27

Bajé las escaleras con la intención de pedirle a Giorgio algo más decente de ropa. Al llegar al vestíbulo, me encontré con su hermano. Su mirada me recorrió de arriba abajo, cargada de una intensidad que me hizo temblar hasta el fondo del alma.

—Hola, fa’rati. Que bueno es ver que estas bien —saludó, pero en su boca esa palabra sonaba como una amenaza.

—Buenos días —respondí con voz temblorosa, intentando no mostrar mi incomodidad.

Él esbozó una sonrisa ladeada, una que parecía conocer secretos que yo desconocía. Sin decir nada más, salió por la puerta principal, dejando un vacío incómodo en el aire y una sensación de alarma en mi pecho.

Justo cuando iba a preguntar por Giorgio, apareció de repente. Su mirada se clavó en la mía y cruzó el vestíbulo con rapidez.

—¿Estás bien? —preguntó con evidente preocupación.

Asentí con la cabeza, aunque mi corazón aún latía desbocado.

—Sí, solo quería pedirte algo más de ropa prestada —dije, intentando sonar despreocupada.

Él asintió, más calmado.

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