Era fin de semana y yo solo quería hacer cosas normales con él, olvidar, aunque fuera por un momento, todo lo que había pasado. Así que lo invité a una cita. Giorgio aceptó sin dudarlo.Fuimos al supermercado más cercano a comprar algunos víveres. Por la manera en que miraba a su alrededor, estaba claro que jamás había estado en uno.—¿Qué te gustaría comer hoy? —le pregunté mientras tomaba un enorme pepino y lo agitaba ligeramente.—Creo que soy yo quien debería hacerte la misma pregunta, pero viendo lo que haces, la respuesta es bastante obvia —contestó con su tono arrogante y divertido.Rodé los ojos y dejé el pepino en su lugar, siguiendo mi camino por los pasillos.—¿Solo piensas en sexo? —repliqué, segura de que él estaba detrás de mí. Pero no hubo respuesta.Fruncí el ceño y me giré... solo para encontrarme con una señora de unos cincuenta años que me miraba con el ceño fruncido, como si acabara de presenciar el escándalo del siglo.—Lo siento —balbuceé antes de salir casi corr
Miré por la ventana de mi habitación; el sol resplandecía con fuerza, bañando todo con su cálida luz. Volví la mirada a mi lado y ahí estaba Giorgio, su cuerpo desnudo se fundía con las sábanas, fuerte y perfecto. Aunque en su forma animal era imponente, así, humano, sexy y salvaje, era un pecado para la vista.—Deberías dejar de mirarme, o volveré a hacerte mía —murmuró con voz ronca, sin siquiera abrir los ojos.Sonreí y me apoyé sobre un codo.—¿Cómo sabes que te estoy mirando? —pregunté con curiosidad.Sus párpados se alzaron lentamente, revelando esos ojos color chocolate que parecían derretirme por dentro.—Puedo sentirlo —susurró con una sonrisa torcida.Me acerqué y dejé un beso en su mandíbula, saboreando su calor.—Hoy saldremos a pasear —le anuncié con dulzura.—No. Quiero quedarme aquí y hacerte el amor unas cinco veces más —respondió, al tiempo que me rodeaba con sus brazos.Solté una risita y le di un ligero golpe en el pecho antes de apartarme. ¿Acaso creía que yo era s
Habían pasado varios días desde aquel horroroso incidente, y aún no podía sacar de mi mente la imagen de aquella pobre chica tirada en el suelo, sin vida. Me sentía atrapada en la cama, como si mi cuerpo estuviera pegado a ella, como si mis ganas de vivir se hubieran hundido en el colchón junto con mi alma marchita.La puerta de la habitación se abrió, y Giorgio entró con una bandeja en las manos. Se acercó y se sentó en la orilla de la cama, observándome antes de colocar la bandeja sobre la pequeña mesa de noche.—Tienes que levantarte. El abogado llamó, ya tiene todos los papeles listos para que los firmes —dijo con un tono firme.Me incorporé lentamente y lo miré a los ojos con frialdad.—No le daré nada de lo que me pertenece.Giorgio suspiró con exasperación y se puso de pie.—Te vas a divorciar. Si tanto te preocupa el dinero, ya te he dicho que yo te daré la cantidad que le corresponde a él.Su respuesta me indignó. No era el dinero lo que me importaba. Entregarle a Pietro part
Mis manos temblaban mientras Gabriele sonreía tan despiadadamente. Aún no podía entender cómo ellos podían ser tan crueles con inocentes. Todo esto era absurdo.—Decídete, Abigail, no tengo todo el tiempo del mundo y hay cosas más importantes de las cuales encargarme.Volteé a verlo. Quise gritarle todo lo que pensaba, pero hacerlo solo lo cabrearía y, posiblemente, alguno de los que estaban allí sería ejecutado.—Yo puedo alejarme, pero no creo que tu hermano lo haga —le dije, conteniendo el llanto que amenazaba con salir.—Regresa con tu esposo, eso lo detendrá —me dijo con indiferencia.Me reí. Era lo más absurdo que había escuchado en toda mi vida.—Vete a la mierda, Gabriele —le escupí con rabia.Él abrió ligeramente la boca, sorprendido por mi respuesta. Vi cómo daba un par de pasos hacia mí, lento, estudiando cada uno de mis movimientos, hasta quedar tan cerca que podía oler el mentolado de su aliento. Sus dedos se crisparon a un lado de su cuerpo y supe que algo estaba a punto
