Mis párpados se sentían pesados, y mi cuerpo demasiado perezoso como para moverse. La calidez que me envolvía era reconfortante, así que me acurruqué aún más. Me sentía protegida, como si el mundo exterior no pudiera alcanzarme.—Veo que quieres seguir durmiendo, pero yo tengo que trabajar —dijo una voz grave y familiar, sacándome de mi letargo.Abrí los ojos de golpe, y mi corazón dio un vuelco al darme cuenta de dónde estaba: toda sobre Giorgio, mis piernas enredadas con las suyas, mi cabeza descansando en su pecho.Me aparté de inmediato, como si me hubieran sorprendido robando algo prohibido, y me senté al borde de la cama.—Buenos días —saludó él con una sonrisa pícara, como si nada hubiera pasado.Se levantó de la cama con una calma exasperante, estirándose con descaro. Sus músculos tensos y definidos se marcaron aún más con el movimiento, como si estuviera presumiendo a propósito.—Si quieres, podemos bañarnos juntos —propuso, sin un atisbo de vergüenza en su voz.Tomé una almo
Bajé las escaleras con la intención de pedirle a Giorgio algo más decente de ropa. Al llegar al vestíbulo, me encontré con su hermano. Su mirada me recorrió de arriba abajo, cargada de una intensidad que me hizo temblar hasta el fondo del alma.—Hola, fa’rati. Que bueno es ver que estas bien —saludó, pero en su boca esa palabra sonaba como una amenaza.—Buenos días —respondí con voz temblorosa, intentando no mostrar mi incomodidad.Él esbozó una sonrisa ladeada, una que parecía conocer secretos que yo desconocía. Sin decir nada más, salió por la puerta principal, dejando un vacío incómodo en el aire y una sensación de alarma en mi pecho.Justo cuando iba a preguntar por Giorgio, apareció de repente. Su mirada se clavó en la mía y cruzó el vestíbulo con rapidez.—¿Estás bien? —preguntó con evidente preocupación.Asentí con la cabeza, aunque mi corazón aún latía desbocado.—Sí, solo quería pedirte algo más de ropa prestada —dije, intentando sonar despreocupada.Él asintió, más calmado.
Cuando salí al jardín delantero de la casa de Giorgio, vi mi coche estacionado. Mi corazón dio un vuelco, y corrí hacia él con un nudo en el estómago.—Alessandro lo ha traído. Tus cosas están dentro. Te pido que, si algo sucede, me llames. De todas formas, Alessandro seguirá vigilándote —dijo Giorgio a mi espalda.Me giré para mirarlo, buscando respuestas en sus ojos.—¿Qué podría pasarme? Sé que me ocultas algo, y temo imaginar lo que es, pero... creo que, si lo supiera, podría encontrar la forma de protegerme —le solté con la voz cargada de incertidumbre.Se acercó lentamente, sus manos atraparon mi rostro, obligándome a mirarlo directo a los ojos.—Piensas demasiado. Solo me preocupo por ti —murmuró con una sinceridad que hizo que mi pecho doliera.Aparté sus manos con suavidad, pero con firmeza.—¡No me conoces! —le respondí, sintiendo cómo las palabras quemaban en mi garganta—. Y sí, hay una atracción entre nosotros, algo extraño y confuso, pero no entiendo cómo puedes preocupar
Mi hermano me llamó horas después para informarme que el concejo tenía a Alessandro. Lo acusaban de proteger a Abigail y, según él, planeaban matarlo. No podía permitirlo. Alessandro no iba a pagar por algo que había sido una orden mía. Conociéndolo, estaba seguro de que jamás revelaría que fue bajo mis instrucciones.Sin dudarlo, me encaminé hacia las instalaciones donde lo retenían. Mi pecho ardía de rabia e incertidumbre. Cuando llegué, llamé a mi hermano, quien me indicó la ubicación exacta de Alessandro. Sin perder tiempo, fui directo a la habitación.Al abrir la puerta, lo vi. Alessandro estaba amarrado a una silla, ensangrentado y con el rostro hinchado por los golpes. Apenas levantó la cabeza al verme, sus ojos no mostraron sorpresa ni miedo, solo un cansancio amargo. No dijo nada.—Es mi empleado. Suéltenlo —ordené con firmeza a los dos omegas que lo custodiaban.Uno de ellos me lanzó una mirada desafiante, atreviéndose a medir mis palabras.—Es un traidor —espetó.No titubeé
