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Mis manos temblaban mientras Gabriele sonreía tan despiadadamente. Aún no podía entender cómo ellos podían ser tan crueles con inocentes. Todo esto era absurdo.

—Decídete, Abigail, no tengo todo el tiempo del mundo y hay cosas más importantes de las cuales encargarme.

Volteé a verlo. Quise gritarle todo lo que pensaba, pero hacerlo solo lo cabrearía y, posiblemente, alguno de los que estaban allí sería ejecutado.

—Yo puedo alejarme, pero no creo que tu hermano lo haga —le dije, conteniendo el llanto que amenazaba con salir.

—Regresa con tu esposo, eso lo detendrá —me dijo con indiferencia.

Me reí. Era lo más absurdo que había escuchado en toda mi vida.

—Vete a la mierda, Gabriele —le escupí con rabia.

Él abrió ligeramente la boca, sorprendido por mi respuesta. Vi cómo daba un par de pasos hacia mí, lento, estudiando cada uno de mis movimientos, hasta quedar tan cerca que podía oler el mentolado de su aliento. Sus dedos se crisparon a un lado de su cuerpo y supe que algo estaba a punto
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