Llegué a casa, con la mente aturdida, y el pecho pesado. Subí las escaleras sin apenas notar el camino y me encerré en mi habitación. Me senté en la cama, mirando al vacío, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Todo lo que había pasado en tan poco tiempo me abrumaba. Descubrir que el hombre al que le había entregado cada pedazo de mi alma era un ser despreciable me estaba destruyendo desde adentro.
Me recosté, dejando que mi cuerpo se hundiera en el colchón, y fijé la vista en el techo. Esa habitación, antes llena de recuerdos felices, ahora me parecía una cárcel. ¿Había sido toda una mentira? Cada susurro de amor, cada palabra de promesa, dichas mientras nos entregábamos el uno al otro... ¿Habían sido solo falsedades? Me sentí asfixiada por mi propia ingenuidad. Yo, hambrienta de afecto, ciega de amor, había permitido que sus mentiras me envolvieran.
Desde el principio debí saberlo. Un hombre como Pietro jamás podría enamorarse de alguien como yo. Me levanté y caminé hacia el espejo de cuerpo entero en el rincón de la habitación. Me paré frente a él, mirándome como si intentara entender por qué no era suficiente.
Mi reflejo me devolvió la mirada con brutal honestidad. era tal cual como lucrecia me habia dicho, una persona insignificante y patetica.
La rabia comenzó a hervir dentro de mí, reemplazando por un instante la tristeza. Cerré los puños con fuerza, temblando. ¿Por qué había sido tan estúpida?
Con un grito ahogado de desesperación, lancé mi puño contra el espejo. El vidrio se partió en mil pedazos, reflejando mi furia fragmentada en destellos dolorosos. Un dolor agudo recorrió mis nudillos, y la sangre comenzó a brotar, goteando sobre el suelo, tiñendo de rojo mi propia miseria.
Me dejé caer al suelo, como si mi cuerpo ya no pudiera sostenerme. Rodeé mi rostro con mis manos temblorosas, sintiendo la humedad de las lágrimas mezclarse con el calor pegajoso de la sangre. El peso de todo me aplastaba, reduciéndome a algo pequeño y quebrado.
No me quedaba fuerza. No quería pelear más. Me sentía como un cristal roto, con cada fragmento de mí esparcido en esa habitación que ahora parecía un ataúd. Esto... esto era demasiado para mi cuerpo frágil, para mi corazón marchito.
El sonido de pasos me arrancó del limbo entre el sueño y la realidad. Parpadeé, tratando de ubicarme, y ahí estaba él, Pietro, parado frente a mí con una expresión de desprecio teñida de ligera decepción.
—Pensé que habías muerto. Ya me había emocionado —escupió con una frialdad que me atravesó el alma.
El dolor se convirtió rápidamente en rabia. Me levanté de golpe, caminando hacia él con los puños cerrados.
—¡Quiero que te largues de aquí! No eres bienvenido en mi casa, en mi vida, ¡en nada que me pertenezca! —le espeté con furia.
Él apenas arqueó una ceja, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón con una calma que me crispaba aún más.
—Sal de aquí. Quiero descansar —dijo como si la habitación le perteneciera, como si su mera existencia tuviera más derecho que la mía.
Lo miré boquiabierta, incrédula ante su descaro.
—¡Esta es mi habitación! ¡Mi casa! ¡No dormiré bajo el mismo techo que un ser tan despreciable como tú! —grité, sintiendo la bilis subir hasta mi garganta.
Su reacción fue rápida y brutal. Su mano grande y áspera cubrió mi boca, apagando mis palabras. Mis ojos se abrieron de golpe, primero por la sorpresa, luego por el miedo y la furia mezclados. ¿Cómo era posible que todavía me sorprendiera de él?
—Sé lo que hiciste esta mañana al salir de la empresa —dijo, su voz cargada de amenaza—. Y te advierto, no vuelvas a hacerlo. No me cabrees, Abigail. No sabes de lo que soy capaz.
Aparté su mano de mi rostro, temblando, pero no de miedo.
—¿Qué harás, Pietro? ¿Me matarás? —pregunté con voz temblorosa, pero cargada de desafío.
Su sonrisa se ensanchó, cruel y vacía.
—No necesito hacerlo. Tú morirás pronto. ¿Por qué ensuciarme las manos? Alguien más se encargará de ti —dijo con frialdad, cortando cualquier réplica que intentara formar en mi mente.
El odio explotó dentro de mí como una tormenta imparable.
—Te odio tanto... tanto —murmuré, con lágrimas de impotencia brotando de mis ojos.
—No me importa. Ahora vete. Quiero descansar, y tu presencia... me molesta —añadió, como si fuera lo más natural del mundo.
Lo empujé con todas mis fuerzas, intentando sacarlo de la habitación, pero él era más fuerte. Agarró mi mano, giró sobre sus talones y me arrastró fuera, cerrando la puerta en mi cara.
