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Llevé a la chica al lugar donde estaban los otros. Al entrar con ella en brazos, uno de ellos se me acercó y me ayudó a sostenerla. Parecía demasiado frágil, su piel estaba helada y sus ojos, inundados de lágrimas, reflejaban un dolor que me era demasiado familiar.

—Cuídenla bien. Mañana volveré a ver cómo está —ordené con voz firme, aunque por dentro me carcomía la culpa. El hombre asintió con la cabeza y ajustó mejor el peso de la chica en sus brazos.

Ella me miró entonces. Su labio partido temblaba ligeramente, y sus ojos vacíos eran la viva imagen de alguien que había sufrido más de lo que cualquier alma debería soportar. No pude sostenerle la mirada.

—Estarás bien aquí —le aseguré, aunque no estaba del todo seguro de ello. La chica no respondió, solo hundió la cabeza en el hombro del hombre que la sostenía, buscando un refugio que yo no podía darle.

Me aparté de ellos y salí del lugar. Alessandro me esperaba afuera, apoyado contra el coche con los brazos cruzados. Su expresión de
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