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Apenas puse un pie en la empresa, dos hombres se acercaron como si estuvieran escoltando a una celebridad. Sin darme tiempo para respirar, me pidieron que los siguiera a la sala de reuniones. Entré, y allí estaban todos los accionistas, alineados como en una junta de guerra. Pietro, por supuesto, en la cabecera, con esa actitud de "yo mando aquí" que tanto le gustaba.

Caminé hacia él, sin prisa pero con firmeza.

—Por favor, levántate de mi asiento —le pedí, con una amabilidad que era más borde que cordial.

Él me miró con sorpresa y fastidio, pero se levantó sin decir nada. Me senté y observé a todos los hombres en la mesa, que me miraban como si esperaran un espectáculo.

—¿A qué se debe esta reunión tan inesperada? —pregunté, tratando de parecer más curiosa que molesta.

Uno de los socios carraspeó antes de hablar.

—Pietro nos ha informado que hablaste con Amir Rashad, interfiriendo en un negocio muy importante.

Sentí cómo mi estómago se encogía un poco, pero me mordí el labio
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