Los días pasaron, pero para mí, el tiempo había perdido todo significado. Las horas se arrastraban lentamente. No tenía ganas de moverme, de respirar siquiera. Solo lloraba. Las lágrimas caían sin cesar, como si mi cuerpo intentara expulsar el dolor que me consumía por dentro. Sabía lo que era perder a alguien, lo había vivido antes, pero esta vez era diferente. Esta vez, la culpa era mía. Yo había provocado la muerte de la madre de Giorgio, y él me odiaba. Lo sabía, lo sentía en cada fibra de mi ser.La puerta de la habitación se abrió con un chirrido suave, y Lidia entró, se sentó en el borde de la cama, y su mano se posó sobre mi hombro.—Deberías levantarte y comer algo —me sugirió —. No es saludable que te quedes aquí, Abigail.Pero yo no quería moverme. No quería comer. No quería hacer nada. Solo deseaba quedarme allí, en la penumbra de aquella habitación, donde las sombras parecían abrazarme y protegerme de la realidad. En mi mente, una y otra vez, se repetía la imagen de Giorg
Mis ojos se abrieron poco a poco, como si el mundo a mi alrededor se resistiera a mostrarme la pesadilla en la que había caído. Sentí un dolor agudo en mi pierna, un dolor que se extendía como un fuego lento, quemando cada fibra de mi ser. No podía moverme. No podía escapar. Mi cuerpo era un peso muerto, arrastrado por el pasillo frío y húmedo. Sentí el roce áspero del suelo contra mi piel desnuda, y el aire helado que me golpeaba como si quisiera recordarme que esto era real, que no era un sueño del que pudiera despertar.Intenté levantar la cabeza, pero la fuerza con la que me sujetaban la pierna era implacable. Mis manos, temblorosas, buscaron algo a lo que aferrarse, pero solo encontraron el vacío. Miré de un lado a otro, y lo que vi me heló la sangre. Había más chicas, todas desnudas, todas con correas alrededor del cuello, como si fuéramos animales. Sus rostros estaban marcados por el miedo, por la desesperación silenciosa que solo quienes han perdido toda esperanza pueden enten
Me llevaron a otra habitación, un lugar que parecía diseñado para romperme. No había nadie más allí, solo yo y el silencio opresivo que parecía cerrarse a mi alrededor. Miré de un lado a otro, buscando desesperadamente algo, cualquier cosa, que me ayudara a escapar. Pero no había ventanas, no había salidas. Solo la puerta por la que había entrado, y esa puerta estaba cerrada con llave. El aire en la habitación era pesado, sofocante, como si las paredes estuvieran absorbiendo todo el oxígeno. El calor era insoportable, y cada respiro que tomaba parecía llenar mis pulmones de fuego.Me quedé allí, sentada en el suelo, mirando fijamente a la nada. Traté de pensar en un plan, en alguna forma de salir de ese infierno, pero mi mente estaba en blanco. No era que no se me ocurriera nada, era que no había ninguna oportunidad. Las horas pasaron, aunque no podía decir cuántas. El calor aumentaba, y con él, la sed. Mi garganta estaba seca, cada trago de aire era una agonía. El dolor en mi pierna,
Después de días de búsqueda, finalmente encontramos un lugar en el campo que parecía ser un punto clave. Había varios cuerpos de ceros esparcidos por el área, y el olor a podredumbre era insoportable. Estaba bastante seguro de que ella había estado allí, y que ahora probablemente estaba en uno de esos asquerosos lugares que Dunkel solía usar para esconder a sus "invitados". La idea de que Abigail estuviera en un lugar así me llenaba de rabia y desesperación, pero también de una determinación fría. Tenía que encontrarla antes de que Gabriele lo hiciera.—¿Sabes quién fue? — pregunto Alessandro mientras inspeccionábamos el área.—Dunkel — respondí sin dudar.Dunkel era el único lo suficientemente audaz como para meterse en medio de este desastre. Pero algo no encajaba.—Es extraño que no haya dicho nada. Creo que todos saben que la estoy buscando— dije, más para mí que para Alessandro.—Él no necesita dinero, pero estoy seguro de que pedirá algo a cambio de ella— respondió Alessandro, y
