Volvimos a la habitación del hotel, y todos los recuerdos de nuestra noche de bodas invadieron mi mente. Aquella vez habíamos terminado aquí porque Pietro, en una de sus tantas borracheras, había arruinado nuestro vuelo hacia la luna de miel. Más tarde, una crisis en la empresa había sepultado cualquier posibilidad de viajar. Ahora, estar aquí solo me recordaba cuánto había cambiado mi percepción de él, cómo el hombre que creía conocer se había transformado en un enemigo.—¿Qué carajo te pasa? —me increpó Pietro, cerrando la puerta con fuerza y clavando en mí su mirada acusadora.Respiré profundamente, tratando de contener la tormenta de rabia y dolor que hervía en mi interior. Saber que él había asesinado a mi padre me carcomía cada segundo. La imagen de sus ojos verdes, alguna vez un refugio para mí, ahora era un recordatorio constante de su traición.—Lo siento, tuve una pesadilla. —Sonreí con suavidad, dejando que la mentira se deslizara entre mis labios—. Soñé que me eras infiel.
Había olvidado que aún en ese tiempo vivía con Lucrecia. Al llegar, me recibió en la puerta, con esa sonrisa calculada que siempre usaba. Se acercó y me envolvió en un abrazo que parecía demasiado entusiasta para ser sincero. Su mirada se desvió brevemente hacia Pietro, y por un instante, algo en sus ojos me inquietó. Era como si compartieran un secreto que no podía descifrar. Qué ciega fui entonces, al no ver lo evidente.Pietro la saludó con un abrazo demasiado cómodo. ¿Era posible que ambos conspiraran contra la vida de mi padre? La respuesta era un rotundo si. Pietro y Lucrecia estaban completamente involucrados.—Lamento lo de la luna de miel, sé cuánto deseabas ir —murmuró Lucrecia con su tono hipócrita de siempre, el mismo que me provocaba náuseas.Había soportado años de humillaciones y desprecios de su parte, pero este día todo iba a cambiar. Era momento de mostrarle mi verdadero rostro.—Sí, lo deseaba mucho, pero habrá tiempo para eso. De hecho, quería hablar contigo —le di
A la mañana siguiente, me vestí lo mejor que pude. Este negocio significaba demasiado para mí, y no estaba dispuesta a perderlo por nada en el mundo. Con cada prenda que me ponía, sentía cómo mi confianza crecía. Me maquillé cuidadosamente, perfeccionando cada detalle, y al final sonreí frente al espejo. No estaba nada mal. De hecho, viéndome ahora, comparada con la mujer que era hace ocho años, me sentía completamente renovada. Mi cabello caía sedoso sobre mis hombros, brillando con una vitalidad que había olvidado que tenia. Mi rostro, iluminado por el maquillaje, parecía el de otra persona: hermosa, segura, poderosa. Por años, había descuidado mi apariencia, viviendo únicamente para Pietro. Me había convencido de que a él le gustaba mi "naturalidad", pero ahora entendía la verdad. No era amor ni preferencia, era control. Quería que me sintiera pequeña, insignificante, apagada, para que nunca pudiera reconocer mi propio valor. Pero hoy era diferente. Hoy, esa mujer rota había que
Apenas puse un pie en la empresa, dos hombres se acercaron como si estuvieran escoltando a una celebridad. Sin darme tiempo para respirar, me pidieron que los siguiera a la sala de reuniones. Entré, y allí estaban todos los accionistas, alineados como en una junta de guerra. Pietro, por supuesto, en la cabecera, con esa actitud de "yo mando aquí" que tanto le gustaba. Caminé hacia él, sin prisa pero con firmeza. —Por favor, levántate de mi asiento —le pedí, con una amabilidad que era más borde que cordial. Él me miró con sorpresa y fastidio, pero se levantó sin decir nada. Me senté y observé a todos los hombres en la mesa, que me miraban como si esperaran un espectáculo. —¿A qué se debe esta reunión tan inesperada? —pregunté, tratando de parecer más curiosa que molesta. Uno de los socios carraspeó antes de hablar. —Pietro nos ha informado que hablaste con Amir Rashad, interfiriendo en un negocio muy importante. Sentí cómo mi estómago se encogía un poco, pero me mordí el labio
