigos.
—¡Los dos son unos hijos de puta! ¡Y tú, Pietro, lo eres aún más! ¡Los odio! —grité con el alma rota.
Pietro fingió una expresión de tristeza.
—A eso me refería, Carlo. Ella no está bien mentalmente. Hace meses tiene este tipo de comportamiento —dijo con voz cargada de falsa preocupación.
Carlo me miró con el ceño fruncido y luego asintió, como si ya lo hubiera decidido todo. Mi pecho ardió de impotencia, como si mi propia vida estuviera siendo despojada de mí ante mis ojos. La frustración se apoderó de mí, y no pude evitar lanzarme sobre Pietro, golpeándolo con todas mis fuerzas. Pero él me inmovilizó con facilidad, sujetando mis muñecas, como si fuera nada. Y para mi horror, me abrazó con una suavidad que me hizo sentir más impotente que nunca.
—Me duele verte así. Déjame ayudarte —dijo, como si fuera el salvador de mi vida rota.
Lo empuje lejos y le di una bofetada que resonó en la sala, la ira volcándose en cada fibra de mi cuerpo.
—¡Ya basta, Abigail! —gritó Carlo, haciendo que todo en mí se congelara.
Él había sido el amigo de mi padre, el hombre que me ayudó tras su muerte. Ahora, me miraba como si estuviera loca, como si lo que Pietro dijera tuviera más peso que mi desesperación. Mi mente giraba sin control, tratando de entender qué había pasado, pero todo se desmoronaba como un castillo de naipes.
—Escúchame, por favor. No creas nada de lo que él dice. Pietro quiere matarme—le supliqué, entre lágrimas.
Carlo negó con la cabeza, el me miraba con lastima.
—Lucrecia me llamó y me dijo que fuiste a su casa a golpearla.
El shock me paralizó. Abrí la boca para defenderme, pero las palabras se me escaparon, como si mi propio cuerpo me traicionara.
—Pietro será el albacea de tus bienes. Sé que estás pasando por un momento difícil, pero creo que aligerar esa carga es lo mejor.
La incredulidad me destrozó por dentro. ¿Cómo podía hacerme esto? Ni siquiera pude articular una palabra más. Giré sobre mis talones y salí de su oficina, mi alma quebrada, mi esperanza desvanecida. Solo quedaba una última oportunidad: Jim. Él era mi única esperanza, aunque en lo más profundo de mí, sentía que ya no quedaba esperanza alguna.
Salí del lugar hecha pedazos. Pietro estaba saliéndose con la suya, pero no iba a rendirme. Él no merecía nada bueno, y yo... yo iba a hacerle pagar por todo.Caminé rápidamente hacia mi coche, estacionado a unos metros de distancia. Cada paso que daba me llevaba más cerca de Jim, algo en mi interior me decía que él sería mi salvador, la única salida posible. La esperanza, aunque mínima, aún palpitaba en mi pecho.—¡Abigail! —La voz de Pietro rompió el silencio y mi corazón dio un vuelco. No me detuve. Aceleré el paso, casi corriendo. No podía permitir que me alcanzara. Tenía que llegar a Jim lo antes posible, o terminaría atrapada en la misma cárcel de antes o peor. muerta.Pero su mano se cerró sobre mi brazo, fuerte, brutal, haciendo que un grito de dolor escapara de mi boca. Me detuve, girando hacia él. En sus ojos había algo oscuro, algo que me heló la sangre.—Tú vendrás conmigo —dijo, su voz amenazante—. Ahora que veo que eres peligrosa, te ataré a la cama.Mi corazón latió con
Volvimos a la habitación del hotel, y todos los recuerdos de nuestra noche de bodas invadieron mi mente. Aquella vez habíamos terminado aquí porque Pietro, en una de sus tantas borracheras, había arruinado nuestro vuelo hacia la luna de miel. Más tarde, una crisis en la empresa había sepultado cualquier posibilidad de viajar. Ahora, estar aquí solo me recordaba cuánto había cambiado mi percepción de él, cómo el hombre que creía conocer se había transformado en un enemigo.—¿Qué carajo te pasa? —me increpó Pietro, cerrando la puerta con fuerza y clavando en mí su mirada acusadora.Respiré profundamente, tratando de contener la tormenta de rabia y dolor que hervía en mi interior. Saber que él había asesinado a mi padre me carcomía cada segundo. La imagen de sus ojos verdes, alguna vez un refugio para mí, ahora era un recordatorio constante de su traición.—Lo siento, tuve una pesadilla. —Sonreí con suavidad, dejando que la mentira se deslizara entre mis labios—. Soñé que me eras infiel.
