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Alessandro me sacó del coche con brusquedad, su agarre firme hablaba de su falta de paciencia. Observé el lugar; no era la casa de Giorgio. La incertidumbre se mezcló con un instinto visceral de huir, así que me resistí cuando intentó arrastrarme hacia aquel sitio.

—¡Suéltame! —le grité, y sin pensarlo dos veces, mordí su mano con toda la fuerza que pude reunir. Mi mandíbula temblaba de rabia, pero Alessandro ni siquiera flaqueó. continuó arrastrándome hasta que finalmente me empujó dentro, cerrando la puerta con un portazo que retumbó en el silencio.

Cuando al fin me soltó, me fulminó con una mirada cargada de desprecio, como si mi existencia misma lo asqueara.

—Estoy seguro de que Giorgio pronto recuperará la conciencia y te entregará —escupió las palabras como si le quemaran en la lengua.

—¿Dónde estamos? —pregunté, mi voz apenas un susurro cargado de pánico.

—En un lugar seguro —respondió con frialdad—. Giorgio vendrá pronto.

Tragué saliva mientras mis ojos recorrían el lugar con d
Aragones

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