Dejé a Rafaelle atrás y me dirigí con rapidez hacia mi coche. El lloriqueo de Abigail seguía resonando en el altavoz del teléfono.—¿Dónde estás? —pregunté. Abigail se calmó lo suficiente para responderme.—estoy estacionada fuera de tu casa, ven por favor, tengo miedo— me dijo suplicante.Subí al coche y puse el celular en alta voz.—¿Vendrás? —preguntó, su voz quebrándose entre sollozos.Claro que iría. Después de lo que había pasado hoy, después de escucharla, no había fuerza en este mundo que me impidiera protegerla.—Entra a casa y espérame en la habitación —le pedí, intentando transmitir calma aunque por dentro ardía.—Te espero aquí donde estoy, no tardes mucho —dijo antes de colgar.Aceleré como si mi vida dependiera de llegar a tiempo. Cuando vi su coche estacionado en una esquina, el corazón me dio un vuelco. Aparqué justo enfrente y corrí hacia ella. Toqué la ventanilla, y al abrir la puerta, salió como si se estuviera hundiendo y necesitara mi brazo para sostenerse. Se lan
Abigail se había quedado conmigo, pero dormir a su lado fue una tortura deliciosa, una prueba de resistencia que me hacía arder por dentro. El simple roce de su piel contra la mía era suficiente para encender un incendio que me consumía, un fuego salvaje que solo ella podía avivar. Cada curva, cada centímetro de su cuerpo me provocaba, tentándome a perder el control, a reclamarla de una vez por todas. ¡Maldita sea! Quería arrancarle la ropa, hundirme en ella y borrar cualquier rastro de pensamiento que no fuera yo. Quería escucharla gritar mi nombre, gritarlo hasta que no quedara ninguna duda de que era mía, solo mía, ahora y siempre.Después de desayunar, me pidió que la acompañara al despacho de su abogado. Aunque mi sangre hervía al solo pensar en su situación, no lo dudé. La idea de que siguiera casada con ese maldito bastardo un segundo más era insoportable. Cada paso que daba junto a ella alimentaba mi rabia contenida, mi necesidad de protegerla. Pero esto terminará pronto. En c
Después de hablar con Carlo, salí. Alessandro estaba afuera, apoyado contra el coche, con la mirada fija en algún punto indefinido. Me acerqué lentamente, y entonces lo vi: los moretones en su rostro, que se veían realmente espantosos. ¿Qué le había ocurrido?—¿Qué te pasó? —pregunté, alarmada.Él no contestó. Solo abrió la puerta del coche, un gesto seco, casi automático. Entré, aunque algo en su silencio me hacía sentir un nudo en el estómago.—¿A dónde fue Giorgio? —insistí, tratando de mantener la calma.Nada. Ni una palabra. Sacudí la cabeza frustrada, busqué mi celular y le marqué a Giorgio. Pero no contestó.Alessandro arrancó, y el rugido del motor resonó fuerte. Respiré hondo, obligándome a calmarme, aunque la incertidumbre comenzaba a consumir cada fibra de mi ser. Tenía un mal presentimiento.El celular vibró en mi mano, sobresaltándome. Pietro. Dudé. Contesté después de que insistiera varias veces.—Tu amante me partió un brazo, pero esto no quedará así. Dile que me las va
Los ruidos continuaban. No sé cuánto tiempo pasó, tal vez horas, tal vez días, pero cada segundo era una agonía. La tensión en la habitación crecía con cada crujido, con cada sombra que parecía moverse. Allí nadie siquiera respiraba. Todos estábamos tensos.Y entonces, de golpe, todo quedó en un silencio tan absoluto que resultaba insoportable.—Creo que ya se han ido —dije, rompiendo el silencio. Pero nadie respondió. Nadie se movió.El tipo que estaba frente a la puerta bloqueaba el paso con una postura rígida. Intenté apartarlo, desesperada por llegar a la salida, pero él se interpuso, firme como una pared.—Todavía están afuera. ¿O no puedes olerlos? —preguntó, con los ojos clavados en mí.Lo entendí en ese instante. Ese olor metálico y amargo que llenaba mis fosas nasales... era de ellos. Siempre había pensado que mi olfato era más agudo que el de los demás. Podía oler a Pietro o a mi padre mucho antes de que llegaran a casa. Pero esto no era como reconocer a alguien querido. Est