Marina Arteaga no solo había nacido con una mala condición, sino, que un cruel destino le esperaba. Cuando cumplido los dieciocho años, se casó con Sebastián Arteaga a quien amó desde siempre, pero él no la amaba, la odiaba por su condición, sobre todo, por haber evitado que se casara con el amor de su vida.
Leer másUn hombre que fue detenido como sospechoso del manoseo al coche de Anderson, declaró que Mayra Pérez lo contrató para aquel trabajo. Sus palabras, pronunciadas resonaron en la sala de interrogatorios mientras los oficiales tomaban notas de cada detalle que pudiera incriminar a la mujer. Incluso, cuando se la presentaron junto a otras detenidas mediante un procedimiento estándar de reconocimiento, a través de un cristal polarizado donde solo él podía verla mientras ella permanecía ignorante de su escrutinio, señaló a Mayra sin titubeos como principal gestora de atentar contra la vida de Anderson Valencia, —¿Cuánto te están pagando para difamar a una mujer inocente? —Cuestionó Sebastián con voz ronca mientras se acercaba amenazante a ese hombre cuyo rostro denotaba temor. Sus pasos retumbaban en el suelo de aquel recinto policial.—Nadie me está pagando, caballero, simplemente estoy manifestando lo que en verdad ocurrió. Esa mujer que usted parece defender…La grande mano de Seb
Tras días agotadores de cuidados intensivos a Anderson, donde las horas parecían estirarse, Mayra se proponía a abandonar el edificio médico, sintiendo el cansancio como una manta de plomo. Sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño y las lágrimas silenciosas que había derramado en la soledad de los pasillos vacíos, apenas podían mantenerse abiertos mientras arrastraba sus pasos por el corredor principal. La preocupación por la salud de Anderson había consumido cada partícula de su energía, dejándola completamente exhausta física y emocionalmente. Sin embargo, justo cuando divisaba la salida que prometía un breve respiro de aquella pesadilla, fue interceptada en el pasillo por dos oficiales que se plantaron frente a ella.—Señorita Pérez, debe acompañarnos inmediatamente a la delegación —anunció uno de ellos con voz autoritaria que resonó en el pasillo, atrayendo miradas curiosas de enfermeras y visitantes que pasaban cerca del incómodo encuentro.—¿Yo? —completamente desconc
Anderson subió al coche con una angustia que le oprimía el pecho como un puño invisible.Sus manos temblaban ligeramente mientras introducía la llave en el contacto. Salió del estacionamiento con la intención de buscar a su hermano, cobrarle lo que hizo, aquella traición que había destrozado su matrimonio y sembrado la semilla de un rencor que crecía día tras día como una enredadera venenosa en su interior.Tenía planeado después de confrontar a Pablo y Mario, buscar a Mayra y pedirle perdón por todo, por cada palabra hiriente, por cada acusación injusta, por haberla juzgado sin escuchar su versión de los hechos que ahora, después de cinco años, comenzaba a ver con mayor claridad. No obstante, apenas aceleró para salir a la vía principal, sintió que algo andaba mal; los frenos le fallaron, respondiendo con un vacío aterrador cuando pisó el pedal.Su coche no pudo detenerse y se cruzó en la calle principal, justo cuando un camión de carga pesada avanzaba a toda velocidad. El i
Marina rechazó la ayuda de Gael. Lo hizo para evitar tener problemas con Sebastián, quien odiaba verla con él con una intensidad que rayaba en lo obsesivo. La simple visión de Gael cerca de Marina despertaba en Sebastián una furia incontenible que se manifestaba en miradas gélidas y comentarios mordaces que perforaban el alma de Marina.Las pocas veces que Sebastián los había visto juntos, aunque fuera en situaciones completamente inocentes, Sebastián se había comportado de una forma nada inusual. Por ellos, prefería realizar sus diseños sola. Prefirió encerrarse tardes enteras hasta la hora que Sebastián regresaba, en el estudio, un espacio que se había convertido tanto en su refugio como en su prisión voluntaria. Allí, rodeada del olor a pintura y tantos materiales, podía respirar con cierta libertad mientras sus dedos danzaban sobre el lienzo para recrear los diseños que habían sido cruelmente destruidos por sus compañeros de universidad.La habían dejado de molestar, no po