Había olvidado que aún en ese tiempo vivía con Lucrecia. Al llegar, me recibió en la puerta, con esa sonrisa calculada que siempre usaba. Se acercó y me envolvió en un abrazo que parecía demasiado entusiasta para ser sincero. Su mirada se desvió brevemente hacia Pietro, y por un instante, algo en sus ojos me inquietó. Era como si compartieran un secreto que no podía descifrar. Qué ciega fui entonces, al no ver lo evidente.Pietro la saludó con un abrazo demasiado cómodo. ¿Era posible que ambos conspiraran contra la vida de mi padre? La respuesta era un rotundo si. Pietro y Lucrecia estaban completamente involucrados.—Lamento lo de la luna de miel, sé cuánto deseabas ir —murmuró Lucrecia con su tono hipócrita de siempre, el mismo que me provocaba náuseas.Había soportado años de humillaciones y desprecios de su parte, pero este día todo iba a cambiar. Era momento de mostrarle mi verdadero rostro.—Sí, lo deseaba mucho, pero habrá tiempo para eso. De hecho, quería hablar contigo —le di
A la mañana siguiente, me vestí lo mejor que pude. Este negocio significaba demasiado para mí, y no estaba dispuesta a perderlo por nada en el mundo. Con cada prenda que me ponía, sentía cómo mi confianza crecía. Me maquillé cuidadosamente, perfeccionando cada detalle, y al final sonreí frente al espejo. No estaba nada mal. De hecho, viéndome ahora, comparada con la mujer que era hace ocho años, me sentía completamente renovada. Mi cabello caía sedoso sobre mis hombros, brillando con una vitalidad que había olvidado que tenia. Mi rostro, iluminado por el maquillaje, parecía el de otra persona: hermosa, segura, poderosa. Por años, había descuidado mi apariencia, viviendo únicamente para Pietro. Me había convencido de que a él le gustaba mi "naturalidad", pero ahora entendía la verdad. No era amor ni preferencia, era control. Quería que me sintiera pequeña, insignificante, apagada, para que nunca pudiera reconocer mi propio valor. Pero hoy era diferente. Hoy, esa mujer rota había que
Apenas puse un pie en la empresa, dos hombres se acercaron como si estuvieran escoltando a una celebridad. Sin darme tiempo para respirar, me pidieron que los siguiera a la sala de reuniones. Entré, y allí estaban todos los accionistas, alineados como en una junta de guerra. Pietro, por supuesto, en la cabecera, con esa actitud de "yo mando aquí" que tanto le gustaba. Caminé hacia él, sin prisa pero con firmeza. —Por favor, levántate de mi asiento —le pedí, con una amabilidad que era más borde que cordial. Él me miró con sorpresa y fastidio, pero se levantó sin decir nada. Me senté y observé a todos los hombres en la mesa, que me miraban como si esperaran un espectáculo. —¿A qué se debe esta reunión tan inesperada? —pregunté, tratando de parecer más curiosa que molesta. Uno de los socios carraspeó antes de hablar. —Pietro nos ha informado que hablaste con Amir Rashad, interfiriendo en un negocio muy importante. Sentí cómo mi estómago se encogía un poco, pero me mordí el labio
Cuando llegué a casa, la idea de girarme y salir corriendo cruzó mi mente. No quería compartir techo, y mucho menos mi habitación, con ese hijo de puta. Pero escapar no era una opción. Tenía un propósito: descubrir cómo había asesinado a mi padre y reunir las pruebas para que los dos terminaran en la cárcel. Respiré hondo, forzando a mis pies a moverse, y entré. Apenas crucé la puerta, mi madrastra apareció, furiosa como un toro al que le agitaban un pañuelo rojo. —¡¿Cómo pudiste cancelar mis tarjetas?! ¡Qué vergüenza pasé esta tarde! —espetó. —Trabaja si quieres dinero —respondí con frialdad, ignorándola mientras subía las escaleras. Los insultos y gritos que lanzó a mis espaldas apenas me rozaron. Aún podía escuchar su voz en mi memoria, humillándome frente a otros, comparándome con con otras mujeres, haciéndome sentir menos que nada. Y yo, estúpidamente, lo acepté, pensando que ella era lo único que me quedaba. Pero ya no. Ahora era mi turno. Ojo por ojo. Llegué a mi habitaci
Mientras íbamos rumbo a mi coche, lo observé durante un largo y desconcertante momento, preguntándome por qué me atraía tanto. Era ridículo, dado que no lo conocía. La sensación me quemaba por dentro, como si algo en él me jalara irremediablemente.—¿Quieres algo de mí?—me preguntó Giorgio de repente. Su voz me sacó de mis pensamientos, y aparté la mirada de inmediato, incapaz de soportar la tensión que crecía entre nosotros. Miré por la ventanilla, intentando calmarme, pero todo en mi cuerpo temblaba.—No sé de lo que hablas—le respondí rápidamente, y aunque intenté sonar indiferente, mi voz vaciló. Él se rió, esa risa que me calaba hasta los huesos, y me avergoncé aún más. Juraba que mis mejillas estaban ardiendo en ese instante.El coche se detuvo. Miré hacia mi vehículo, y un suspiro de alivio escapó de mis labios; ahora podía escapar de él, de esa presencia tan poderosa que me alteraba el alma…Abrí la puerta del coche y salí rápidamente, mis pasos apresurados reflejaban el caos
Cuando iba a salir de la habitación de invitados, la puerta se abrió de golpe, y Pietro entró como una fiera rabiosa. Sus ojos ardían, y antes de que pudiera reaccionar, me agarró del brazo y me estrelló contra la pared. El aire abandonó mis pulmones, y mi instinto fue levantar la mano para abofetearlo, pero él detuvo mi movimiento con una facilidad que me hizo sentir indefensa.Con su otra mano, apretó mi cuello. Su fuerza era demasiada. Mis ojos se abrieron de par en par mientras el miedo se deslizaba por mi columna. Estaba paralizada, atrapada en ese instante que parecía no terminar nunca, aterrorizada por lo que Pietro pudiera hacerme.—¿Dónde estabas? ¿Crees que soy un imbécil? —me espetó con una voz cargada de rabia mientras apretaba más.Reuní todo el valor que me quedaba, liberé mi mano de su agarre y lo empujé con toda la fuerza que mi cuerpo asustado pudo reunir.—¡¿Qué te pasa?! —le grité con un temblor que traicionaba mi intento de valentía.Pietro avanzó hacia mí, sus pas