Caí al suelo, las lágrimas rodaban por mis mejillas sin control. Mi vida había tomado un rumbo completamente diferente al que alguna vez imaginé. Todo comenzó con la necesidad de venganza por lo que le hicieron a mi padre, pero ahora… ahora estaba atrapada en una red de mentiras, secretos y peligros que no me permitían ver con claridad. Ya no sabía qué camino tomar, ni siquiera quién era realmente.La voz de Giorgio resonó nuevamente al otro lado de la puerta, suplicándome que abriera, que habláramos. Pero yo no podía. No ahora. No quería ver su cara.—¡Lárgate! —le grité, con la voz quebrada por el llanto—. ¡O llamaré a la policía!El silencio que siguió fue ensordecedor. Giorgio se fue, lo supe. Y en ese momento, me sentí más sola que nunca. Abandonada. Traicionada. Me quedé allí, tirada en el suelo, preguntándome cómo había llegado a este punto, la vida se me hacia tan dolorosa, este sentimiento era tan parecido al de perder a mi padre.De repente, el sonido de mi celular me sacó d
El motor de la camioneta rugió por última vez antes de apagarse, y el silencio que siguió fue ensordecedor. Mis oídos zumbaban, pero no era por el ruido del vehículo, sino por el caos que retumbaba dentro de mi cabeza. Mis manos temblaban, mis piernas parecían hechas de gelatina, y cuando intenté salir de la camioneta, casi caigo al suelo. Me tambaleé, agarrándome de la puerta para no colapsar. El mundo a mi alrededor se sentía irreal, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.Lidia estaba allí, observándome. Intentó acercarse, su mano extendida como si quisiera tocarme, pero me aparté bruscamente.—Tú me dijiste que era una subasta —le grité, mi voz temblorosa pero llena de rabia—. ¡Me engañaste!Ella dio un paso hacia atrás, como si mis palabras la hubieran empujado físicamente. Sus ojos no mostraron arrepentimiento.—Si no matamos a los Alfas, esto nunca acabará —respondió, su voz calmada, casi fría, como si estuviera explicando algo obvio a un niño.
Gabriele me agarró del cuello con fuerza. Sus dedos se clavaron en mi piel como garras, y su respiración era pesada, cargada de rabia. No me resistí. No podía. No tenía fuerzas, ni físicas ni emocionales. Lo dejé arrastrarme por el pasillo. La ira en sus ojos era evidente, un fuego que quemaba todo a su paso, y no era para menos. Habíamos perdido a nuestra madre. Y la culpable era ella. Abigail. La mujer que amaba.Mi pecho se encogía cada vez que lo pensaba, sentía como su un cuchillo lo atravesara. Estaba dividido en dos, desgarrado entre el amor que sentía por ella y la rabia que me consumía, la sed de venganza que crecía como una bestia dentro de mí. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que ella se acercara tanto a mí, solo para traicionarme de la manera más cruel posible?Gabriele me empujó dentro de una habitación vacía y cerró la puerta de un golpe. El sonido resonó en mis oídos con fuerza. Me miró fijamente, sus ojos inyectados en sangre, y entonces lo vi venir. E
Hoy había sido el funeral de mi madre. Mi padre estaba destrozado, y no podía culparlo. Él la amaba más que a nada en este mundo, y ahora esa parte de su alma había sido arrancada de cuajo. El resto de la familia tampoco podía ocultar su dolor. Los rostros de mis tíos, primos y amigos estaban marcados por la tristeza, pero ninguno de ellos llevaba la misma carga que yo. Gabriele, mi hermano, no me miraba directamente, pero cuando nuestros ojos se encontraron por un breve instante, pude ver algo en los suyos que me heló la sangre: sed de venganza. Y aunque me duele admitirlo, esa misma sed ardía dentro de mí.Ella… Abigail, mi amor, mi otra mitad, había sido la responsable de todo esto. La persona que una vez fue mi refugio, mi razón para sonreír, ahora era la causante de este dolor insoportable. Me había quitado a alguien valioso, alguien irreemplazable. Mi madre. Ya no podía ver a Abigail como alguien grato, como la mujer que alguna vez amé con todo mi ser. Sin embargo, por más que l
