Hace un par de semanas, tuve un pequeño mareo, así que decidí hacerme un chequeo general. Estaba segura de que era un embarazo y fui ilusionada a mi médico de cabecera. Sin embargo, nada me preparó para la noticia que llegó. No estaba embarazada, pero habían encontrado una masa extraña en mis ovarios. Mi doctor intentó tranquilizarme, pero yo ya sabía lo que eso significaba. A pesar de todo, conservaba una pequeña esperanza... esperanza que se desvaneció por completo el día de hoy.
Era estéril. Esa masa jamás me dejaría ser madre. Sentía que mi vida estaba arruinada. Siempre había soñado con ser madre, con formar una familia junto a Pietro. Ahora, ese sueño se había desmoronado en mil pedazos. Me tragué un sollozo. Desde hace un par de años, Pietro y yo empezamos a tener problemas. Él me reclamaba el no poder darle una familia, y eso me destrozaba el alma, así que insistía en que tal vez Dios no quería darnos hijos por el momento. Pero descubrí que si era yo la del problema. Subí al coche y me miré en el espejo retrovisor. ¿Cómo podía ser yo suficiente para él? Nunca lo entendí. Había tantas mujeres hermosas, y aun así él me eligió a mí, y a pesar de nuestras peleas, de que yo no le había podido dar un hijo, él aún seguía conmigo. Limpié las lágrimas de mi rostro y me recosté por un momento en el respaldo del asiento. Cerré los ojos con fuerza, tratando de detener mis lágrimas, pero era inútil. No podía contenerlas. Saber que nunca podría darle un hijo me partía el alma. Tenía tantos planes... Cuando logré calmarme un poco, puse el coche en marcha. Conduje en completo silencio, pero el torbellino de pensamientos en mi cabeza me estaba volviendo loca. Solo quería llegar a casa, decirle todo a Pietro, aunque sabía que él no lo tomaría bien. Al llegar a casa, corrí hacia la puerta y la abrí. Él estaba al pie de la escalera, hablando por teléfono con una expresión de preocupación. ¿Acaso ya sabía lo que el doctor me había dicho? Mi corazón empezó a latir con fuerza, y me acerqué a él poco a poco, hasta que estuve frente a frente. Él me miró, y todo en mí se paralizó. Mis manos empezaron a sudar. —¿Ya lo sabes? —pregunté. Él asintió con la cabeza, y yo tragué el nudo enorme que tenía en la garganta mientras le dedicaba una media sonrisa. —Perdón por no poder darte los hijos que tanto quieres, pero podemos adoptar —le dije entre el llanto. Su expresión cambió por completo. Era como si no me estuviera entendiendo. —¿De qué hablas? —me preguntó. Tragué el nudo que se me había formado en la garganta y, con manos temblorosas, busqué los exámenes en mi bolso y se los entregué. Él los miró, y el tiempo se detuvo. Yo me sentía más pequeña y vulnerable que nunca. —Eres una buena para nada, Abigail. Ni para darme hijos sirves —me dijo con la voz llena de rencor. Yo lo abracé con fuerza, pero él me apartó empujándome y haciéndome caer al suelo. —Perdóname —le supliqué. Pietro se agachó y me miró a los ojos. —¿Perdonarte? Esto no se perdona. Tú ni siquiera deberías llamarte mujer. Estás seca por dentro —me dijo furioso. Me arrodillé frente a él y empecé a pedirle perdón. Era comprensible que él estuviera así; todo era mi culpa. Yo siempre fui el problema, y él era perfecto. —Podemos adoptar —le volví a sugerir. Pietro agarró mi mandíbula con fuerza y me empujó, haciéndome caer de nuevo. —No criaré al hijo de otra persona —me dijo y se levantó. Su teléfono sonó, y él contestó de inmediato. —No estoy haciendo nada importante. Estaré allí lo más pronto posible —le dijo a la persona con la que hablaba. Sentí cómo algo dentro de mí se partía en mil pedazos. Su actitud hacia mí era tan cruel. Yo me acababa de enterar que nunca tendría hijos, y él prefería irse con quién sabe qué persona. —No te vayas, por favor —le supliqué en un último intento por recuperar todo esto. —Tengo cosas más importantes que hacer que verte llorar. Ahora levántate, te ves patética —me dijo. Me tiré a sus pies y envolví mis brazos alrededor de sus piernas. Yo lo amaba, y aunque me doliera todo esto, él era lo único que me quedaba, y no estaba dispuesta a dejarlo ir tan fácil. —Perdóname, te juro que lo solucionaré —le dije entre el llanto. Él me apartó de sí y me miró. Su mirada era de lástima, como si yo fuera un perro lleno de costras que está en la calle. —Tu madrastra me necesita, así que no me hagas perder el tiempo —me dijo. Asentí con la cabeza, resignada, porque sabía cuánto le debía Pietro a mi madrastra. Ella lo había acogido cuando él era un adolescente perdido, dándole un hogar y un futuro. Me levanté y me puse de puntillas para darle un beso