Al día siguiente, llegué a la empresa de Abigail donde me reuniría con los demás inversionistas. Apenas crucé la entrada, me topé con Pietro. Su mirada despectiva, de arriba a abajo, me hizo arquear una ceja, pero decidí ignorarlo. Me acerqué con calma y lo saludé.—¿Ya están todos esperando? —pregunté con aparente indiferencia.Él asintió de manera casi mecánica y me guio hacia la sala de reuniones. Al entrar, mi mirada recorrió rápidamente el lugar, buscando a Abigail. No estaba. Me sentí un poco decepcionado al no verla, pero decidí no mencionarlo. Me senté en uno de los asientos vacíos, manteniendo una expresión imperturbable.Pietro tomó la palabra desde la cabecera de la enorme mesa, hablando sobre el proyecto con un entusiasmo que se sentía falso, incluso irritante.—Es un honor tenerlo como inversionista —añadió, buscando una reacción que no obtuvo.—¿Dónde está la señorita Greco? —interrumpí, cortando su monólogo.Su rostro se tensó, pero lo disimuló rápidamente.—La señora A
Pietro me detuvo en la sala de reuniones. Quería salir de allí lo más rápido posible, pero él me sujetaba con una fuerza inesperada, impidiéndomelo.—Quiero el divorcio —le dije, con la voz temblando, pero resuelta. Ya no podía soportarlo más, no podía tenerlo tan cerca.Él me miró con una rabia que me heló la sangre.—Te gusta ese tipo, ¿verdad? —preguntó, su tono cargado de veneno.Me solté de su agarre, pero intentó retenerme. Corrí hacia la puerta, pero de repente, sentí su mano apoderándose de mi cabello, tirándome hacia atrás con brutalidad. Un alarido de dolor se escapó de mi garganta.—¡Suéltame! —grité, pero él no me escuchó.Me soltó, y caí al suelo con fuerza. El dolor en mi espalda me recorrió, pero él se acercó, poniéndose de cuclillas frente a mí. Sus ojos, llenos de desprecio, se clavaron en los míos.—Jamás te librarás de mí —dijo, su voz como un susurro amenazante.Levanto la mano como si fuera a golpearme, y mi cuerpo se paralizó. Cerré los ojos, esperando el impacto
Los días pasaron volando. Pietro y yo dormíamos en habitaciones separadas, y lo mejor era que ya había encontrado un lugar para vivir, un precioso apartamento cerca de la empresa. Por el momento, dejaría que Lucrecia y Pietro vivieran aquí; no quería levantar más sospechas, así que tendría un perfil bajo estos días, hasta que el investigador que contraté me entregue lo que averiguó sobre ellos.Esta noche tenía un evento importante con varios empresarios, así que debía estar más que presentable, debía causar la mejor impresión. Pasé el día buscando el atuendo perfecto, con el único objetivo de impresionar.Un precioso vestido rojo largo, con un escote no muy pronunciado en v, tenia una abertura en la pierna derecha, era sexy, pero no vulgar, era más que perfecto.Cuando la hora llegó, bajé las escaleras. Pietro estaba abajo junto a Lucrecia. Él me quedó mirando, su boca se abrió ligeramente. Lo miré de reojo, le sonreí con leve indiferencia y pasé de largo, sin querer irme con él.—De
Jim me llevó a su mesa, y nos sentamos. Frente a nosotros, Giorgio estaba junto a la rubia y su hermano, que observaba todo como un halcón, con una calma que resultaba inquietante. La rubia me miró, y su expresión se endureció como si quisiera clavarme en el sitio. Aparté la mirada y me concentré en Jim, que me estaba haciendo preguntas, aunque apenas podía procesar lo que decía.—¿Dónde está el insufrible de Pietro? —preguntó con una nota de burla en la voz.Me encogí de hombros, incómoda. No quería hablar de Pietro, pero mi mirada traicionera volvió hacia Giorgio. Él ahora me miraba directamente y me dedicó una media sonrisa cargada de intenciones. Mi respiración se entrecortó.—Creo que vendrá pronto con Lucrecia —murmuré finalmente.Jim, sin previo aviso, tomó mi mandíbula y me obligó a mirarlo a los ojos, como si intentara sacarme de ese trance.—Ese tipo al que estás devorando con la mirada es un gran hijo de puta. Si Pietro es nefasto, este lo es aún más. ¿Qué les ves a los hom
