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Me desperté con la cálida sensación del abrazo de Giorgio. Él aún dormía, y sus pestañas negras y espesas dibujaban sombras en sus mejillas. Viéndolo así, parecía un ángel.

—Buenos días —dije suavemente.

Él suspiró antes de abrir los ojos y regalarme una sonrisa.

—Buenos días, fa’rati.

Le di un golpe ligero en el pecho, y su risa llenó la habitación.

—Deja de decirme ratón —le regañé, no me gustaba esa palabra.

—Es de cariño, porque tú eres mi pequeño ratoncito —respondió con ternura. Escuchándolo así, no sonaba tan mal; de hecho, hasta me gustaba.

Me separé de él y me senté en la cama, pero un dolor agudo recorrió todo mi cuerpo, arrancándome una mueca. Giorgio se incorporó de inmediato, la preocupación pintada en su rostro.

—¿Estás bien? —preguntó mientras tocaba mi frente, como si buscara fiebre.

—Me duele todo... Has hecho de mi cuerpo un desastre —contesté con una leve sonrisa.

Ese ligero dolor me gustaba; era un recuerdo de lo bien que la había pasado anoche. Con Pietro nunca fu
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