Regresé a casa. Al entrar, me encontré con Pietro en el vestíbulo, algo que me resultó extraño, ya que él siempre estaba encerrado en su oficina. Cuando me vio, esbozó una sonrisa y se acercó lentamente hacia mí. Lo esquivé y continué mi camino hacia las escaleras, pero sentí su mano cerrarse con fuerza alrededor de mi brazo, deteniéndome en seco.—¿Ya se ha cansado de ti?— dijo con un tono burlón.Me di la vuelta y lo enfrenté. Tomé su mano y, dedo por dedo, la separé de mi brazo. Luego, le sonreí con una mezcla de desafío y sarcasmo.—Sí, y lo voy a extrañar muchísimo. Nunca nadie me había hecho sentir tan mujer como él lo hizo— le solté adrede, sabiendo que mis palabras lo herirían. La vena de su sien palpitaba, y su mandíbula estaba tan tensa que parecía a punto de romperse.Le lancé una última sonrisa antes de subir las escaleras. Sabía que estaba consumido por la rabia; Pietro nunca supo perder.Al llegar a mi habitación, cerré la puerta con llave. Solo quedaban algunas de mis c
Fui arrastrada al jardín. Giorgio, claramente furioso, me agarró de los hombros y me sacudió con fuerza. Lo aparté de mí y retrocedí lo más que pude, sintiendo cómo la tensión entre nosotros crecía.—¿Estás loca? Ese tipo es una mierda, y tú hablas con él como si nada— me acusó, su voz cargada de ira y preocupación.—¿Una mierda? Pensé que la mierda eras tú, siempre pensando solo en ti— le respondí, sin poder evitar el tono desafiante en mi voz.Giorgio apretó los puños con fuerza, sus nudillos blanqueando bajo la presión.—Perdón por querer protegerte. Perdón por querer vivir un poco más— dijo, su voz temblorosa pero firme.—Ellos necesitan tu ayuda— insistí, tratando de hacerle entender.—Tú no sabes nada, Abigail. Meterte en ese asunto solo hará que termines en un lugar tan espeluznante que desearás con todas tus fuerzas morir. Y ese tipo con el que hablaste es dueño de uno de esos lugares— me advirtió, sus ojos oscuros llenos de de frustración.—Entonces ayúdame a ayudarlos— le su
Era sábado y estaba sola en mi apartamento. Giorgio se había ido muy temprano, ya que tenía una reunión importante y no regresaría hasta la noche. Así que decidí pasar un día normal, como solía hacerlo antes. Me levanté de la cama y fui directo al baño. Hoy me sentía muy animada.Me cambié con algo cómodo y salí. Me subí al coche y lo encaminé al centro comercial. Quería comprar muchas cosas y, más tarde, iría a visitar a Jim.Camine por el centro comercial, tratando de distraerme, de olvidar por un momento todo lo que había estado cargando en mi mente. Giorgio ya no vivía conmigo, pero nuestros encuentros furtivos eran cada vez más discretos, pero no por eso menos intensos. Aunque había decidido no compartir mi espacio con él, algo en nuestra conexión era difícil de romper. Giorgio lo sabía, y por eso siempre encontraba la manera de estar cerca, de recordarme que no me dejaría ir tan fácilmente.Mientras caminaba, pensé en Gabriele y en que ya no me sentía perseguida, su acoso hacia
Regrese a mi apartamento después de hablar por un buen rato con Bonnie, ella era demasiado divertida, tenía una luz impresione. cuando llegue entre fui directo a la cocina, quería prepárale una cena romántica a Giorgio, y cerrar este día con algo bueno.Para cuando termine eran casi las ocho de la noche, así que me apresure a poner la mesa para esperarlo, ya que el vendría pronto. Pero los minutos seguían pasando y Giorgio no regresaba. Me recosté en la mesa y cerré los ojos, me sentía cansada.El sonido de la llave girando en la cerradura me despertó. Abrí los ojos lentamente, desorientada, y me di cuenta de que me había quedado dormida en la mesa. La vela que había encendido horas antes estaba casi consumida, y la cena que preparé con tanto esmero ahora estaba fría. Levanté la vista y allí estaba él, Giorgio, de pie en la puerta con esa mirada cansada que tanto me preocupaba.—Giorgio… —murmuré, sonriendo a pesar de la pesadez en mis párpados. Me levanté de la silla y caminé hacia é