Aunque estaba con Jim, la molestia me carcomía por dentro. Pietro me observaba con su cara de pocos amigos, mientras Lucrecia prácticamente vaciaba todo el licor del lugar. Más allá, él estaba con esa rubia artificial de piernas largas. Era como si el universo quisiera ponerme a prueba.Me levanté y me dirigí al baño, buscando un respiro, un lugar donde pudiera armarme de fuerzas para soportar este lugar un par de horas más. Aunque, siendo honesta, dudaba que pudiera resistir tanto.Cerré la puerta detrás de mí, pero apenas había soltado un suspiro cuando Giorgio entró al baño con una expresión de seriedad. Se acercó rápidamente, me agarró del brazo y me arrastró a uno de los cubículos, cerrando la puerta tras nosotros con seguro.—Estoy empezando a creer que tienes una fijación con los baños —le solté, el sarcasmo como mi único escudo.—Tal vez —respondió, con esa indiferencia que lograba que quisiera golpearlo.Puse los ojos en blanco, intentando mantener la compostura.—Eres un idi
Me subí al coche y arranqué de inmediato. El coche de Alessandro empezó a seguirme. Mañana, cuando estuviese más tranquila, lo iba a regañar; no tenía por qué haberle dicho nada a ese imbécil de Giorgio.Apreté el acelerador con fuerza. Necesitaba llegar a casa con urgencia. Jamás en mi vida me había sentido tan encendida, tan ardiendo desde lo más profundo. Era como si un instinto dormido hubiera despertado por culpa de él, rugiendo, quemándome por dentro.—Estúpido Giorgio, pero me las vas a pagar —mascullé, soltando el volante por un instante para golpearlo con ambas manos, desahogando mi frustración al aire vacío.Al entrar a la autopista, me di cuenta de que estaba más oscura que de costumbre. Eché un vistazo al retrovisor. El coche de Alessandro seguía detrás, manteniendo una distancia prudente, lo que me tranquilizó un poco. Bajé la velocidad; con esta oscuridad, cualquier cosa podía pasar.Encendí la radio, y una melodía suave llenó el coche. Tarareé la canción con esfuerzo, tr
El sonido distante de coches rompía el silencio pesado de la carretera. Uno de los hombres vestidos de negro, con un aire tan peligroso como su mirada fría, se acercó al coche abandonado al borde del camino. Sus botas resonaban contra el asfalto mientras avanzaba con calma, como un depredador que sabía que su presa ya estaba acorralada.Se inclinó para mirar dentro del vehículo y ahí estaba, un pequeño bolso de mano dorado, brillante incluso en la penumbra. Lo tomó sin prisa, como si saboreara cada segundo. Abrió el bolso con movimientos precisos, vaciando su contenido en el asiento delantero. Una identificación cayó entre las demás pertenencias esparcidas.El hombre recogió la identificación con dos dedos, como si se tratara de una joya recién descubierta. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida mientras leía el nombre en voz alta, saboreando cada sílaba como una promesa.—Abigail... —susurró, dejando que el nombre se impregnara en el aire, como si con solo pronunciarlo ya la h
Me encerré en la habitación y me dejé caer al suelo, un torrente de lágrimas brotando sin control. Lo que había presenciado no me dejaba respirar; la culpa era un veneno que me carcomía. No podía sacar de mi cabeza las súplicas de aquella mujer, ni la forma cruel en que decidió acabar con su vida.La puerta sonó, y mi corazón se detuvo por completo. Seguramente eran ellos, esos hombres, buscándome para matarme por haber sido testigo de todo.—Señora, la buscan abajo —informó una de las empleadas desde el otro lado.Mi pecho volvió a latir, pero esta vez con un golpe seco de incertidumbre. ¿Quién podría buscarme a estas horas?Me levanté temblando, secándome las lágrimas con el dorso de la mano. Caminé con cautela hacia la puerta y la abrí, mirando a la chica con el ceño fruncido.—¿Quién? —pregunté con la voz rota.—Un hombre que dice llamarse Giorgio —respondió.No esperé más detalles. La aparté y salí corriendo por el pasillo. Bajé las escaleras con el corazón desbocado, y allí, en