57

No había dormido en toda la noche, así que me levanté muy temprano y bajé las escaleras. El sol apenas comenzaba a asomarse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Cuando llegué abajo, ya había varias personas despiertas. Uno de los hombres que había participado en el rescate de anoche se acercó a mí, sosteniendo una taza humeante de café.

—¿Quieres? — me preguntó, extendiéndome la taza.

La tomé con gratitud, sintiendo el calor del líquido en mis manos. El hombre me miró fijamente, sus ojos cansados pero amables.

—¿Te quedarás? — preguntó.

Negué con la cabeza de inmediato. No podía quedarme.

—Tengo muchas cosas que resolver— le contesté.

El hombre sonrió, como si ya hubiera esperado esa respuesta.

—Es una lástima— dijo, con un tono de ligereza que no lograba ocultar del todo su decepción. —Nos hacen falta chicas hermosas aquí.

Antes de que pudiera responder, Lidia apareció de la nada y le dio un golpe en la cabeza, haciéndolo torcer el gesto.

—Deja de molestar a la chica— di
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