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Giorgio me pidió no salir de su casa, pero sin él, me sentía muy sola y tenía muchas cosas que hacer, entre ellas volver a la empresa. No podía simplemente dejarle todo en manos de Pietro. Necesitaba volver, enfrentar la situación y también resolver el tema del divorcio. Necesitaba acelerar las cosas y encontrar la manera de no cederle nada de lo mío a ese infeliz.

Me puse en marcha. Cuando salí al jardín, Alessandro estaba allí con mala cara. Me acerqué a él y le di una pequeña sonrisa.

—¿Puedes llevarme a la oficina?—le pregunté, pero negó con la cabeza enseguida.

—No tienes permitido salir—me dijo.

El recuerdo de Pietro tratando de encerrarme en casa llegó como una ráfaga.

—No pueden tenerme aquí encerrada. No soy el objeto de nadie—le dije, a lo que él se rió.

—Ve dentro. No quiero ganarme un problema con Giorgio—me respondió.

Claro que no volvería adentro. Ni Giorgio ni nadie tenía el derecho de encerrarme.

—O me llevas o me voy en un taxi—le advertí. Pero él no se movió ni un ce
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