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Gabriele se miró al espejo con el ceño fruncido. La luz fría del baño iluminaba los moretones que cubrían su mandíbula y el lado izquierdo de su rostro. El recuerdo de los golpes de Giorgio lo llenó de ira. Apretó los dientes, sintiendo la rabia arderle en las venas. Nadie, ni siquiera su hermano, lo humillaba de esa forma sin consecuencias. Tocó el hematoma con la punta de los dedos y siseó de dolor.

No. Esto no se quedaría así.

Se vistió con un traje oscuro, ajustó los gemelos en las mangas de su camisa y salió de su habitación con paso firme. Su destino estaba claro: tenía que ver a John Dunkel.

El camino hasta el territorio de Dunkel fue largo, pero la espera solo alimentó su determinación. Cuando llegó, los guardias le abrieron paso sin cuestionarlo, y en menos de diez minutos estaba sentado frente al infame Alfa, un hombre de mirada gélida y presencia imponente. Ojos negros, cabello ondulado, cayéndole algunos suaves rizos en su frente, algunas canas adornaban su cabello negro.

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