Giré el pomo con desesperación, pero estaba cerrado con seguro.
—¡Pietro! ¡Ábreme! ¡Esta es mi casa! —grité, golpeando la puerta con ambos puños. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y la ira que hervían dentro de mí.
—¡Te odio! —grité una y otra vez hasta que mi garganta se rasgó, dejando salir un sonido ronco y quebrado.
Finalmente, mis fuerzas flaquearon. Mi cuerpo temblaba, agotado por la intensidad de mi rabia. Caminé tambaleándome hacia la habitación de invitados y me dejé caer en la cama como un peso muerto.
Respiré profundamente, tratando de calmar la tormenta dentro de mí, pero era inútil. Mi mente estaba atrapada, prisionera de cada palabra cruel, de cada acto mezquino, de cada pieza de esta vida que se había convertido en una tragedia grotesca.
El techo blanco de la habitación me miraba con indiferencia, y yo, rota y sola, me preguntaba cuánto más podría soportar antes de desaparecer por completo. ¿Qué se hace con un corazón que no puede dejar de romperse?
La mañana llegó más pronto de lo que hubiera querido. Me dolía el cuerpo, como si alguien me hubiera dado una golpiza. Sin embargo, me levanté con rapidez; hoy tenía demasiado por hacer, y no podía permitirme desperdiciar ni un segundo de mi día.Me dirigí al baño, me di una ducha rápida y corrí a mi habitación ya que no tenía nada qué ponerme aqui, pero aun así el temor me acompañaba al entrar. ¿Y si Pietro estaba dentro? Respiré aliviada al encontrarla vacía. Mis hombros se relajaron un poco mientras rebuscaba algo cómodo para vestirme. Tomé mi bolso de la mesita de noche y saqué el celular. Marqué el número de Jim.Él me había advertido hacía mucho sobre las verdaderas intenciones de Pietro, pero yo, enceguecida, me negué a escuchar. Ahora, sin embargo, necesitaba a mi mejor amigo más que nunca. Años atrás, había roto contacto con él solo porque Pietro me lo pidió, y como una idiota, cedí.Marqué una vez. Nada. Marqué de nuevo. Nada. En el tercer intento, finalmente contestó. Mi ga
Salí del lugar hecha pedazos. Pietro estaba saliéndose con la suya, pero no iba a rendirme. Él no merecía nada bueno, y yo... yo iba a hacerle pagar por todo.Caminé rápidamente hacia mi coche, estacionado a unos metros de distancia. Cada paso que daba me llevaba más cerca de Jim, algo en mi interior me decía que él sería mi salvador, la única salida posible. La esperanza, aunque mínima, aún palpitaba en mi pecho.—¡Abigail! —La voz de Pietro rompió el silencio y mi corazón dio un vuelco. No me detuve. Aceleré el paso, casi corriendo. No podía permitir que me alcanzara. Tenía que llegar a Jim lo antes posible, o terminaría atrapada en la misma cárcel de antes o peor. muerta.Pero su mano se cerró sobre mi brazo, fuerte, brutal, haciendo que un grito de dolor escapara de mi boca. Me detuve, girando hacia él. En sus ojos había algo oscuro, algo que me heló la sangre.—Tú vendrás conmigo —dijo, su voz amenazante—. Ahora que veo que eres peligrosa, te ataré a la cama.Mi corazón latió con
Volvimos a la habitación del hotel, y todos los recuerdos de nuestra noche de bodas invadieron mi mente. Aquella vez habíamos terminado aquí porque Pietro, en una de sus tantas borracheras, había arruinado nuestro vuelo hacia la luna de miel. Más tarde, una crisis en la empresa había sepultado cualquier posibilidad de viajar. Ahora, estar aquí solo me recordaba cuánto había cambiado mi percepción de él, cómo el hombre que creía conocer se había transformado en un enemigo.—¿Qué carajo te pasa? —me increpó Pietro, cerrando la puerta con fuerza y clavando en mí su mirada acusadora.Respiré profundamente, tratando de contener la tormenta de rabia y dolor que hervía en mi interior. Saber que él había asesinado a mi padre me carcomía cada segundo. La imagen de sus ojos verdes, alguna vez un refugio para mí, ahora era un recordatorio constante de su traición.—Lo siento, tuve una pesadilla. —Sonreí con suavidad, dejando que la mentira se deslizara entre mis labios—. Soñé que me eras infiel.
