Me quedé allí, inmóvil, observando a Lucrecia y a esa mujer que ahora ocupaba mi lugar. La esposa de Pietro. Mi suegra bajó las escaleras con prisas, sus ojos llenos de odio, y se acercó a mí con intención de intimidarme. Agarró mi brazo con fuerza, sus uñas clavándose en mi piel, pero no me inmuté. Con un movimiento rápido, le quité su mano de encima y la sostuve con firmeza antes de soltarla.—Suegra —dije, manteniendo la voz baja pero cargada de advertencia—, créame, no le conviene hacerme o decirme algo.Lucrecia no era de las que se quedaban calladas. Gritó, llamando a los empleados para que me sacaran a rastras de “su casa”. Pero antes de que pudieran tocarme, mis dos guardaespaldas entraron, bloqueando el camino. La expresión de sorpresa en su rostro fue deliciosa.—si no recuerdo mal, esta casa es mía— le dije.—¡Esta casa ya no es tuya! —rugió Lucrecia, desesperada—. ¡Todo es de mi hijo ahora!Sonreí. No podía evitarlo. Miré a la mujer embarazada. Mi pregunta era ¿ella sabia
La oficina de casa olía a madera encerada y menta. Un contraste asqueroso con el tufo a miedo y sangre que emanaba de Pietro. Estaba ahí, encorvado en la silla frente a mí, llorando como un niño. Las lágrimas le resbalaban por la barbilla, mezclándose con el sudor y la sangre. Patético. Apreté los puños bajo el escritorio, las uñas clavándose en mis palmas. ¿De verdad este era el hombre por el que alguna vez me desesperé? Ni siquiera su sufrimiento me causaba placer. Solo asco. Qué imbécil fui al dejar que alguien como él me pisoteara. —¿No dirás nada? —le pregunté. Levantó la cabeza y me miró. —¿Dónde la llevaste? —preguntó con voz ronca. Puse los ojos en blanco. —Cuando me des lo que necesito, tal vez te lo diga —aseguré. Pietro me sostuvo la mirada. En sus ojos vi la desesperación y el dolor que lo consumían. —Cambiemos de tema. Sé que sabes lo que soy —dije, arrastrando cada palabra lentamente—. Y también sé que eres la mano derecha de Gabriele. Sus ojos, rojos e hinchados
El teléfono vibró sobre mi escritorio y supe de inmediato que algo no estaba bien. Mire el identificador y era uno de los hombres que había enviado para secuestrar a aquella chica. Así que conteste rápidamente.—¿Ya la tienen? —pregunté. pero hubo un silencio molesto.—No… señor… —la voz del imbécil al otro lado sonaba nerviosa, temblorosa. Y eso solo me cabreó más—. La chica… alguien más se la llevó.El vaso que tenía en la mano terminó estampado contra la pared. El estruendo me calmó por dos segundos. Dos. Nada más.—¿¡Cómo que alguien más se la llevó!? —grité. La ira me nublaba. Me hervía la sangre.—Era un lobo, señor. Pero... no era uno de los nuestros. Nunca lo había visto.Me quedé en silencio, tragando veneno. ¿Un lobo desconocido? ¿Y estos idiotas no pudieron con él? ¿y si Gabriele había montado toda esta mierda para despistarme?—Averigua quién era ese cabrón. Ya —le ordené antes de colgarle.Me levanté y camine hacia la puerta y salí de mi oficina, con el fuego latiéndome e
El aire en la habitación era denso, cargado con el miedo que emanaba de Bonnie. Abigail cerró la puerta tras de sí con un golpe seco, sus tacones resonando contra el suelo de cemento. La joven sentada en medio del cuarto se estremeció al escuchar los pasos acercarse. —No mereces estar aquí —murmuró Abigail, agarrándole con fuerza la barbilla y obligándola a levantar el rostro—. Pero te necesito. La persona que amas no es lo que piensas, y él merece una lección. Bonnie jadeó, intentando apartarse, pero las ataduras en sus muñecas y la venda sobre sus ojos la mantenían indefensa. —¡Déjame ir! ¡No sé de qué estás hablando! —gritó, la voz quebrada por el llanto. Abigail esbozó una sonrisa fría. —Sé que tienes una relación con Gabriele. El nombre hizo que Bonnie se paralizara. Y su corazón empezó a latir con mucha fuerza. — Por favor, déjame ir— Le suplico Bonnie. pero Abigail la necesitaba, ella era la clave para su venganza. — lo siento, pero no puedo— Le dijo Abig
