Dejé a Rafaelle atrás y me dirigí con rapidez hacia mi coche. El lloriqueo de Abigail seguía resonando en el altavoz del teléfono.—¿Dónde estás? —pregunté. Abigail se calmó lo suficiente para responderme.—estoy estacionada fuera de tu casa, ven por favor, tengo miedo— me dijo suplicante.Subí al coche y puse el celular en alta voz.—¿Vendrás? —preguntó, su voz quebrándose entre sollozos.Claro que iría. Después de lo que había pasado hoy, después de escucharla, no había fuerza en este mundo que me impidiera protegerla.—Entra a casa y espérame en la habitación —le pedí, intentando transmitir calma aunque por dentro ardía.—Te espero aquí donde estoy, no tardes mucho —dijo antes de colgar.Aceleré como si mi vida dependiera de llegar a tiempo. Cuando vi su coche estacionado en una esquina, el corazón me dio un vuelco. Aparqué justo enfrente y corrí hacia ella. Toqué la ventanilla, y al abrir la puerta, salió como si se estuviera hundiendo y necesitara mi brazo para sostenerse. Se lan
Abigail se había quedado conmigo, pero dormir a su lado fue una tortura deliciosa, una prueba de resistencia que me hacía arder por dentro. El simple roce de su piel contra la mía era suficiente para encender un incendio que me consumía, un fuego salvaje que solo ella podía avivar. Cada curva, cada centímetro de su cuerpo me provocaba, tentándome a perder el control, a reclamarla de una vez por todas. ¡Maldita sea! Quería arrancarle la ropa, hundirme en ella y borrar cualquier rastro de pensamiento que no fuera yo. Quería escucharla gritar mi nombre, gritarlo hasta que no quedara ninguna duda de que era mía, solo mía, ahora y siempre.Después de desayunar, me pidió que la acompañara al despacho de su abogado. Aunque mi sangre hervía al solo pensar en su situación, no lo dudé. La idea de que siguiera casada con ese maldito bastardo un segundo más era insoportable. Cada paso que daba junto a ella alimentaba mi rabia contenida, mi necesidad de protegerla. Pero esto terminará pronto. En c
Después de hablar con Carlo, salí. Alessandro estaba afuera, apoyado contra el coche, con la mirada fija en algún punto indefinido. Me acerqué lentamente, y entonces lo vi: los moretones en su rostro, que se veían realmente espantosos. ¿Qué le había ocurrido?—¿Qué te pasó? —pregunté, alarmada.Él no contestó. Solo abrió la puerta del coche, un gesto seco, casi automático. Entré, aunque algo en su silencio me hacía sentir un nudo en el estómago.—¿A dónde fue Giorgio? —insistí, tratando de mantener la calma.Nada. Ni una palabra. Sacudí la cabeza frustrada, busqué mi celular y le marqué a Giorgio. Pero no contestó.Alessandro arrancó, y el rugido del motor resonó fuerte. Respiré hondo, obligándome a calmarme, aunque la incertidumbre comenzaba a consumir cada fibra de mi ser. Tenía un mal presentimiento.El celular vibró en mi mano, sobresaltándome. Pietro. Dudé. Contesté después de que insistiera varias veces.—Tu amante me partió un brazo, pero esto no quedará así. Dile que me las va
Los ruidos continuaban. No sé cuánto tiempo pasó, tal vez horas, tal vez días, pero cada segundo era una agonía. La tensión en la habitación crecía con cada crujido, con cada sombra que parecía moverse. Allí nadie siquiera respiraba. Todos estábamos tensos.Y entonces, de golpe, todo quedó en un silencio tan absoluto que resultaba insoportable.—Creo que ya se han ido —dije, rompiendo el silencio. Pero nadie respondió. Nadie se movió.El tipo que estaba frente a la puerta bloqueaba el paso con una postura rígida. Intenté apartarlo, desesperada por llegar a la salida, pero él se interpuso, firme como una pared.—Todavía están afuera. ¿O no puedes olerlos? —preguntó, con los ojos clavados en mí.Lo entendí en ese instante. Ese olor metálico y amargo que llenaba mis fosas nasales... era de ellos. Siempre había pensado que mi olfato era más agudo que el de los demás. Podía oler a Pietro o a mi padre mucho antes de que llegaran a casa. Pero esto no era como reconocer a alguien querido. Est
