Me senté en la cama, inquieta, esperando a Giorgio. Mi mente no dejaba de dar vueltas alrededor de lo que Lidia me había dicho. ¿Por qué no me había marcado? ¿Acaso no era lo suficientemente importante para él? ¿O simplemente no quería atarme de esa manera? Tal vez me lo había mencionado antes y yo no lo recordaba, o quizás era algo que él prefería mantener en secreto. ¡Dios! Me estaba volviendo loca. Cada minuto que pasaba sin respuestas era una tortura.Entonces, escuché la puerta del apartamento abrirse. Mi corazón dio un vuelco. Giorgio estaba aquí. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo de la habitación. Él estaba en la entrada, con el ceño fruncido, como si algo lo preocupara. No dije nada. No podía. En lugar de eso, corrí hacia él, salté y me aferré a su cuerpo con todas mis fuerzas. Mis piernas se enredaron alrededor de su cintura, y antes de que pudiera reaccionar, lo besé. No fue un beso suave, ni tierno. Fue desesperado, lleno de una necesidad que no podía explicar.Giorgio
Los días pasan lentamente, tan lentamente que a veces siento que el tiempo se ha detenido por completo. Giorgio ya no viene como antes. Antes llegaba casi todos los días, con esa sonrisa que me hacía sentir que todo, por complicado que fuera, valía la pena. Pero ahora… ahora solo viene de vez en cuando, y cada vez que lo hace, parece más distante, más cansado. Yo, por mi parte, me siento vacía, sin ánimos de nada. El apartamento, que antes me parecía un refugio, ahora se siente como una prisión.Hoy intenté salir. Necesitaba aire, necesitaba sentir que aún existía algo más allá de estas cuatro paredes. Pero apenas crucé la puerta, vi a Alessandro parado frente al edificio, con esa mirada fría que siempre parece saber demasiado. Me miró y, sin decir una palabra, me hizo entender que no debía seguir.—Es peligroso —me dijo finalmente—. Si alguien más se entera de lo que pasó… Giorgio volverá pronto. Solo espera.Apreté los dientes, frustrada, pero no tuve más opción que regresar. Subí l
Caí al suelo, las lágrimas rodaban por mis mejillas sin control. Mi vida había tomado un rumbo completamente diferente al que alguna vez imaginé. Todo comenzó con la necesidad de venganza por lo que le hicieron a mi padre, pero ahora… ahora estaba atrapada en una red de mentiras, secretos y peligros que no me permitían ver con claridad. Ya no sabía qué camino tomar, ni siquiera quién era realmente.La voz de Giorgio resonó nuevamente al otro lado de la puerta, suplicándome que abriera, que habláramos. Pero yo no podía. No ahora. No quería ver su cara.—¡Lárgate! —le grité, con la voz quebrada por el llanto—. ¡O llamaré a la policía!El silencio que siguió fue ensordecedor. Giorgio se fue, lo supe. Y en ese momento, me sentí más sola que nunca. Abandonada. Traicionada. Me quedé allí, tirada en el suelo, preguntándome cómo había llegado a este punto, la vida se me hacia tan dolorosa, este sentimiento era tan parecido al de perder a mi padre.De repente, el sonido de mi celular me sacó d
El motor de la camioneta rugió por última vez antes de apagarse, y el silencio que siguió fue ensordecedor. Mis oídos zumbaban, pero no era por el ruido del vehículo, sino por el caos que retumbaba dentro de mi cabeza. Mis manos temblaban, mis piernas parecían hechas de gelatina, y cuando intenté salir de la camioneta, casi caigo al suelo. Me tambaleé, agarrándome de la puerta para no colapsar. El mundo a mi alrededor se sentía irreal, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.Lidia estaba allí, observándome. Intentó acercarse, su mano extendida como si quisiera tocarme, pero me aparté bruscamente.—Tú me dijiste que era una subasta —le grité, mi voz temblorosa pero llena de rabia—. ¡Me engañaste!Ella dio un paso hacia atrás, como si mis palabras la hubieran empujado físicamente. Sus ojos no mostraron arrepentimiento.—Si no matamos a los Alfas, esto nunca acabará —respondió, su voz calmada, casi fría, como si estuviera explicando algo obvio a un niño.
