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Regresé a casa. Al entrar, me encontré con Pietro en el vestíbulo, algo que me resultó extraño, ya que él siempre estaba encerrado en su oficina. Cuando me vio, esbozó una sonrisa y se acercó lentamente hacia mí. Lo esquivé y continué mi camino hacia las escaleras, pero sentí su mano cerrarse con fuerza alrededor de mi brazo, deteniéndome en seco.

—¿Ya se ha cansado de ti?— dijo con un tono burlón.

Me di la vuelta y lo enfrenté. Tomé su mano y, dedo por dedo, la separé de mi brazo. Luego, le sonreí con una mezcla de desafío y sarcasmo.

—Sí, y lo voy a extrañar muchísimo. Nunca nadie me había hecho sentir tan mujer como él lo hizo— le solté adrede, sabiendo que mis palabras lo herirían. La vena de su sien palpitaba, y su mandíbula estaba tan tensa que parecía a punto de romperse.

Le lancé una última sonrisa antes de subir las escaleras. Sabía que estaba consumido por la rabia; Pietro nunca supo perder.

Al llegar a mi habitación, cerré la puerta con llave. Solo quedaban algunas de mis c
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