de despedida, pero él apartó el rostro, y mi beso aterrizó en su mejilla. Se dio la vuelta y se fue, dejándome sola y con el corazón hecho pedazos. Me dejé caer en el primer escalón de la escalera, incapaz de sostenerme. Las lágrimas, tímidas al principio, empezaron a salir con fuerza. No lloraba solo por él. Lloraba por mí, por todo lo que estaba perdiendo. Tomé mi cartera y corrí a mi habitación. Quería refugiarme en las suaves mantas de mi cama, dormir y soñar que nada de esto estaba pasando. Al entrar, me dirigí al espejo de cuerpo completo que estaba en un rincón. Me miré de arriba abajo, viendo lo demacrada que estaba. Mi ropa era sencilla, cero maquillaje, mi cabello siempre recogido en un moño detrás del cuello. Definitivamente, Pietro merecía a alguien mejor que yo, y ahora que sabía que no podía darle un hijo, lo mejor era terminar con todo. Él no merecía sufrir por mis carencias. Me divorciaría de él y le dejaría el camino libre para ser feliz, aunque eso significara morir lentamente. Tomé lápiz y papel y escribí una nota donde le decía que lo dejaba libre, que no me buscara. Le expliqué que mis abogados se pondrían en contacto con él cuando los papeles del divorcio estuvieran listos.Tomé algunas cosas de mi armario y salí de casa. Algunos de los empleados me miraron, pero no dijeron absolutamente nada. Ahora solo tenía que buscar un hotel mientras encontraba un lugar tranquilo donde replantear mi vida. Llegué al hotel en tiempo récord, casi como si el dolor me empujara hacia adelante. Pedí una habitación sin mirar al recepcionista. Cuando me entregaron la llave, fui directamente al ascensor. Lo único que deseaba era tumbarme en la cama y enfrentar el vacío que me esperaba. Mientras subía, mis pensamientos eran un torbellino. Tenía que llamar al abogado, discutir los detalles del divorcio. Apenas entré a la habitación, fui directa a la cama. Me acosté en ella y me hice un ovillo. Me sentía tan cansada. Traté de calmarme hasta que el sueño me venció. Mañana pensaría en cómo llevar mi vida de ahora en adelante, pero, por ahora, solo quería descansar. El sonido del celular me despertó de golpe. Me incorporé en la cama, desorientada, y busqué a tientas dentro de m
Salí de la empresa hecha pedazos, con el corazón completamente destrozado. Jamás pensé que algo podría doler tanto, ni siquiera cuando me dijeron que nunca podria tener hijos. Esto era diferente; era como si el aire se hubiera convertido en cristales que cortaban cada vez que intentaba respirar.Caminé rápidamente hacia el estacionamiento. Quería salir de ahí, dejar atrás ese lugar que ahora olía a traición y falsedad. Todo en mí gritaba huir, alejarme para siempre.—¡Abigail! —La voz de Pietro rompió el silencio.No me detuve. Aceleré el paso, transformando mi andar en una carrera desesperada. No quería verlo, no quería escucharlo, no quería estar cerca de alguien tan ruin, tan despiadado.Pero su mano me alcanzó. Fuerte, fría y firme, se cerró alrededor de mi brazo, deteniéndome de golpe y obligándome a girarme para enfrentarlo.—Tenemos que hablar ¿Qué escuchaste? Déjame explicarlo—dijo con una calma aterradora.Sin pensarlo, descargué toda mi rabia contra él, golpeándolo en el pec
Me hundí en la silla frente a Pietro, tratando de controlar mi respiración, secar las lágrimas que caían sin tregua, pero cada vez que lo miraba, su rostro y esa sonrisa cruel, mi rabia se encendía de nuevo, quemándome por dentro.—No voy a morir, y mucho menos voy a dejarte mi dinero —Mi voz temblaba, pero había una fuerza visceral en mis palabras—. Te juro, Pietro, que ambos sufriremos. Haré de tus días un infierno, uno que jamás olvidarás.Su mirada no cambió. Me observaba como si fuera alguien que pudiera ignorar, como si mis amenazas fueran humo. Pero yo sabía algo que él no: una mujer herida es capaz de cosas inimaginables.Me levanté lentamente, forzando una sonrisa que no alcanzaba mis ojos, mientras me limpiaba las lágrimas con la palma de la mano. Iba a ir a la policía y lo denunciaría a el y a mi madrastra.—Nadie te creerá si intentas acusarme de algo, todos han visto la manera en la que actuaste. todos creen que estas loca—me soltó de golpe como si leyera mis pensamientos