No podía respirar. El aire dentro del coche parecía espeso, pesado, como si el horror que presenciaba afuera se hubiera filtrado por las ventanas y me estuviera ahogando. Giorgio estaba a mi lado, tenso, con las manos firmes en el volante, listo para arrancar en cualquier momento. Pero yo no podía apartar la mirada de ellas, y del sufrimiento que se reflejaba en sus rostros.La subasta de ceros.Era peor de lo que había imaginado. Peor de lo que cualquier mente humana podría concebir. Las luces brillantes del lugar iluminaban a las chicas, todas jóvenes, todas frágiles, todas con miradas vacías, como si ya no hubiera vida en ellas. No pasaban de los dieciocho años. Algunas incluso parecían más jóvenes. Y allí estaban, de pie, en fila, como mercancía. Como si fueran objetos, no personas.Mi corazón latía con fuerza. Sentía las lágrimas rodar por mis mejillas, pero no podía llorar en voz alta. No podía hacer nada. Giorgio me había advertido: "No importa lo que veas, no importa lo que si
La camioneta se detuvo bruscamente. Las chicas a mi alrededor se agitaron, susurrando entre ellas, algunas con miedo, otras con una extraña resignación. Las puertas traseras se abrieron de golpe, y la luz del exterior inundó el interior del vehículo.Parpadeé, tratando de adaptar mis ojos a la claridad. Afuera, se extendía un paisaje vasto y desolado: una enorme granja, con campos que parecían no tener fin. No había casas a la vista, solo aquel lugar, rodeado de soledad.Las chicas comenzaron a bajar, una por una, algunas temblando, otras con la mirada perdida. Yo me quedé atrás, observando, tratando de entender qué era este lugar. ¿Era realmente un refugio, como había dicho el hombre de la camioneta? ¿O era otra clase de trampa?Cuando finalmente bajé, sentí el suelo firme bajo mis pies. El aire olía a tierra húmeda y a hierba fresca, pero también a algo más, algo que no podía identificar. Caminé lentamente, mirando a mi alrededor, tratando de encontrar alguna señal que me dijera qué
No había dormido. No podía. El sueño era un lujo que no merecía, no cuando Abigail estaba perdida en algún lugar, en las garras de quienes no tenían piedad. Cada vez que cerraba los ojos, su rostro aparecía, como un fantasma que se burlaba de mi impotencia. Abigail. Esa mirada suya, llena de determinación y valentía, que tanto admiraba, ahora se convertía en un tormento. La veía correr, alejarse, desvanecerse en la oscuridad, en el caos que yo mismo había ayudado a crear. La llamé, grité su nombre hasta que mi voz se quebró, pero fue inútil. Solo el eco de mi desesperación respondió.La culpa me devoraba por dentro, como un parásito que no dejaba de crecer. ¿Por qué la llevé allí? ¿Por qué no la detuve? Sabía que era peligroso, sabía que no estaba preparada para enfrentar algo así. Pero ella insistió, con esa terquedad que tanto la caracterizaba. Quería ayudar, decía. Y yo, como un imbécil, cedí. Ahora, estaba en algún lugar, en manos de monstruos que no conocían la compasión. Y yo, a
No había dormido en toda la noche, así que me levanté muy temprano y bajé las escaleras. El sol apenas comenzaba a asomarse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Cuando llegué abajo, ya había varias personas despiertas. Uno de los hombres que había participado en el rescate de anoche se acercó a mí, sosteniendo una taza humeante de café.—¿Quieres? — me preguntó, extendiéndome la taza.La tomé con gratitud, sintiendo el calor del líquido en mis manos. El hombre me miró fijamente, sus ojos cansados pero amables.—¿Te quedarás? — preguntó.Negué con la cabeza de inmediato. No podía quedarme.—Tengo muchas cosas que resolver— le contesté.El hombre sonrió, como si ya hubiera esperado esa respuesta.—Es una lástima— dijo, con un tono de ligereza que no lograba ocultar del todo su decepción. —Nos hacen falta chicas hermosas aquí.Antes de que pudiera responder, Lidia apareció de la nada y le dio un golpe en la cabeza, haciéndolo torcer el gesto.—Deja de molestar a la chica— di