Los días pasaron, pero para mí, el tiempo había perdido todo significado. Las horas se arrastraban lentamente. No tenía ganas de moverme, de respirar siquiera. Solo lloraba. Las lágrimas caían sin cesar, como si mi cuerpo intentara expulsar el dolor que me consumía por dentro. Sabía lo que era perder a alguien, lo había vivido antes, pero esta vez era diferente. Esta vez, la culpa era mía. Yo había provocado la muerte de la madre de Giorgio, y él me odiaba. Lo sabía, lo sentía en cada fibra de mi ser.La puerta de la habitación se abrió con un chirrido suave, y Lidia entró, se sentó en el borde de la cama, y su mano se posó sobre mi hombro.—Deberías levantarte y comer algo —me sugirió —. No es saludable que te quedes aquí, Abigail.Pero yo no quería moverme. No quería comer. No quería hacer nada. Solo deseaba quedarme allí, en la penumbra de aquella habitación, donde las sombras parecían abrazarme y protegerme de la realidad. En mi mente, una y otra vez, se repetía la imagen de Giorg
Mis ojos se abrieron poco a poco, como si el mundo a mi alrededor se resistiera a mostrarme la pesadilla en la que había caído. Sentí un dolor agudo en mi pierna, un dolor que se extendía como un fuego lento, quemando cada fibra de mi ser. No podía moverme. No podía escapar. Mi cuerpo era un peso muerto, arrastrado por el pasillo frío y húmedo. Sentí el roce áspero del suelo contra mi piel desnuda, y el aire helado que me golpeaba como si quisiera recordarme que esto era real, que no era un sueño del que pudiera despertar.Intenté levantar la cabeza, pero la fuerza con la que me sujetaban la pierna era implacable. Mis manos, temblorosas, buscaron algo a lo que aferrarse, pero solo encontraron el vacío. Miré de un lado a otro, y lo que vi me heló la sangre. Había más chicas, todas desnudas, todas con correas alrededor del cuello, como si fuéramos animales. Sus rostros estaban marcados por el miedo, por la desesperación silenciosa que solo quienes han perdido toda esperanza pueden enten
Me llevaron a otra habitación, un lugar que parecía diseñado para romperme. No había nadie más allí, solo yo y el silencio opresivo que parecía cerrarse a mi alrededor. Miré de un lado a otro, buscando desesperadamente algo, cualquier cosa, que me ayudara a escapar. Pero no había ventanas, no había salidas. Solo la puerta por la que había entrado, y esa puerta estaba cerrada con llave. El aire en la habitación era pesado, sofocante, como si las paredes estuvieran absorbiendo todo el oxígeno. El calor era insoportable, y cada respiro que tomaba parecía llenar mis pulmones de fuego.Me quedé allí, sentada en el suelo, mirando fijamente a la nada. Traté de pensar en un plan, en alguna forma de salir de ese infierno, pero mi mente estaba en blanco. No era que no se me ocurriera nada, era que no había ninguna oportunidad. Las horas pasaron, aunque no podía decir cuántas. El calor aumentaba, y con él, la sed. Mi garganta estaba seca, cada trago de aire era una agonía. El dolor en mi pierna,
Después de días de búsqueda, finalmente encontramos un lugar en el campo que parecía ser un punto clave. Había varios cuerpos de ceros esparcidos por el área, y el olor a podredumbre era insoportable. Estaba bastante seguro de que ella había estado allí, y que ahora probablemente estaba en uno de esos asquerosos lugares que Dunkel solía usar para esconder a sus "invitados". La idea de que Abigail estuviera en un lugar así me llenaba de rabia y desesperación, pero también de una determinación fría. Tenía que encontrarla antes de que Gabriele lo hiciera.—¿Sabes quién fue? — pregunto Alessandro mientras inspeccionábamos el área.—Dunkel — respondí sin dudar.Dunkel era el único lo suficientemente audaz como para meterse en medio de este desastre. Pero algo no encajaba.—Es extraño que no haya dicho nada. Creo que todos saben que la estoy buscando— dije, más para mí que para Alessandro.—Él no necesita dinero, pero estoy seguro de que pedirá algo a cambio de ella— respondió Alessandro, y