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Era fin de semana y yo solo quería hacer cosas normales con él, olvidar, aunque fuera por un momento, todo lo que había pasado. Así que lo invité a una cita. Giorgio aceptó sin dudarlo.

Fuimos al supermercado más cercano a comprar algunos víveres. Por la manera en que miraba a su alrededor, estaba claro que jamás había estado en uno.

—¿Qué te gustaría comer hoy? —le pregunté mientras tomaba un enorme pepino y lo agitaba ligeramente.

—Creo que soy yo quien debería hacerte la misma pregunta, pero viendo lo que haces, la respuesta es bastante obvia —contestó con su tono arrogante y divertido.

Rodé los ojos y dejé el pepino en su lugar, siguiendo mi camino por los pasillos.

—¿Solo piensas en sexo? —repliqué, segura de que él estaba detrás de mí. Pero no hubo respuesta.

Fruncí el ceño y me giré... solo para encontrarme con una señora de unos cincuenta años que me miraba con el ceño fruncido, como si acabara de presenciar el escándalo del siglo.

—Lo siento —balbuceé antes de salir casi corr
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