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Abigail se había quedado conmigo, pero dormir a su lado fue una tortura deliciosa, una prueba de resistencia que me hacía arder por dentro. El simple roce de su piel contra la mía era suficiente para encender un incendio que me consumía, un fuego salvaje que solo ella podía avivar. Cada curva, cada centímetro de su cuerpo me provocaba, tentándome a perder el control, a reclamarla de una vez por todas. ¡Maldita sea! Quería arrancarle la ropa, hundirme en ella y borrar cualquier rastro de pensamiento que no fuera yo. Quería escucharla gritar mi nombre, gritarlo hasta que no quedara ninguna duda de que era mía, solo mía, ahora y siempre.

Después de desayunar, me pidió que la acompañara al despacho de su abogado. Aunque mi sangre hervía al solo pensar en su situación, no lo dudé. La idea de que siguiera casada con ese maldito bastardo un segundo más era insoportable. Cada paso que daba junto a ella alimentaba mi rabia contenida, mi necesidad de protegerla. Pero esto terminará pronto. En c
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