Estaba en shock. Mis manos temblaban mientras me llevaban de nuevo a aquel cuarto. Todo en mí se sentía pesado, como si mi cuerpo hubiera decidido rendirse ante el horror. Jamás imaginé que terminaría así, atrapada en una pesadilla que parecía no tener fin.—¡Abigail!El chico y yo nos detuvimos en seco. Me giré rápidamente y ahí estaba Giorgio, con la mirada clavada en el hombre tirado en el suelo, su boca ligeramente abierta en una mezcla de incredulidad y rabia. El chico me soltó, y yo, casi por inercia, comencé a caminar hacia Giorgio. Pero él me ignoró, centrando toda su atención en el chico.—¿Qué carajo hiciste? —su voz era un rugido, cargado de una furia que nunca antes le había escuchado. Aquel tono me atravesó, dejándome inmóvil.—Lo… lo siento…—murmuró el chico, retrocediendo un paso.Giorgio avanzó con una velocidad aterradora, apartándome de un empujón mientras sujetaba al chico por el cuello. Sus dedos se cerraron con tanta fuerza que el otro comenzó a jadear. Lo miré, h
Alessandro me sacó del coche con brusquedad, su agarre firme hablaba de su falta de paciencia. Observé el lugar; no era la casa de Giorgio. La incertidumbre se mezcló con un instinto visceral de huir, así que me resistí cuando intentó arrastrarme hacia aquel sitio.—¡Suéltame! —le grité, y sin pensarlo dos veces, mordí su mano con toda la fuerza que pude reunir. Mi mandíbula temblaba de rabia, pero Alessandro ni siquiera flaqueó. continuó arrastrándome hasta que finalmente me empujó dentro, cerrando la puerta con un portazo que retumbó en el silencio.Cuando al fin me soltó, me fulminó con una mirada cargada de desprecio, como si mi existencia misma lo asqueara.—Estoy seguro de que Giorgio pronto recuperará la conciencia y te entregará —escupió las palabras como si le quemaran en la lengua.—¿Dónde estamos? —pregunté, mi voz apenas un susurro cargado de pánico.—En un lugar seguro —respondió con frialdad—. Giorgio vendrá pronto.Tragué saliva mientras mis ojos recorrían el lugar con d
Giorgio se separó de mí con lentitud, como si le costara romper el contacto. Su mirada era intensa, oscura, y antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, tomó mi rostro entre sus manos y se inclinó hacia mí. Sus labios se encontraron con los míos, y una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo, encendiendo cada fibra de mi ser. Respondí a su beso con una necesidad voraz, como si todo mi mundo se concentrara en ese instante.Sus labios se movieron con avidez, profundizando el beso, y yo correspondí a cada caricia con la misma intensidad. Sus manos descendieron lentamente, deteniéndose en mis pechos. Un jadeo escapó de mis labios al sentir cómo sus dedos los rodeaban y apretaban con una mezcla de fuerza y cuidado.Mis manos temblaban ligeramente mientras empezaba a desabotonar su camisa. Uno a uno, los botones cedían, y cuando finalmente desabroché los primeros, deslicé mis manos dentro. Su piel era cálida, firme bajo mis dedos, y me llenó una sensación de euforia y deseo al
Me desperté con la cálida sensación del abrazo de Giorgio. Él aún dormía, y sus pestañas negras y espesas dibujaban sombras en sus mejillas. Viéndolo así, parecía un ángel.—Buenos días —dije suavemente.Él suspiró antes de abrir los ojos y regalarme una sonrisa.—Buenos días, fa’rati.Le di un golpe ligero en el pecho, y su risa llenó la habitación.—Deja de decirme ratón —le regañé, no me gustaba esa palabra.—Es de cariño, porque tú eres mi pequeño ratoncito —respondió con ternura. Escuchándolo así, no sonaba tan mal; de hecho, hasta me gustaba.Me separé de él y me senté en la cama, pero un dolor agudo recorrió todo mi cuerpo, arrancándome una mueca. Giorgio se incorporó de inmediato, la preocupación pintada en su rostro.—¿Estás bien? —preguntó mientras tocaba mi frente, como si buscara fiebre.—Me duele todo... Has hecho de mi cuerpo un desastre —contesté con una leve sonrisa.Ese ligero dolor me gustaba; era un recuerdo de lo bien que la había pasado anoche. Con Pietro nunca fu