Gabriele me agarró del cuello con fuerza. Sus dedos se clavaron en mi piel como garras, y su respiración era pesada, cargada de rabia. No me resistí. No podía. No tenía fuerzas, ni físicas ni emocionales. Lo dejé arrastrarme por el pasillo. La ira en sus ojos era evidente, un fuego que quemaba todo a su paso, y no era para menos. Habíamos perdido a nuestra madre. Y la culpable era ella. Abigail. La mujer que amaba.Mi pecho se encogía cada vez que lo pensaba, sentía como su un cuchillo lo atravesara. Estaba dividido en dos, desgarrado entre el amor que sentía por ella y la rabia que me consumía, la sed de venganza que crecía como una bestia dentro de mí. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que ella se acercara tanto a mí, solo para traicionarme de la manera más cruel posible?Gabriele me empujó dentro de una habitación vacía y cerró la puerta de un golpe. El sonido resonó en mis oídos con fuerza. Me miró fijamente, sus ojos inyectados en sangre, y entonces lo vi venir. E
Hoy había sido el funeral de mi madre. Mi padre estaba destrozado, y no podía culparlo. Él la amaba más que a nada en este mundo, y ahora esa parte de su alma había sido arrancada de cuajo. El resto de la familia tampoco podía ocultar su dolor. Los rostros de mis tíos, primos y amigos estaban marcados por la tristeza, pero ninguno de ellos llevaba la misma carga que yo. Gabriele, mi hermano, no me miraba directamente, pero cuando nuestros ojos se encontraron por un breve instante, pude ver algo en los suyos que me heló la sangre: sed de venganza. Y aunque me duele admitirlo, esa misma sed ardía dentro de mí.Ella… Abigail, mi amor, mi otra mitad, había sido la responsable de todo esto. La persona que una vez fue mi refugio, mi razón para sonreír, ahora era la causante de este dolor insoportable. Me había quitado a alguien valioso, alguien irreemplazable. Mi madre. Ya no podía ver a Abigail como alguien grato, como la mujer que alguna vez amé con todo mi ser. Sin embargo, por más que l
Los días pasaron, pero para mí, el tiempo había perdido todo significado. Las horas se arrastraban lentamente. No tenía ganas de moverme, de respirar siquiera. Solo lloraba. Las lágrimas caían sin cesar, como si mi cuerpo intentara expulsar el dolor que me consumía por dentro. Sabía lo que era perder a alguien, lo había vivido antes, pero esta vez era diferente. Esta vez, la culpa era mía. Yo había provocado la muerte de la madre de Giorgio, y él me odiaba. Lo sabía, lo sentía en cada fibra de mi ser.La puerta de la habitación se abrió con un chirrido suave, y Lidia entró, se sentó en el borde de la cama, y su mano se posó sobre mi hombro.—Deberías levantarte y comer algo —me sugirió —. No es saludable que te quedes aquí, Abigail.Pero yo no quería moverme. No quería comer. No quería hacer nada. Solo deseaba quedarme allí, en la penumbra de aquella habitación, donde las sombras parecían abrazarme y protegerme de la realidad. En mi mente, una y otra vez, se repetía la imagen de Giorg
Mis ojos se abrieron poco a poco, como si el mundo a mi alrededor se resistiera a mostrarme la pesadilla en la que había caído. Sentí un dolor agudo en mi pierna, un dolor que se extendía como un fuego lento, quemando cada fibra de mi ser. No podía moverme. No podía escapar. Mi cuerpo era un peso muerto, arrastrado por el pasillo frío y húmedo. Sentí el roce áspero del suelo contra mi piel desnuda, y el aire helado que me golpeaba como si quisiera recordarme que esto era real, que no era un sueño del que pudiera despertar.Intenté levantar la cabeza, pero la fuerza con la que me sujetaban la pierna era implacable. Mis manos, temblorosas, buscaron algo a lo que aferrarse, pero solo encontraron el vacío. Miré de un lado a otro, y lo que vi me heló la sangre. Había más chicas, todas desnudas, todas con correas alrededor del cuello, como si fuéramos animales. Sus rostros estaban marcados por el miedo, por la desesperación silenciosa que solo quienes han perdido toda esperanza pueden enten