Había olvidado que aún en ese tiempo vivía con Lucrecia. Al llegar, me recibió en la puerta, con esa sonrisa calculada que siempre usaba. Se acercó y me envolvió en un abrazo que parecía demasiado entusiasta para ser sincero. Su mirada se desvió brevemente hacia Pietro, y por un instante, algo en sus ojos me inquietó. Era como si compartieran un secreto que no podía descifrar. Qué ciega fui entonces, al no ver lo evidente.Pietro la saludó con un abrazo demasiado cómodo. ¿Era posible que ambos conspiraran contra la vida de mi padre? La respuesta era un rotundo si. Pietro y Lucrecia estaban completamente involucrados.—Lamento lo de la luna de miel, sé cuánto deseabas ir —murmuró Lucrecia con su tono hipócrita de siempre, el mismo que me provocaba náuseas.Había soportado años de humillaciones y desprecios de su parte, pero este día todo iba a cambiar. Era momento de mostrarle mi verdadero rostro.—Sí, lo deseaba mucho, pero habrá tiempo para eso. De hecho, quería hablar contigo —le di
A la mañana siguiente, me vestí lo mejor que pude. Este negocio significaba demasiado para mí, y no estaba dispuesta a perderlo por nada en el mundo. Con cada prenda que me ponía, sentía cómo mi confianza crecía. Me maquillé cuidadosamente, perfeccionando cada detalle, y al final sonreí frente al espejo. No estaba nada mal. De hecho, viéndome ahora, comparada con la mujer que era hace ocho años, me sentía completamente renovada. Mi cabello caía sedoso sobre mis hombros, brillando con una vitalidad que había olvidado que tenia. Mi rostro, iluminado por el maquillaje, parecía el de otra persona: hermosa, segura, poderosa. Por años, había descuidado mi apariencia, viviendo únicamente para Pietro. Me había convencido de que a él le gustaba mi "naturalidad", pero ahora entendía la verdad. No era amor ni preferencia, era control. Quería que me sintiera pequeña, insignificante, apagada, para que nunca pudiera reconocer mi propio valor. Pero hoy era diferente. Hoy, esa mujer rota había que
Apenas puse un pie en la empresa, dos hombres se acercaron como si estuvieran escoltando a una celebridad. Sin darme tiempo para respirar, me pidieron que los siguiera a la sala de reuniones. Entré, y allí estaban todos los accionistas, alineados como en una junta de guerra. Pietro, por supuesto, en la cabecera, con esa actitud de "yo mando aquí" que tanto le gustaba. Caminé hacia él, sin prisa pero con firmeza. —Por favor, levántate de mi asiento —le pedí, con una amabilidad que era más borde que cordial. Él me miró con sorpresa y fastidio, pero se levantó sin decir nada. Me senté y observé a todos los hombres en la mesa, que me miraban como si esperaran un espectáculo. —¿A qué se debe esta reunión tan inesperada? —pregunté, tratando de parecer más curiosa que molesta. Uno de los socios carraspeó antes de hablar. —Pietro nos ha informado que hablaste con Amir Rashad, interfiriendo en un negocio muy importante. Sentí cómo mi estómago se encogía un poco, pero me mordí el labio
Cuando llegué a casa, la idea de girarme y salir corriendo cruzó mi mente. No quería compartir techo, y mucho menos mi habitación, con ese hijo de puta. Pero escapar no era una opción. Tenía un propósito: descubrir cómo había asesinado a mi padre y reunir las pruebas para que los dos terminaran en la cárcel. Respiré hondo, forzando a mis pies a moverse, y entré. Apenas crucé la puerta, mi madrastra apareció, furiosa como un toro al que le agitaban un pañuelo rojo. —¡¿Cómo pudiste cancelar mis tarjetas?! ¡Qué vergüenza pasé esta tarde! —espetó. —Trabaja si quieres dinero —respondí con frialdad, ignorándola mientras subía las escaleras. Los insultos y gritos que lanzó a mis espaldas apenas me rozaron. Aún podía escuchar su voz en mi memoria, humillándome frente a otros, comparándome con con otras mujeres, haciéndome sentir menos que nada. Y yo, estúpidamente, lo acepté, pensando que ella era lo único que me quedaba. Pero ya no. Ahora era mi turno. Ojo por ojo. Llegué a mi habitaci
Mientras íbamos rumbo a mi coche, lo observé durante un largo y desconcertante momento, preguntándome por qué me atraía tanto. Era ridículo, dado que no lo conocía. La sensación me quemaba por dentro, como si algo en él me jalara irremediablemente.—¿Quieres algo de mí?—me preguntó Giorgio de repente. Su voz me sacó de mis pensamientos, y aparté la mirada de inmediato, incapaz de soportar la tensión que crecía entre nosotros. Miré por la ventanilla, intentando calmarme, pero todo en mi cuerpo temblaba.—No sé de lo que hablas—le respondí rápidamente, y aunque intenté sonar indiferente, mi voz vaciló. Él se rió, esa risa que me calaba hasta los huesos, y me avergoncé aún más. Juraba que mis mejillas estaban ardiendo en ese instante.El coche se detuvo. Miré hacia mi vehículo, y un suspiro de alivio escapó de mis labios; ahora podía escapar de él, de esa presencia tan poderosa que me alteraba el alma…Abrí la puerta del coche y salí rápidamente, mis pasos apresurados reflejaban el caos