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Aunque estaba con Jim, la molestia me carcomía por dentro. Pietro me observaba con su cara de pocos amigos, mientras Lucrecia prácticamente vaciaba todo el licor del lugar. Más allá, él estaba con esa rubia artificial de piernas largas. Era como si el universo quisiera ponerme a prueba.

Me levanté y me dirigí al baño, buscando un respiro, un lugar donde pudiera armarme de fuerzas para soportar este lugar un par de horas más. Aunque, siendo honesta, dudaba que pudiera resistir tanto.

Cerré la puerta detrás de mí, pero apenas había soltado un suspiro cuando Giorgio entró al baño con una expresión de seriedad. Se acercó rápidamente, me agarró del brazo y me arrastró a uno de los cubículos, cerrando la puerta tras nosotros con seguro.

—Estoy empezando a creer que tienes una fijación con los baños —le solté, el sarcasmo como mi único escudo.

—Tal vez —respondió, con esa indiferencia que lograba que quisiera golpearlo.

Puse los ojos en blanco, intentando mantener la compostura.

—Eres un idi
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