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El teléfono vibró sobre mi escritorio y supe de inmediato que algo no estaba bien. Mire el identificador y era uno de los hombres que había enviado para secuestrar a aquella chica. Así que conteste rápidamente.

—¿Ya la tienen? —pregunté. pero hubo un silencio molesto.

—No… señor… —la voz del imbécil al otro lado sonaba nerviosa, temblorosa. Y eso solo me cabreó más—. La chica… alguien más se la llevó.

El vaso que tenía en la mano terminó estampado contra la pared. El estruendo me calmó por dos segundos. Dos. Nada más.

—¿¡Cómo que alguien más se la llevó!? —grité. La ira me nublaba. Me hervía la sangre.

—Era un lobo, señor. Pero... no era uno de los nuestros. Nunca lo había visto.

Me quedé en silencio, tragando veneno. ¿Un lobo desconocido? ¿Y estos idiotas no pudieron con él? ¿y si Gabriele había montado toda esta mierda para despistarme?

—Averigua quién era ese cabrón. Ya —le ordené antes de colgarle.

Me levanté y camine hacia la puerta y salí de mi oficina, con el fuego latiéndome e
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