La camioneta se detuvo bruscamente. Las chicas a mi alrededor se agitaron, susurrando entre ellas, algunas con miedo, otras con una extraña resignación. Las puertas traseras se abrieron de golpe, y la luz del exterior inundó el interior del vehículo.Parpadeé, tratando de adaptar mis ojos a la claridad. Afuera, se extendía un paisaje vasto y desolado: una enorme granja, con campos que parecían no tener fin. No había casas a la vista, solo aquel lugar, rodeado de soledad.Las chicas comenzaron a bajar, una por una, algunas temblando, otras con la mirada perdida. Yo me quedé atrás, observando, tratando de entender qué era este lugar. ¿Era realmente un refugio, como había dicho el hombre de la camioneta? ¿O era otra clase de trampa?Cuando finalmente bajé, sentí el suelo firme bajo mis pies. El aire olía a tierra húmeda y a hierba fresca, pero también a algo más, algo que no podía identificar. Caminé lentamente, mirando a mi alrededor, tratando de encontrar alguna señal que me dijera qué
No había dormido. No podía. El sueño era un lujo que no merecía, no cuando Abigail estaba perdida en algún lugar, en las garras de quienes no tenían piedad. Cada vez que cerraba los ojos, su rostro aparecía, como un fantasma que se burlaba de mi impotencia. Abigail. Esa mirada suya, llena de determinación y valentía, que tanto admiraba, ahora se convertía en un tormento. La veía correr, alejarse, desvanecerse en la oscuridad, en el caos que yo mismo había ayudado a crear. La llamé, grité su nombre hasta que mi voz se quebró, pero fue inútil. Solo el eco de mi desesperación respondió.La culpa me devoraba por dentro, como un parásito que no dejaba de crecer. ¿Por qué la llevé allí? ¿Por qué no la detuve? Sabía que era peligroso, sabía que no estaba preparada para enfrentar algo así. Pero ella insistió, con esa terquedad que tanto la caracterizaba. Quería ayudar, decía. Y yo, como un imbécil, cedí. Ahora, estaba en algún lugar, en manos de monstruos que no conocían la compasión. Y yo, a
No había dormido en toda la noche, así que me levanté muy temprano y bajé las escaleras. El sol apenas comenzaba a asomarse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Cuando llegué abajo, ya había varias personas despiertas. Uno de los hombres que había participado en el rescate de anoche se acercó a mí, sosteniendo una taza humeante de café.—¿Quieres? — me preguntó, extendiéndome la taza.La tomé con gratitud, sintiendo el calor del líquido en mis manos. El hombre me miró fijamente, sus ojos cansados pero amables.—¿Te quedarás? — preguntó.Negué con la cabeza de inmediato. No podía quedarme.—Tengo muchas cosas que resolver— le contesté.El hombre sonrió, como si ya hubiera esperado esa respuesta.—Es una lástima— dijo, con un tono de ligereza que no lograba ocultar del todo su decepción. —Nos hacen falta chicas hermosas aquí.Antes de que pudiera responder, Lidia apareció de la nada y le dio un golpe en la cabeza, haciéndolo torcer el gesto.—Deja de molestar a la chica— di
Los días pasaban y yo sentía que me ahogaba en mi propia impotencia. Giorgio seguía negándose a darme la información que tanto necesitaba. Cada vez que le preguntaba por las próximas subastas, su respuesta era siempre la misma: un "no" rotundo, firme, haciéndome sentir tan impotente.—Es demasiado peligroso, y tu no conoces a esas personas, asi que deja de ser tan terca—me regaño. —No quiero que te involucres más.—por favor, tu me dijiste que me ayudarías— le recordé.—Confía en mí, ya me encargare yo— Pero ¿cómo podía confiar? ¿Cómo podía quedarme de brazos cruzados cuando sabía que cada segundo que pasaba era una oportunidad perdida para salvar a alguien más, para detener el horror que se escondía en las sombras?—Giorgio, ellos saben lo que hacen, si tu me das la información, ellos se encargaran— le dije.Giorgio sonrió, agarro mi mandíbula y me acerco a él, su lengua paso por mis labios, haciendo que todo mi cuerpo sintiera un cosquilleo.—no les conozco, no puedo confiar en ello