Días después.Una tras otra, imágenes de Bonnie aparecían frente a Gabriele: atada, la mirada oculta, su piel perdiendo color día a día. Pero nunca un mensaje claro, nunca una demanda. Solo ese goteo lento de agonía, calculado para corroerlo por dentro. Y Gabriele, el hombre que nunca se doblegaba, el que jamás dejaba escapar un gemido de dolor, se estaba desmoronando. —¡Es él! ¡Solo Giorgio sería capaz de esto! —rugió, estrellando una foto contra la pared con tanta fuerza que el marco saltó en pedazos. No quedaban alternativas. Si su hermano quería guerra, la tendría. Pero esta vez, no habría reglas. salió de su oficina rumbo a la casa de Giorgio. {...} Gabriele irrumpió en la casa de Giorgio como un huracán, derribando a los guardias que intentaron frenarlo. El cañón de su arma brilló bajo la luz del vestíbulo. Giorgio que bajaba las escaleras quedó viendo a su hermano con el celo fruncido. —¡¿DÓNDE ESTÁ BONNIE?! —grito el con desesperación. dentro el estaba murie
Mi mente no dejaba de pensar en ella. Yo la vi en ese lugar, hecha nada. Vi la sangre en su cuerpo desnudo, los ojos apagándose. Ese maldito disparo parecía mortal. Y sin embargo, ahí estaba. Viva. Lo peor de todo era que nunca me buscó. Aunque lo entiendo… yo fui un bastardo con ella.¡CARAJO! Pensar en ella me estaba volviendo loco. Me carcomía por dentro imaginar que me odiaba.Me bebí otro trago. El whisky me quemaba la garganta, pero no lograba quemar las preguntas.No entendía nada. Si era ella... ¿cómo seguía viva? ¿Dónde había estado todo este tiempo? ¿Y por qué ahora estaba con esos malditos lobos? ¿Qué quería conseguir secuestrando a esa chica? ¿Acaso no entendía lo peligroso que era meterse con mi hermano?La botella se me resbaló. Cayó sobre la alfombra con un golpe seco. La levanté rápido. Me paré de golpe. No podía quedarme quieto. Todo se estaba yendo al carajo otra vez, y mi cabeza era un maldito caos.Pensé en Pietro. Ese cabrón siempre metido donde no lo llaman. Él s
Alessandro buscó a un par de hombres de confianza, aunque en el fondo sabía que era una locura lo que Giorgio le había pedido. Pero él era su alfa, y le había jurado lealtad. Así que, aunque no estuviera de acuerdo, no tenía más opción que obedecer. La noche era fría, demasiado oscura. En el fondo, algo le decía que todo estaba mal. Junto a los dos lobos más, esperaban a que el reloj marcara la medianoche. No había luna, solo la tenue luz de las farolas rotas que parpadeaban como si fueran a apagarse de un segundo a otro. Alessandro revisó su arma por última vez, sintiendo el peso metálico en sus manos. Los otros lo imitaron, tensos, listos para lo que viniera. Con cautela, se dirigieron al almacén abandonado donde, supuestamente, retenían a la chica. El lugar era un esqueleto de cemento y hierro gastado, cubierto de grafitis, con un aire viciado de humedad y podredumbre. Rodearon el perímetro, asegurándose de que no hubiera guardias. Alessandro dio la señal. David, un tipo c
Hace un par de semanas, tuve un pequeño mareo, así que decidí hacerme un chequeo general. Estaba segura de que era un embarazo y fui ilusionada a mi médico de cabecera. Sin embargo, nada me preparó para la noticia que llegó. No estaba embarazada, pero habían encontrado una masa extraña en mis ovarios. Mi doctor intentó tranquilizarme, pero yo ya sabía lo que eso significaba. A pesar de todo, conservaba una pequeña esperanza... esperanza que se desvaneció por completo el día de hoy.Era estéril. Esa masa jamás me dejaría ser madre. Sentía que mi vida estaba arruinada. Siempre había soñado con ser madre, con formar una familia junto a Pietro. Ahora, ese sueño se había desmoronado en mil pedazos.Me tragué un sollozo. Desde hace un par de años, Pietro y yo empezamos a tener problemas. Él me reclamaba el no poder darle una familia, y eso me destrozaba el alma, así que insistía en que tal vez Dios no quería darnos hijos por el momento. Pero descubrí que si era yo la del problema.Subí al c