El olor a sangre y podredumbre se clavó en mi nariz, mientras avanzábamos por aquel lugar asueroso. Dunkel iba tranquilo, tarareando una canción como si esto fuera un paseo cualquiera, pero yo sentía que mi interior ardía, que la rabia me consumía por dentro, devorándome lentamente.Dunkel se detuvo frente a una puerta y tocó. Al abrirse, me hizo un gesto para que entrara. Lo hice, y lo que vi me dejó helado. Era ella. Abigail. Estaba allí, temblando como un cachorro maltratado, su cuerpo lleno de moretones, su piel marcada por el dolor. Parecía que la habían roto una y otra vez, y aún así, seguía viva. Mis manos temblaron, mi garganta se secó. No podía creer lo que estaba viendo.—Levántenla, quiero que vea quién ha venido a visitarla— ordenó Dunkel, con esa voz fría que me hacía hervir la sangre.Uno de los hombres la agarró bruscamente y la levantó del suelo. Abigail miró en mi dirección, sus ojos rojos e hinchados, llenos de un dolor que me atravesó como una bala. Tragué en seco,
Dunkel sonrió con una frialdad. Los gritos de rabia y desesperación de Giorgio resonaban en el aire, pero a él solo le divertían. Miró a la mujer en sus brazos, hecha añicos e inerte, y su sonrisa se ensanchó aún más. Caminó con ella, como si su cuerpo no fuera más que un saco de carne, hasta llegar a una habitación fría y oscura. Allí, la arrojó al suelo sin miramientos, como si su vida no valiera nada. Sacó su celular y comenzó a tomar fotografías, capturando cada ángulo de su sufrimiento, cada detalle de su agonía. Dunkel sonrió, sabiendo que, con esto, el había saldado, aunque sea una pequeña parte de su humillación.Envió las fotografías a Mikaela. Sabía que pronto se enfrentarían, que pronto ella vería el precio de haberlo traicionado años atrás. Esto era solo el comienzo. La hija que tanto había cuidado, Abigail, ahora yacía destrozada, y Dunkel se regodeaba en su venganza.—Señor ¿qué hacemos con el cuerpo? —preguntó uno de sus hombres, rompiendo el silencio.—Tírenla —ordenó
Todo mi mundo había cambiado desde que ella se fue. La busqué con la desesperación, tenia la esperanza de encontrarla con vida, pero solo era un sueño. Yo mismo había visto su cuerpo inerte, frío, sin vida. Cada vez que ese recuerdo cruzaba mi mente, sentía cómo mi corazón se desgarraba en mil pedazos. Gabriele y yo, definitivamente habíamos terminado nuestra relación. Nunca lo perdonaría por lo que me había hecho, y ahora, yo era su piedra en el camino.Me había involucrado de lleno en joderle la vida. Si yo no era feliz, él tampoco lo sería. Estaba decidido a encontrar una rasgadura en su armadura, y de hecho, creía haberla encontrada. Miré el enorme edificio de apartamentos y sonreí con amargura. Mi hermano, Gabriele, había estado frecuentando este lugar durante meses, y eso era extraño. Demasiado extraño. Hoy descubriría de qué se trataba.Dentro del apartamento, Gabriele yacía en la cama, envuelto en los brazos de una pequeña mujer de cabello negro. Ella parloteaba sobre su traba
No podía creer que habían pasado tantos meses. El tiempo parecía haberse desvanecido en un abrir y cerrar de ojos, y ahora, aquí estaba, a punto de dar a luz a un niño. Mi mente estaba en caos. Estaba desconcertada, asustada y desesperada.Me levanté de la camilla con dificultad, sintiendo el peso de mi vientre y la pesadez de mis pensamientos. Caminé lentamente hacia la ventana de la habitación, apoyándome en las paredes para no perder el equilibrio. Respiré profundamente, tratando de calmarme, pero el aire mismo parecía cargado de preguntas sin respuesta. ¿Era esto real? ¿O acaso había despertado en otra realidad, en un mundo paralelo donde las reglas que conocía ya no aplicaban?—¿Abby?— Escuché una voz llamarme desde la puerta. Me di la vuelta lentamente, como si temiera que, al moverme demasiado rápido, la ilusión se desvanecería. Y allí estaba ella. Mi madre. Un poco más vieja, con algunas arrugas, pero era ella. La reconocí al instante. Su cabello, sus ojos... todo en ella grit