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El sonido distante de coches rompía el silencio pesado de la carretera. Uno de los hombres vestidos de negro, con un aire tan peligroso como su mirada fría, se acercó al coche abandonado al borde del camino. Sus botas resonaban contra el asfalto mientras avanzaba con calma, como un depredador que sabía que su presa ya estaba acorralada.

Se inclinó para mirar dentro del vehículo y ahí estaba, un pequeño bolso de mano dorado, brillante incluso en la penumbra. Lo tomó sin prisa, como si saboreara cada segundo. Abrió el bolso con movimientos precisos, vaciando su contenido en el asiento delantero. Una identificación cayó entre las demás pertenencias esparcidas.

El hombre recogió la identificación con dos dedos, como si se tratara de una joya recién descubierta. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida mientras leía el nombre en voz alta, saboreando cada sílaba como una promesa.

—Abigail... —susurró, dejando que el nombre se impregnara en el aire, como si con solo pronunciarlo ya la h
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