26

Mis párpados se sentían pesados, y mi cuerpo demasiado perezoso como para moverse. La calidez que me envolvía era reconfortante, así que me acurruqué aún más. Me sentía protegida, como si el mundo exterior no pudiera alcanzarme.

—Veo que quieres seguir durmiendo, pero yo tengo que trabajar —dijo una voz grave y familiar, sacándome de mi letargo.

Abrí los ojos de golpe, y mi corazón dio un vuelco al darme cuenta de dónde estaba: toda sobre Giorgio, mis piernas enredadas con las suyas, mi cabeza descansando en su pecho.

Me aparté de inmediato, como si me hubieran sorprendido robando algo prohibido, y me senté al borde de la cama.

—Buenos días —saludó él con una sonrisa pícara, como si nada hubiera pasado.

Se levantó de la cama con una calma exasperante, estirándose con descaro. Sus músculos tensos y definidos se marcaron aún más con el movimiento, como si estuviera presumiendo a propósito.

—Si quieres, podemos bañarnos juntos —propuso, sin un atisbo de vergüenza en su voz.

Tomé una almo
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