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Giorgio se separó de mí con lentitud, como si le costara romper el contacto. Su mirada era intensa, oscura, y antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, tomó mi rostro entre sus manos y se inclinó hacia mí. Sus labios se encontraron con los míos, y una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo, encendiendo cada fibra de mi ser. Respondí a su beso con una necesidad voraz, como si todo mi mundo se concentrara en ese instante.

Sus labios se movieron con avidez, profundizando el beso, y yo correspondí a cada caricia con la misma intensidad. Sus manos descendieron lentamente, deteniéndose en mis pechos. Un jadeo escapó de mis labios al sentir cómo sus dedos los rodeaban y apretaban con una mezcla de fuerza y cuidado.

Mis manos temblaban ligeramente mientras empezaba a desabotonar su camisa. Uno a uno, los botones cedían, y cuando finalmente desabroché los primeros, deslicé mis manos dentro. Su piel era cálida, firme bajo mis dedos, y me llenó una sensación de euforia y deseo al
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