Cuando llegué a casa, la idea de girarme y salir corriendo cruzó mi mente. No quería compartir techo, y mucho menos mi habitación, con ese hijo de puta. Pero escapar no era una opción. Tenía un propósito: descubrir cómo había asesinado a mi padre y reunir las pruebas para que los dos terminaran en la cárcel. Respiré hondo, forzando a mis pies a moverse, y entré. Apenas crucé la puerta, mi madrastra apareció, furiosa como un toro al que le agitaban un pañuelo rojo. —¡¿Cómo pudiste cancelar mis tarjetas?! ¡Qué vergüenza pasé esta tarde! —espetó. —Trabaja si quieres dinero —respondí con frialdad, ignorándola mientras subía las escaleras. Los insultos y gritos que lanzó a mis espaldas apenas me rozaron. Aún podía escuchar su voz en mi memoria, humillándome frente a otros, comparándome con con otras mujeres, haciéndome sentir menos que nada. Y yo, estúpidamente, lo acepté, pensando que ella era lo único que me quedaba. Pero ya no. Ahora era mi turno. Ojo por ojo. Llegué a mi habitaci
Mientras íbamos rumbo a mi coche, lo observé durante un largo y desconcertante momento, preguntándome por qué me atraía tanto. Era ridículo, dado que no lo conocía. La sensación me quemaba por dentro, como si algo en él me jalara irremediablemente.—¿Quieres algo de mí?—me preguntó Giorgio de repente. Su voz me sacó de mis pensamientos, y aparté la mirada de inmediato, incapaz de soportar la tensión que crecía entre nosotros. Miré por la ventanilla, intentando calmarme, pero todo en mi cuerpo temblaba.—No sé de lo que hablas—le respondí rápidamente, y aunque intenté sonar indiferente, mi voz vaciló. Él se rió, esa risa que me calaba hasta los huesos, y me avergoncé aún más. Juraba que mis mejillas estaban ardiendo en ese instante.El coche se detuvo. Miré hacia mi vehículo, y un suspiro de alivio escapó de mis labios; ahora podía escapar de él, de esa presencia tan poderosa que me alteraba el alma…Abrí la puerta del coche y salí rápidamente, mis pasos apresurados reflejaban el caos
Cuando iba a salir de la habitación de invitados, la puerta se abrió de golpe, y Pietro entró como una fiera rabiosa. Sus ojos ardían, y antes de que pudiera reaccionar, me agarró del brazo y me estrelló contra la pared. El aire abandonó mis pulmones, y mi instinto fue levantar la mano para abofetearlo, pero él detuvo mi movimiento con una facilidad que me hizo sentir indefensa.Con su otra mano, apretó mi cuello. Su fuerza era demasiada. Mis ojos se abrieron de par en par mientras el miedo se deslizaba por mi columna. Estaba paralizada, atrapada en ese instante que parecía no terminar nunca, aterrorizada por lo que Pietro pudiera hacerme.—¿Dónde estabas? ¿Crees que soy un imbécil? —me espetó con una voz cargada de rabia mientras apretaba más.Reuní todo el valor que me quedaba, liberé mi mano de su agarre y lo empujé con toda la fuerza que mi cuerpo asustado pudo reunir.—¡¿Qué te pasa?! —le grité con un temblor que traicionaba mi intento de valentía.Pietro avanzó hacia mí, sus pas
Esperé un par de minutos más por Abigail. Llegaba con un retraso de veinte minutos, y si algo me molestaba era la impuntualidad. Justo cuando estaba por levantarme y marcharme, ella apareció en el restaurante. Se veía distinta, como si algo le hubiese pasado.Se acercó y se sentó frente a mí. Su sonrisa me distrajo por un instante, pero las marcas en su cuello captaron toda mi atención, como un grito desesperado que no podía ignorar.Una llama ardió en mi interior. La furia creció, apretando mi pecho y exigiendo sangre, gritando que encontrara al malnacido que se había atrevido a lastimarla.—¿Ha esperado mucho? Lo siento, tuve un pequeño inconveniente —dijo, intentando justificar su retraso con una sonrisa que solo me pareció un débil intento de cubrir el dolor.No lo pensé más. Me levanté, agarré su brazo y, sin darle tiempo a protestar, la llevé al baño de hombres. Abigail intentó resistirse, pero al final cedió. Con cuidado la subí al lavabo, sujetándola por la cintura para que no