Me senté en la cama, inquieta, esperando a Giorgio. Mi mente no dejaba de dar vueltas alrededor de lo que Lidia me había dicho. ¿Por qué no me había marcado? ¿Acaso no era lo suficientemente importante para él? ¿O simplemente no quería atarme de esa manera? Tal vez me lo había mencionado antes y yo no lo recordaba, o quizás era algo que él prefería mantener en secreto. ¡Dios! Me estaba volviendo loca. Cada minuto que pasaba sin respuestas era una tortura.Entonces, escuché la puerta del apartamento abrirse. Mi corazón dio un vuelco. Giorgio estaba aquí. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo de la habitación. Él estaba en la entrada, con el ceño fruncido, como si algo lo preocupara. No dije nada. No podía. En lugar de eso, corrí hacia él, salté y me aferré a su cuerpo con todas mis fuerzas. Mis piernas se enredaron alrededor de su cintura, y antes de que pudiera reaccionar, lo besé. No fue un beso suave, ni tierno. Fue desesperado, lleno de una necesidad que no podía explicar.Giorgio
Los días pasan lentamente, tan lentamente que a veces siento que el tiempo se ha detenido por completo. Giorgio ya no viene como antes. Antes llegaba casi todos los días, con esa sonrisa que me hacía sentir que todo, por complicado que fuera, valía la pena. Pero ahora… ahora solo viene de vez en cuando, y cada vez que lo hace, parece más distante, más cansado. Yo, por mi parte, me siento vacía, sin ánimos de nada. El apartamento, que antes me parecía un refugio, ahora se siente como una prisión.Hoy intenté salir. Necesitaba aire, necesitaba sentir que aún existía algo más allá de estas cuatro paredes. Pero apenas crucé la puerta, vi a Alessandro parado frente al edificio, con esa mirada fría que siempre parece saber demasiado. Me miró y, sin decir una palabra, me hizo entender que no debía seguir.—Es peligroso —me dijo finalmente—. Si alguien más se entera de lo que pasó… Giorgio volverá pronto. Solo espera.Apreté los dientes, frustrada, pero no tuve más opción que regresar. Subí l
Caí al suelo, las lágrimas rodaban por mis mejillas sin control. Mi vida había tomado un rumbo completamente diferente al que alguna vez imaginé. Todo comenzó con la necesidad de venganza por lo que le hicieron a mi padre, pero ahora… ahora estaba atrapada en una red de mentiras, secretos y peligros que no me permitían ver con claridad. Ya no sabía qué camino tomar, ni siquiera quién era realmente.La voz de Giorgio resonó nuevamente al otro lado de la puerta, suplicándome que abriera, que habláramos. Pero yo no podía. No ahora. No quería ver su cara.—¡Lárgate! —le grité, con la voz quebrada por el llanto—. ¡O llamaré a la policía!El silencio que siguió fue ensordecedor. Giorgio se fue, lo supe. Y en ese momento, me sentí más sola que nunca. Abandonada. Traicionada. Me quedé allí, tirada en el suelo, preguntándome cómo había llegado a este punto, la vida se me hacia tan dolorosa, este sentimiento era tan parecido al de perder a mi padre.De repente, el sonido de mi celular me sacó d
El motor de la camioneta rugió por última vez antes de apagarse, y el silencio que siguió fue ensordecedor. Mis oídos zumbaban, pero no era por el ruido del vehículo, sino por el caos que retumbaba dentro de mi cabeza. Mis manos temblaban, mis piernas parecían hechas de gelatina, y cuando intenté salir de la camioneta, casi caigo al suelo. Me tambaleé, agarrándome de la puerta para no colapsar. El mundo a mi alrededor se sentía irreal, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.Lidia estaba allí, observándome. Intentó acercarse, su mano extendida como si quisiera tocarme, pero me aparté bruscamente.—Tú me dijiste que era una subasta —le grité, mi voz temblorosa pero llena de rabia—. ¡Me engañaste!Ella dio un paso hacia atrás, como si mis palabras la hubieran empujado físicamente. Sus ojos no mostraron arrepentimiento.—Si no matamos a los Alfas, esto nunca acabará —respondió, su voz calmada, casi fría, como si estuviera explicando algo obvio a un niño.