Apenas puse un pie en la empresa, dos hombres se acercaron como si estuvieran escoltando a una celebridad. Sin darme tiempo para respirar, me pidieron que los siguiera a la sala de reuniones. Entré, y allí estaban todos los accionistas, alineados como en una junta de guerra. Pietro, por supuesto, en la cabecera, con esa actitud de "yo mando aquí" que tanto le gustaba. Caminé hacia él, sin prisa pero con firmeza. —Por favor, levántate de mi asiento —le pedí, con una amabilidad que era más borde que cordial. Él me miró con sorpresa y fastidio, pero se levantó sin decir nada. Me senté y observé a todos los hombres en la mesa, que me miraban como si esperaran un espectáculo. —¿A qué se debe esta reunión tan inesperada? —pregunté, tratando de parecer más curiosa que molesta. Uno de los socios carraspeó antes de hablar. —Pietro nos ha informado que hablaste con Amir Rashad, interfiriendo en un negocio muy importante. Sentí cómo mi estómago se encogía un poco, pero me mordí el labio
Cuando llegué a casa, la idea de girarme y salir corriendo cruzó mi mente. No quería compartir techo, y mucho menos mi habitación, con ese hijo de puta. Pero escapar no era una opción. Tenía un propósito: descubrir cómo había asesinado a mi padre y reunir las pruebas para que los dos terminaran en la cárcel. Respiré hondo, forzando a mis pies a moverse, y entré. Apenas crucé la puerta, mi madrastra apareció, furiosa como un toro al que le agitaban un pañuelo rojo. —¡¿Cómo pudiste cancelar mis tarjetas?! ¡Qué vergüenza pasé esta tarde! —espetó. —Trabaja si quieres dinero —respondí con frialdad, ignorándola mientras subía las escaleras. Los insultos y gritos que lanzó a mis espaldas apenas me rozaron. Aún podía escuchar su voz en mi memoria, humillándome frente a otros, comparándome con con otras mujeres, haciéndome sentir menos que nada. Y yo, estúpidamente, lo acepté, pensando que ella era lo único que me quedaba. Pero ya no. Ahora era mi turno. Ojo por ojo. Llegué a mi habitaci
Mientras íbamos rumbo a mi coche, lo observé durante un largo y desconcertante momento, preguntándome por qué me atraía tanto. Era ridículo, dado que no lo conocía. La sensación me quemaba por dentro, como si algo en él me jalara irremediablemente.—¿Quieres algo de mí?—me preguntó Giorgio de repente. Su voz me sacó de mis pensamientos, y aparté la mirada de inmediato, incapaz de soportar la tensión que crecía entre nosotros. Miré por la ventanilla, intentando calmarme, pero todo en mi cuerpo temblaba.—No sé de lo que hablas—le respondí rápidamente, y aunque intenté sonar indiferente, mi voz vaciló. Él se rió, esa risa que me calaba hasta los huesos, y me avergoncé aún más. Juraba que mis mejillas estaban ardiendo en ese instante.El coche se detuvo. Miré hacia mi vehículo, y un suspiro de alivio escapó de mis labios; ahora podía escapar de él, de esa presencia tan poderosa que me alteraba el alma…Abrí la puerta del coche y salí rápidamente, mis pasos apresurados reflejaban el caos
Cuando iba a salir de la habitación de invitados, la puerta se abrió de golpe, y Pietro entró como una fiera rabiosa. Sus ojos ardían, y antes de que pudiera reaccionar, me agarró del brazo y me estrelló contra la pared. El aire abandonó mis pulmones, y mi instinto fue levantar la mano para abofetearlo, pero él detuvo mi movimiento con una facilidad que me hizo sentir indefensa.Con su otra mano, apretó mi cuello. Su fuerza era demasiada. Mis ojos se abrieron de par en par mientras el miedo se deslizaba por mi columna. Estaba paralizada, atrapada en ese instante que parecía no terminar nunca, aterrorizada por lo que Pietro pudiera hacerme.—¿Dónde estabas? ¿Crees que soy un imbécil? —me espetó con una voz cargada de rabia mientras apretaba más.Reuní todo el valor que me quedaba, liberé mi mano de su agarre y lo empujé con toda la fuerza que mi cuerpo asustado pudo reunir.—¡¿Qué te pasa?! —le grité con un temblor que traicionaba mi intento de valentía.Pietro avanzó hacia mí, sus pas