Llegué a casa, con la mente aturdida, y el pecho pesado. Subí las escaleras sin apenas notar el camino y me encerré en mi habitación. Me senté en la cama, mirando al vacío, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Todo lo que había pasado en tan poco tiempo me abrumaba. Descubrir que el hombre al que le había entregado cada pedazo de mi alma era un ser despreciable me estaba destruyendo desde adentro.Me recosté, dejando que mi cuerpo se hundiera en el colchón, y fijé la vista en el techo. Esa habitación, antes llena de recuerdos felices, ahora me parecía una cárcel. ¿Había sido toda una mentira? Cada susurro de amor, cada palabra de promesa, dichas mientras nos entregábamos el uno al otro... ¿Habían sido solo falsedades? Me sentí asfixiada por mi propia ingenuidad. Yo, hambrienta de afecto, ciega de amor, había permitido que sus mentiras me envolvieran.Desde el principio debí saberlo. Un hombre como Pietro jamás podría enamorarse de alguien como yo. Me levanté y caminé hacia
La mañana llegó más pronto de lo que hubiera querido. Me dolía el cuerpo, como si alguien me hubiera dado una golpiza. Sin embargo, me levanté con rapidez; hoy tenía demasiado por hacer, y no podía permitirme desperdiciar ni un segundo de mi día.Me dirigí al baño, me di una ducha rápida y corrí a mi habitación ya que no tenía nada qué ponerme aqui, pero aun así el temor me acompañaba al entrar. ¿Y si Pietro estaba dentro? Respiré aliviada al encontrarla vacía. Mis hombros se relajaron un poco mientras rebuscaba algo cómodo para vestirme. Tomé mi bolso de la mesita de noche y saqué el celular. Marqué el número de Jim.Él me había advertido hacía mucho sobre las verdaderas intenciones de Pietro, pero yo, enceguecida, me negué a escuchar. Ahora, sin embargo, necesitaba a mi mejor amigo más que nunca. Años atrás, había roto contacto con él solo porque Pietro me lo pidió, y como una idiota, cedí.Marqué una vez. Nada. Marqué de nuevo. Nada. En el tercer intento, finalmente contestó. Mi ga
Salí del lugar hecha pedazos. Pietro estaba saliéndose con la suya, pero no iba a rendirme. Él no merecía nada bueno, y yo... yo iba a hacerle pagar por todo.Caminé rápidamente hacia mi coche, estacionado a unos metros de distancia. Cada paso que daba me llevaba más cerca de Jim, algo en mi interior me decía que él sería mi salvador, la única salida posible. La esperanza, aunque mínima, aún palpitaba en mi pecho.—¡Abigail! —La voz de Pietro rompió el silencio y mi corazón dio un vuelco. No me detuve. Aceleré el paso, casi corriendo. No podía permitir que me alcanzara. Tenía que llegar a Jim lo antes posible, o terminaría atrapada en la misma cárcel de antes o peor. muerta.Pero su mano se cerró sobre mi brazo, fuerte, brutal, haciendo que un grito de dolor escapara de mi boca. Me detuve, girando hacia él. En sus ojos había algo oscuro, algo que me heló la sangre.—Tú vendrás conmigo —dijo, su voz amenazante—. Ahora que veo que eres peligrosa, te ataré a la cama.Mi corazón latió con
Volvimos a la habitación del hotel, y todos los recuerdos de nuestra noche de bodas invadieron mi mente. Aquella vez habíamos terminado aquí porque Pietro, en una de sus tantas borracheras, había arruinado nuestro vuelo hacia la luna de miel. Más tarde, una crisis en la empresa había sepultado cualquier posibilidad de viajar. Ahora, estar aquí solo me recordaba cuánto había cambiado mi percepción de él, cómo el hombre que creía conocer se había transformado en un enemigo.—¿Qué carajo te pasa? —me increpó Pietro, cerrando la puerta con fuerza y clavando en mí su mirada acusadora.Respiré profundamente, tratando de contener la tormenta de rabia y dolor que hervía en mi interior. Saber que él había asesinado a mi padre me carcomía cada segundo. La imagen de sus ojos verdes, alguna vez un refugio para mí, ahora era un recordatorio constante de su traición.—Lo siento, tuve una pesadilla. —Sonreí con suavidad, dejando que la mentira se deslizara entre mis labios—. Soñé que me eras infiel.
Había olvidado que aún en ese tiempo vivía con Lucrecia. Al llegar, me recibió en la puerta, con esa sonrisa calculada que siempre usaba. Se acercó y me envolvió en un abrazo que parecía demasiado entusiasta para ser sincero. Su mirada se desvió brevemente hacia Pietro, y por un instante, algo en sus ojos me inquietó. Era como si compartieran un secreto que no podía descifrar. Qué ciega fui entonces, al no ver lo evidente.Pietro la saludó con un abrazo demasiado cómodo. ¿Era posible que ambos conspiraran contra la vida de mi padre? La respuesta era un rotundo si. Pietro y Lucrecia estaban completamente involucrados.—Lamento lo de la luna de miel, sé cuánto deseabas ir —murmuró Lucrecia con su tono hipócrita de siempre, el mismo que me provocaba náuseas.Había soportado años de humillaciones y desprecios de su parte, pero este día todo iba a cambiar. Era momento de mostrarle mi verdadero rostro.—Sí, lo deseaba mucho, pero habrá tiempo para eso. De hecho, quería hablar contigo —le di