28

Cuando salí al jardín delantero de la casa de Giorgio, vi mi coche estacionado. Mi corazón dio un vuelco, y corrí hacia él con un nudo en el estómago.

—Alessandro lo ha traído. Tus cosas están dentro. Te pido que, si algo sucede, me llames. De todas formas, Alessandro seguirá vigilándote —dijo Giorgio a mi espalda.

Me giré para mirarlo, buscando respuestas en sus ojos.

—¿Qué podría pasarme? Sé que me ocultas algo, y temo imaginar lo que es, pero... creo que, si lo supiera, podría encontrar la forma de protegerme —le solté con la voz cargada de incertidumbre.

Se acercó lentamente, sus manos atraparon mi rostro, obligándome a mirarlo directo a los ojos.

—Piensas demasiado. Solo me preocupo por ti —murmuró con una sinceridad que hizo que mi pecho doliera.

Aparté sus manos con suavidad, pero con firmeza.

—¡No me conoces! —le respondí, sintiendo cómo las palabras quemaban en mi garganta—. Y sí, hay una atracción entre nosotros, algo extraño y confuso, pero no entiendo cómo puedes preocupar
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