Habían pasado varios días desde aquel horroroso incidente, y aún no podía sacar de mi mente la imagen de aquella pobre chica tirada en el suelo, sin vida. Me sentía atrapada en la cama, como si mi cuerpo estuviera pegado a ella, como si mis ganas de vivir se hubieran hundido en el colchón junto con mi alma marchita.La puerta de la habitación se abrió, y Giorgio entró con una bandeja en las manos. Se acercó y se sentó en la orilla de la cama, observándome antes de colocar la bandeja sobre la pequeña mesa de noche.—Tienes que levantarte. El abogado llamó, ya tiene todos los papeles listos para que los firmes —dijo con un tono firme.Me incorporé lentamente y lo miré a los ojos con frialdad.—No le daré nada de lo que me pertenece.Giorgio suspiró con exasperación y se puso de pie.—Te vas a divorciar. Si tanto te preocupa el dinero, ya te he dicho que yo te daré la cantidad que le corresponde a él.Su respuesta me indignó. No era el dinero lo que me importaba. Entregarle a Pietro part
Mis manos temblaban mientras Gabriele sonreía tan despiadadamente. Aún no podía entender cómo ellos podían ser tan crueles con inocentes. Todo esto era absurdo.—Decídete, Abigail, no tengo todo el tiempo del mundo y hay cosas más importantes de las cuales encargarme.Volteé a verlo. Quise gritarle todo lo que pensaba, pero hacerlo solo lo cabrearía y, posiblemente, alguno de los que estaban allí sería ejecutado.—Yo puedo alejarme, pero no creo que tu hermano lo haga —le dije, conteniendo el llanto que amenazaba con salir.—Regresa con tu esposo, eso lo detendrá —me dijo con indiferencia.Me reí. Era lo más absurdo que había escuchado en toda mi vida.—Vete a la mierda, Gabriele —le escupí con rabia.Él abrió ligeramente la boca, sorprendido por mi respuesta. Vi cómo daba un par de pasos hacia mí, lento, estudiando cada uno de mis movimientos, hasta quedar tan cerca que podía oler el mentolado de su aliento. Sus dedos se crisparon a un lado de su cuerpo y supe que algo estaba a punto
Gabriele suspiró profundamente, una exhalación cargada de frustración y desapego. Giorgio, su hermano, le había causado suficientes problemas como para durarle toda una vida. Jaquecas interminables, noches en vela y un mal humor que no cedía. Había intentado ayudarlo de mil maneras, pero Giorgio era terco: no había forma de salvarlo si él no quería ser salvado. Gabriele había llegado a una conclusión fría. Si su hermano insistía en cavar su propia tumba, no iba a ser él quien lo detuviera. A partir de ahora, dejaría que las cosas siguieran su curso, incluso si eso significaba sacrificar a Giorgio. La idea no lo perturbaba; era una decisión lógica, necesaria.Caminó con paso firme hacia el jardín, donde su chofer lo esperaba junto al lujoso Mercedes negro. El coche brillaba bajo la luz del sol, imponente y silencioso, como una extensión más de su poder. Gabriele no dijo una palabra; no hacía falta. El chofer abrió la puerta trasera, y él se deslizó en el asiento de cuero, sintiendo cóm
Regresé a casa. Al entrar, me encontré con Pietro en el vestíbulo, algo que me resultó extraño, ya que él siempre estaba encerrado en su oficina. Cuando me vio, esbozó una sonrisa y se acercó lentamente hacia mí. Lo esquivé y continué mi camino hacia las escaleras, pero sentí su mano cerrarse con fuerza alrededor de mi brazo, deteniéndome en seco.—¿Ya se ha cansado de ti?— dijo con un tono burlón.Me di la vuelta y lo enfrenté. Tomé su mano y, dedo por dedo, la separé de mi brazo. Luego, le sonreí con una mezcla de desafío y sarcasmo.—Sí, y lo voy a extrañar muchísimo. Nunca nadie me había hecho sentir tan mujer como él lo hizo— le solté adrede, sabiendo que mis palabras lo herirían. La vena de su sien palpitaba, y su mandíbula estaba tan tensa que parecía a punto de romperse.Le lancé una última sonrisa antes de subir las escaleras. Sabía que estaba consumido por la rabia; Pietro nunca supo perder.Al llegar a mi habitación, cerré la puerta con llave. Solo quedaban algunas de mis c
