30

Dejé a Rafaelle atrás y me dirigí con rapidez hacia mi coche. El lloriqueo de Abigail seguía resonando en el altavoz del teléfono.

—¿Dónde estás? —pregunté. Abigail se calmó lo suficiente para responderme.

—estoy estacionada fuera de tu casa, ven por favor, tengo miedo— me dijo suplicante.

Subí al coche y puse el celular en alta voz.

—¿Vendrás? —preguntó, su voz quebrándose entre sollozos.

Claro que iría. Después de lo que había pasado hoy, después de escucharla, no había fuerza en este mundo que me impidiera protegerla.

—Entra a casa y espérame en la habitación —le pedí, intentando transmitir calma aunque por dentro ardía.

—Te espero aquí donde estoy, no tardes mucho —dijo antes de colgar.

Aceleré como si mi vida dependiera de llegar a tiempo. Cuando vi su coche estacionado en una esquina, el corazón me dio un vuelco. Aparqué justo enfrente y corrí hacia ella. Toqué la ventanilla, y al abrir la puerta, salió como si se estuviera hundiendo y necesitara mi brazo para sostenerse. Se lan
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