Giorgio me llevó a la habitación, despojándome de cada prenda con una calma que me estremecía. Después me cargó en sus brazos y nos dirigimos al baño. Allí, mientras él se desnudaba, la luz del lugar iluminó su cuerpo, y mi mirada se perdió en lo que parecía ser la perfección hecha carne. Mis manos temblorosas recorrieron cada músculo de su torso, fascinada por la suavidad de su piel oliva, que parecía un pecado tocar.—Eres hermoso —murmuré, evitando sus ojos, como si mantener el contacto visual fuera demasiado para soportar mientras mis dedos seguían explorándolo.Coloqué mis manos sobre sus pectorales, apretando suavemente, embriagada por la sensación de su firmeza. Él me levantó sin esfuerzo y, juntos, nos sumergimos en la bañera. Me senté a horcajadas sobre él, el agua cálida envolviéndonos como un refugio silencioso.—Eres hermosa —susurró con una ligera sonrisa. Sus palabras eran como un bálsamo. Me aferré a él con fuerza, buscando consuelo en la calidez de su piel y en su arom
Giorgio me pidió no salir de su casa, pero sin él, me sentía muy sola y tenía muchas cosas que hacer, entre ellas volver a la empresa. No podía simplemente dejarle todo en manos de Pietro. Necesitaba volver, enfrentar la situación y también resolver el tema del divorcio. Necesitaba acelerar las cosas y encontrar la manera de no cederle nada de lo mío a ese infeliz.Me puse en marcha. Cuando salí al jardín, Alessandro estaba allí con mala cara. Me acerqué a él y le di una pequeña sonrisa.—¿Puedes llevarme a la oficina?—le pregunté, pero negó con la cabeza enseguida.—No tienes permitido salir—me dijo.El recuerdo de Pietro tratando de encerrarme en casa llegó como una ráfaga.—No pueden tenerme aquí encerrada. No soy el objeto de nadie—le dije, a lo que él se rió.—Ve dentro. No quiero ganarme un problema con Giorgio—me respondió.Claro que no volvería adentro. Ni Giorgio ni nadie tenía el derecho de encerrarme.—O me llevas o me voy en un taxi—le advertí. Pero él no se movió ni un ce
Pietro caminó rápidamente hacia mí, su mano fue a mi cuello, apretando con fuerza e impidiéndome respirar. El aire se me escapaba, pero mi mirada fija en él no titubeó ni un segundo. Miré a Gabriele, buscando ayuda, pero él se veía complacido con lo que me estaba haciendo, como si fuera un espectáculo. Agarré su mano y, con todas mis fuerzas, la separé de mi cuello. Tosí un poco, pero me recuperé rápidamente, tomando aire con avidez. Miré a Pietro con rabia, mis dedos aún temblando de la adrenalina, y le di un puñetazo tan fuerte que lo hizo retroceder.—¡Que esta sea la última vez que te atrevas a hacerme daño! ¡No soy tu jodida mascota! —le grité, mi voz llena de furia y desafío.—¡Eres una perra, Abigail! —me gritó Pietro. Su rostro, descompuesto por la rabia, solo alimentó mi determinación. Entonces comencé a reír, una risa amarga y cortante.—Lo soy, y para que te duela más, acabo de follar con Giorgio en su oficina —le dije, saboreando cada palabra.Su rostro se contorsionó, los
Cuando llegué a casa, encontré a Abigail sentada en la cama, con la mirada perdida en la nada. Parecía tan ausente que, por un instante, dudé si siquiera se había dado cuenta de mi presencia. Caminé lentamente hacia ella y me senté a su lado. Fue entonces cuando giró bruscamente la cabeza y me miró. Sus ojos estaban rojos e hinchados, evidencia de que había llorado durante mucho tiempo.—Pietro está con tu hermano —murmuró con voz apagada.Asentí en silencio.—¿Por qué no me lo dijiste? Quiero saberlo todo, sin importar cuán cruel o doloroso sea —pidió, con una súplica latente en su voz.—Gabriele le otorgó el sello de la familia, convirtiéndolo en uno de nuestros aliados. Tendrá beneficios, pero si alguna vez hace algo que ponga en peligro a mi familia o a nuestra especie, será ejecutado sin contemplaciones —le expliqué con frialdad.Abigail no respondió de inmediato. En su lugar, se inclinó hacia mí y me abrazó con una fuerza que reflejaba su miedo. Yo le devolví el gesto, estrechán