Fui arrastrada al jardín. Giorgio, claramente furioso, me agarró de los hombros y me sacudió con fuerza. Lo aparté de mí y retrocedí lo más que pude, sintiendo cómo la tensión entre nosotros crecía.—¿Estás loca? Ese tipo es una mierda, y tú hablas con él como si nada— me acusó, su voz cargada de ira y preocupación.—¿Una mierda? Pensé que la mierda eras tú, siempre pensando solo en ti— le respondí, sin poder evitar el tono desafiante en mi voz.Giorgio apretó los puños con fuerza, sus nudillos blanqueando bajo la presión.—Perdón por querer protegerte. Perdón por querer vivir un poco más— dijo, su voz temblorosa pero firme.—Ellos necesitan tu ayuda— insistí, tratando de hacerle entender.—Tú no sabes nada, Abigail. Meterte en ese asunto solo hará que termines en un lugar tan espeluznante que desearás con todas tus fuerzas morir. Y ese tipo con el que hablaste es dueño de uno de esos lugares— me advirtió, sus ojos oscuros llenos de de frustración.—Entonces ayúdame a ayudarlos— le su
Era sábado y estaba sola en mi apartamento. Giorgio se había ido muy temprano, ya que tenía una reunión importante y no regresaría hasta la noche. Así que decidí pasar un día normal, como solía hacerlo antes. Me levanté de la cama y fui directo al baño. Hoy me sentía muy animada.Me cambié con algo cómodo y salí. Me subí al coche y lo encaminé al centro comercial. Quería comprar muchas cosas y, más tarde, iría a visitar a Jim.Camine por el centro comercial, tratando de distraerme, de olvidar por un momento todo lo que había estado cargando en mi mente. Giorgio ya no vivía conmigo, pero nuestros encuentros furtivos eran cada vez más discretos, pero no por eso menos intensos. Aunque había decidido no compartir mi espacio con él, algo en nuestra conexión era difícil de romper. Giorgio lo sabía, y por eso siempre encontraba la manera de estar cerca, de recordarme que no me dejaría ir tan fácilmente.Mientras caminaba, pensé en Gabriele y en que ya no me sentía perseguida, su acoso hacia
Regrese a mi apartamento después de hablar por un buen rato con Bonnie, ella era demasiado divertida, tenía una luz impresione. cuando llegue entre fui directo a la cocina, quería prepárale una cena romántica a Giorgio, y cerrar este día con algo bueno.Para cuando termine eran casi las ocho de la noche, así que me apresure a poner la mesa para esperarlo, ya que el vendría pronto. Pero los minutos seguían pasando y Giorgio no regresaba. Me recosté en la mesa y cerré los ojos, me sentía cansada.El sonido de la llave girando en la cerradura me despertó. Abrí los ojos lentamente, desorientada, y me di cuenta de que me había quedado dormida en la mesa. La vela que había encendido horas antes estaba casi consumida, y la cena que preparé con tanto esmero ahora estaba fría. Levanté la vista y allí estaba él, Giorgio, de pie en la puerta con esa mirada cansada que tanto me preocupaba.—Giorgio… —murmuré, sonriendo a pesar de la pesadez en mis párpados. Me levanté de la silla y caminé hacia é
No podía respirar. El aire dentro del coche parecía espeso, pesado, como si el horror que presenciaba afuera se hubiera filtrado por las ventanas y me estuviera ahogando. Giorgio estaba a mi lado, tenso, con las manos firmes en el volante, listo para arrancar en cualquier momento. Pero yo no podía apartar la mirada de ellas, y del sufrimiento que se reflejaba en sus rostros.La subasta de ceros.Era peor de lo que había imaginado. Peor de lo que cualquier mente humana podría concebir. Las luces brillantes del lugar iluminaban a las chicas, todas jóvenes, todas frágiles, todas con miradas vacías, como si ya no hubiera vida en ellas. No pasaban de los dieciocho años. Algunas incluso parecían más jóvenes. Y allí estaban, de pie, en fila, como mercancía. Como si fueran objetos, no personas.Mi corazón latía con fuerza. Sentía las lágrimas rodar por mis mejillas, pero no podía llorar en voz alta. No podía hacer nada. Giorgio me había advertido: "No importa lo que veas, no importa lo que si