Esperé un par de minutos más por Abigail. Llegaba con un retraso de veinte minutos, y si algo me molestaba era la impuntualidad. Justo cuando estaba por levantarme y marcharme, ella apareció en el restaurante. Se veía distinta, como si algo le hubiese pasado.Se acercó y se sentó frente a mí. Su sonrisa me distrajo por un instante, pero las marcas en su cuello captaron toda mi atención, como un grito desesperado que no podía ignorar.Una llama ardió en mi interior. La furia creció, apretando mi pecho y exigiendo sangre, gritando que encontrara al malnacido que se había atrevido a lastimarla.—¿Ha esperado mucho? Lo siento, tuve un pequeño inconveniente —dijo, intentando justificar su retraso con una sonrisa que solo me pareció un débil intento de cubrir el dolor.No lo pensé más. Me levanté, agarré su brazo y, sin darle tiempo a protestar, la llevé al baño de hombres. Abigail intentó resistirse, pero al final cedió. Con cuidado la subí al lavabo, sujetándola por la cintura para que no
Después de comer algo y discutir sobre el trabajo, salimos del restaurante. Mientras íbamos hacia la salida, sentía las miradas clavadas en mi espalda. Cada paso parecía más pesado bajo el escrutinio de los presentes, y todo era culpa del hombre enorme caminando a mi lado. Quería ahorcarlo ahí mismo.—¿Quiere que la acerque a su coche? —preguntó, con una burla descarada en su voz.Volteé a verlo, y sí, ahí estaba esa maldita sonrisa que lograba ser tan irritante como encantadora.—No, gracias —respondí con la voz tensa, casi triturando las palabras.Me separé de él con rapidez y empecé a caminar hacia donde había dejado mi coche, un lugar lejano del restaurante, y todo por su maldita culpa. ¿Cómo podía alguien ser tan sexy y tan insufrible al mismo tiempo?Mi celular comenzó a sonar. Lo saqué apresurada del bolso y contesté al ver que era Jim.—¿Cómo estás? —saludé de inmediato.—Muy bien, ¿quieres almorzar conmigo? —preguntó con tono animado.Cuando estaba a punto de responder, una s
Giorgio me envió el número de una agencia de seguridad, pero antes de que pudiera llamarlos, me llegó un mensaje suyo. Decía que ya tenía a un hombre de confianza, alguien muy bueno en su trabajo, y me dio su contacto. No perdí tiempo y llamé de inmediato. Alessandro, como se presentó, fue amable, directo y profesional. Me aseguró que estaba listo para comenzar cuando yo lo indicara, así que acordamos reunirnos al día siguiente en un restaurante cercano.Colgué la llamada, pero no tuve tiempo para pensar demasiado. La puerta de mi habitación se abrió de golpe, y Pietro apareció con un enorme ramo de rosas rojas en las manos. Sin pedirme permiso, avanzó hacia la cama donde yo estaba sentada y dejó las flores frente a mí.—Perdón, amor mío. Sé que fui un poco agresivo hoy, pero quiero que me disculpes —dijo con una sonrisa que me resultó más calculada que genuina.—Tus cosas están en la habitación de invitados, y no fuiste "solo un poco agresivo" —respondí con frialdad, clavándole los o
Al día siguiente, llegué a la empresa de Abigail donde me reuniría con los demás inversionistas. Apenas crucé la entrada, me topé con Pietro. Su mirada despectiva, de arriba a abajo, me hizo arquear una ceja, pero decidí ignorarlo. Me acerqué con calma y lo saludé.—¿Ya están todos esperando? —pregunté con aparente indiferencia.Él asintió de manera casi mecánica y me guio hacia la sala de reuniones. Al entrar, mi mirada recorrió rápidamente el lugar, buscando a Abigail. No estaba. Me sentí un poco decepcionado al no verla, pero decidí no mencionarlo. Me senté en uno de los asientos vacíos, manteniendo una expresión imperturbable.Pietro tomó la palabra desde la cabecera de la enorme mesa, hablando sobre el proyecto con un entusiasmo que se sentía falso, incluso irritante.—Es un honor tenerlo como inversionista —añadió, buscando una reacción que no obtuvo.—¿Dónde está la señorita Greco? —interrumpí, cortando su monólogo.Su rostro se tensó, pero lo disimuló rápidamente.—La señora A