Gabriele suspiró profundamente, una exhalación cargada de frustración y desapego. Giorgio, su hermano, le había causado suficientes problemas como para durarle toda una vida. Jaquecas interminables, noches en vela y un mal humor que no cedía. Había intentado ayudarlo de mil maneras, pero Giorgio era terco: no había forma de salvarlo si él no quería ser salvado. Gabriele había llegado a una conclusión fría. Si su hermano insistía en cavar su propia tumba, no iba a ser él quien lo detuviera. A partir de ahora, dejaría que las cosas siguieran su curso, incluso si eso significaba sacrificar a Giorgio. La idea no lo perturbaba; era una decisión lógica, necesaria.Caminó con paso firme hacia el jardín, donde su chofer lo esperaba junto al lujoso Mercedes negro. El coche brillaba bajo la luz del sol, imponente y silencioso, como una extensión más de su poder. Gabriele no dijo una palabra; no hacía falta. El chofer abrió la puerta trasera, y él se deslizó en el asiento de cuero, sintiendo cóm
Regresé a casa. Al entrar, me encontré con Pietro en el vestíbulo, algo que me resultó extraño, ya que él siempre estaba encerrado en su oficina. Cuando me vio, esbozó una sonrisa y se acercó lentamente hacia mí. Lo esquivé y continué mi camino hacia las escaleras, pero sentí su mano cerrarse con fuerza alrededor de mi brazo, deteniéndome en seco.—¿Ya se ha cansado de ti?— dijo con un tono burlón.Me di la vuelta y lo enfrenté. Tomé su mano y, dedo por dedo, la separé de mi brazo. Luego, le sonreí con una mezcla de desafío y sarcasmo.—Sí, y lo voy a extrañar muchísimo. Nunca nadie me había hecho sentir tan mujer como él lo hizo— le solté adrede, sabiendo que mis palabras lo herirían. La vena de su sien palpitaba, y su mandíbula estaba tan tensa que parecía a punto de romperse.Le lancé una última sonrisa antes de subir las escaleras. Sabía que estaba consumido por la rabia; Pietro nunca supo perder.Al llegar a mi habitación, cerré la puerta con llave. Solo quedaban algunas de mis c
Fui arrastrada al jardín. Giorgio, claramente furioso, me agarró de los hombros y me sacudió con fuerza. Lo aparté de mí y retrocedí lo más que pude, sintiendo cómo la tensión entre nosotros crecía.—¿Estás loca? Ese tipo es una mierda, y tú hablas con él como si nada— me acusó, su voz cargada de ira y preocupación.—¿Una mierda? Pensé que la mierda eras tú, siempre pensando solo en ti— le respondí, sin poder evitar el tono desafiante en mi voz.Giorgio apretó los puños con fuerza, sus nudillos blanqueando bajo la presión.—Perdón por querer protegerte. Perdón por querer vivir un poco más— dijo, su voz temblorosa pero firme.—Ellos necesitan tu ayuda— insistí, tratando de hacerle entender.—Tú no sabes nada, Abigail. Meterte en ese asunto solo hará que termines en un lugar tan espeluznante que desearás con todas tus fuerzas morir. Y ese tipo con el que hablaste es dueño de uno de esos lugares— me advirtió, sus ojos oscuros llenos de de frustración.—Entonces ayúdame a ayudarlos— le su
Era sábado y estaba sola en mi apartamento. Giorgio se había ido muy temprano, ya que tenía una reunión importante y no regresaría hasta la noche. Así que decidí pasar un día normal, como solía hacerlo antes. Me levanté de la cama y fui directo al baño. Hoy me sentía muy animada.Me cambié con algo cómodo y salí. Me subí al coche y lo encaminé al centro comercial. Quería comprar muchas cosas y, más tarde, iría a visitar a Jim.Camine por el centro comercial, tratando de distraerme, de olvidar por un momento todo lo que había estado cargando en mi mente. Giorgio ya no vivía conmigo, pero nuestros encuentros furtivos eran cada vez más discretos, pero no por eso menos intensos. Aunque había decidido no compartir mi espacio con él, algo en nuestra conexión era difícil de romper. Giorgio lo sabía, y por eso siempre encontraba la manera de estar cerca, de recordarme que no me dejaría ir tan fácilmente.Mientras caminaba, pensé en Gabriele y en que ya no me sentía perseguida, su acoso hacia