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Giorgio me llevó a la habitación, despojándome de cada prenda con una calma que me estremecía. Después me cargó en sus brazos y nos dirigimos al baño. Allí, mientras él se desnudaba, la luz del lugar iluminó su cuerpo, y mi mirada se perdió en lo que parecía ser la perfección hecha carne. Mis manos temblorosas recorrieron cada músculo de su torso, fascinada por la suavidad de su piel oliva, que parecía un pecado tocar.

—Eres hermoso —murmuré, evitando sus ojos, como si mantener el contacto visual fuera demasiado para soportar mientras mis dedos seguían explorándolo.

Coloqué mis manos sobre sus pectorales, apretando suavemente, embriagada por la sensación de su firmeza. Él me levantó sin esfuerzo y, juntos, nos sumergimos en la bañera. Me senté a horcajadas sobre él, el agua cálida envolviéndonos como un refugio silencioso.

—Eres hermosa —susurró con una ligera sonrisa. Sus palabras eran como un bálsamo. Me aferré a él con fuerza, buscando consuelo en la calidez de su piel y en su arom
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