Estaba en shock. Mis manos temblaban mientras me llevaban de nuevo a aquel cuarto. Todo en mí se sentía pesado, como si mi cuerpo hubiera decidido rendirse ante el horror. Jamás imaginé que terminaría así, atrapada en una pesadilla que parecía no tener fin.—¡Abigail!El chico y yo nos detuvimos en seco. Me giré rápidamente y ahí estaba Giorgio, con la mirada clavada en el hombre tirado en el suelo, su boca ligeramente abierta en una mezcla de incredulidad y rabia. El chico me soltó, y yo, casi por inercia, comencé a caminar hacia Giorgio. Pero él me ignoró, centrando toda su atención en el chico.—¿Qué carajo hiciste? —su voz era un rugido, cargado de una furia que nunca antes le había escuchado. Aquel tono me atravesó, dejándome inmóvil.—Lo… lo siento…—murmuró el chico, retrocediendo un paso.Giorgio avanzó con una velocidad aterradora, apartándome de un empujón mientras sujetaba al chico por el cuello. Sus dedos se cerraron con tanta fuerza que el otro comenzó a jadear. Lo miré, h
Alessandro me sacó del coche con brusquedad, su agarre firme hablaba de su falta de paciencia. Observé el lugar; no era la casa de Giorgio. La incertidumbre se mezcló con un instinto visceral de huir, así que me resistí cuando intentó arrastrarme hacia aquel sitio.—¡Suéltame! —le grité, y sin pensarlo dos veces, mordí su mano con toda la fuerza que pude reunir. Mi mandíbula temblaba de rabia, pero Alessandro ni siquiera flaqueó. continuó arrastrándome hasta que finalmente me empujó dentro, cerrando la puerta con un portazo que retumbó en el silencio.Cuando al fin me soltó, me fulminó con una mirada cargada de desprecio, como si mi existencia misma lo asqueara.—Estoy seguro de que Giorgio pronto recuperará la conciencia y te entregará —escupió las palabras como si le quemaran en la lengua.—¿Dónde estamos? —pregunté, mi voz apenas un susurro cargado de pánico.—En un lugar seguro —respondió con frialdad—. Giorgio vendrá pronto.Tragué saliva mientras mis ojos recorrían el lugar con d
Giorgio se separó de mí con lentitud, como si le costara romper el contacto. Su mirada era intensa, oscura, y antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, tomó mi rostro entre sus manos y se inclinó hacia mí. Sus labios se encontraron con los míos, y una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo, encendiendo cada fibra de mi ser. Respondí a su beso con una necesidad voraz, como si todo mi mundo se concentrara en ese instante.Sus labios se movieron con avidez, profundizando el beso, y yo correspondí a cada caricia con la misma intensidad. Sus manos descendieron lentamente, deteniéndose en mis pechos. Un jadeo escapó de mis labios al sentir cómo sus dedos los rodeaban y apretaban con una mezcla de fuerza y cuidado.Mis manos temblaban ligeramente mientras empezaba a desabotonar su camisa. Uno a uno, los botones cedían, y cuando finalmente desabroché los primeros, deslicé mis manos dentro. Su piel era cálida, firme bajo mis dedos, y me llenó una sensación de euforia y deseo al
Me desperté con la cálida sensación del abrazo de Giorgio. Él aún dormía, y sus pestañas negras y espesas dibujaban sombras en sus mejillas. Viéndolo así, parecía un ángel.—Buenos días —dije suavemente.Él suspiró antes de abrir los ojos y regalarme una sonrisa.—Buenos días, fa’rati.Le di un golpe ligero en el pecho, y su risa llenó la habitación.—Deja de decirme ratón —le regañé, no me gustaba esa palabra.—Es de cariño, porque tú eres mi pequeño ratoncito —respondió con ternura. Escuchándolo así, no sonaba tan mal; de hecho, hasta me gustaba.Me separé de él y me senté en la cama, pero un dolor agudo recorrió todo mi cuerpo, arrancándome una mueca. Giorgio se incorporó de inmediato, la preocupación pintada en su rostro.—¿Estás bien? —preguntó mientras tocaba mi frente, como si buscara fiebre.—Me duele todo... Has hecho de mi cuerpo un desastre —contesté con una leve sonrisa.Ese ligero dolor me gustaba; era un recuerdo de lo bien que la había pasado anoche. Con Pietro nunca fu