Después de sus días de descanso, Mayra regresó al hospital con la misma actitud de siempre, mentalmente preparada y decidida a ignorar cualquier agravio o comentario hiriente que pudiera provenir de Anderson. Las paredes blancas del corredor principal le dieron la bienvenida mientras avanzaba, respirando el característico aroma a desinfectante que impregnaba cada rincón del edificio sanitario. El reloj marcaba las siete en punto de la mañana cuando cruzó las puertas automáticas, con su uniforme perfectamente planchado y su cabello recogido en un moño, decidida a enfocarse exclusivamente en sus responsabilidades médicas y en la atención que merecían sus pacientes, dejando de lado cualquier asunto personal que pudiera interferir con su desempeño profesional. Los últimos acontecimientos habían dejado una huella en su espíritu, pero su vocación médica permanecía intacta como un faro que guiaba sus pasos en medio de la tormenta emocional que representaba trabajar diariamente bajo la
Este ultimátum atacaba directamente el punto más vulnerable de su esposo: la necesidad de un heredero que continuara el legado de los Arteaga. El abogado había dejado claro, que la principal función de Marina era proporcionarle un heredero varón, que perpetuara el apellido y heredara el imperio familiar. Al amenazar con negar este aspecto fundamental del contrato matrimonial, Marina estaba utilizando la única forma de poder real que poseía en esta relación. El impacto del mensaje fue inmediato y visible en cada músculo del rostro de Sebastián, que se fue levantando lentamente, y sus ojos normalmente fríos, calculadores, se encontraron con los de Marina en un contacto visual cargado de intensidad. La mirada que le dirigió contenía: sorpresa, incredulidad, ira y, un destello de respeto ante la audacia de su jugada. Marina sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral al enfrentarse a esa mirada penetrante, pero se mantuvo firme, sosteniendo el contacto visual con una
Sebastián se encontraba impaciente en el coche, esperando que Marina saliera de la casa de Mayra. La espera era una de sus peores carencias, un defecto que arrastraba desde su niñez. Aquellos recuerdos amargos de su infancia siempre regresaban como fantasmas cada vez que se veía obligado a esperar más de lo previsto. El reloj de su mano marcaba minutos que parecían horas, mientras él tamborileaba sus dedos sobre el volante. La tensión crecía en su interior como una olla a presión a punto de estallar, y el sudor comenzaba a perlar su frente. Había acompañado a Marina a visitar a Mayra, pero desde hace ya diez minutos que su esposa había ingresado y, nada que salía. Observaba constantemente la puerta de aquella casa, esperando ver aparecer la silueta de Marina. Estuvo en dos ocasiones a punto de salir del coche e ir a tocar la puerta, para sacarla de ahí y llevarla a casa, no obstante, su autocontrol hizo que descartara esas ideas, y esperara por quince más. Sus nudi
Gael sacudió la mano de esa mujer con fuerza contenida, provocando que el líquido caliente y los fideos rápidos cayeran sobre el grupo de estudiantes cercanos, salpicando en todas direcciones como una lluvia inesperada, menos sobre Marina, quien observaba la escena con ojos aterrados y confundidos.El movimiento brusco e imprevisto hizo que la joven agresora se tambaleara hacia atrás, perdiendo momentáneamente el equilibrio mientras intentaba procesar lo que acababa de ocurrir.Los murmullos comenzaron a elevarse como un zumbido entre los estudiantes que pasaban, algunos deteniéndose para observar el altercado, otros acelerando el paso para evitar verse involucrados en una situación que claramente escalaba en tensión con cada segundo que transcurría.—Tú, ¿quién te crees para...? —comenzó a protestar la joven, mientras intentaba recuperar la compostura y limpiar los restos de comida que ahora manchaban su costosa blusa, furiosa por la intervención inesperada de aquel extraño.—¡No te
La mujer salió de ahí, con lágrimas desbordándose por sus mejillas enrojecidas y un dolor punzante en su pecho que apenas le permitía respirar, puesto que él, con su mirada gélida y palabras cortantes como navajas, la había humillado sin piedad delante de esa maldita mujer de aspecto sereno y mirada triste, que, para colmo de males, resultaba ser íntima amiga de su examiga.Llegó a casa de su hermana completamente destrozada por lo que había ocurrido, con el maquillaje corrido formando surcos negros en sus mejillas pálidas, el cabello despeinado como si hubiera atravesado una tormenta, y los hombros caídos bajo la humillación que acababa de experimentar.Al cruzar el umbral de la puerta, sintió que las últimas fuerzas que la mantenían en pie la abandonaban por completo, dejándola vulnerable y expuesta ante los ojos que la recibieron sin sorpresa.—Ya no puedo continuar, ya no puedo seguirme humillando como una mendiga que ruega por migajas de afecto que nunca llegarán. Él no me ama, n