Esposa Muda Del CEO Hostil

Esposa Muda Del CEO HostilES

Alexyta  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Marina Arteaga no solo había nacido con una mala condición, sino, que un cruel destino le esperaba. Cuando cumplido los dieciocho años, se casó con Sebastián Arteaga a quien amó desde siempre, pero él no la amaba, la odiaba por su condición, sobre todo, por haber evitado que se casara con el amor de su vida.

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Mart Soto
me quedé en las mismas
2025-03-31 13:39:16
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Venney Mejias
esta más que claro que está lastimado su alma y también lastimó a mayra
2025-03-29 22:38:58
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Venney Mejias
tiene odio y está más que confundido por todo lo que le a pasado
2025-03-29 22:38:05
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Venney Mejias
para su salud mental más bien debería buscar ayuda profesional
2025-03-29 22:37:35
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Venney Mejias
aja eso mismo me preguntó yo por que no se va el
2025-03-29 22:37:16
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Venney Mejias
bueno ella tiene razón a no confiar en él por qué cuando se lo propone el lastiima
2025-03-26 07:07:53
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Venney Mejias
ay Stella le gusta que Sebastián la cincuenta jajaja
2025-03-26 07:05:38
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Venney Mejias
espero que Anderson. se de cuenta pronto
2025-03-26 07:05:07
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Venney Mejias
seguramente su papá sabía que el llevaría el patrimonio a la ruina ya que tiene mala mañanas
2025-03-26 07:04:45
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Venney Mejias
ese hombre es despreciable actuar contra su hermano no tiene nombre
2025-03-26 07:04:11
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Venney Mejias
amparo quiere a Anderson pero haga lo que haga jamás lo tendra
2025-03-26 07:03:30
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Venney Mejias
pero quién no va a estar con esa actitud, con la humillación de Sebastián
2025-03-26 07:02:04
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Venney Mejias
Gael es el único chico bueno de esa familia
2025-03-26 07:01:23
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Dalgis Navarro
la historia es buena me tiene atrapada ... pero espero cambios reales para ambas protagonista... mayra y marina
2025-03-25 09:27:13
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Dalgis Navarro
ojalá la autora ... pueda hacer eso ... porque no me parece que siempre queden las mujeres maltratadas y sufridas con su verdugo.. y menos con personajes tan nefastos
2025-03-25 09:26:21
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Solicitud de divorcio.
Sebastián Arteaga ingresó a la habitación de Marina de Arteaga, su esposa, mientras la luz del atardecer se filtraba por las cortinas de seda blanca.Llevaban dos años casados, pero nunca había estado a solas con ella en la habitación, menos con ella envuelta en una toalla que dejaba ver sus hombros delicados.Un exquisito y misterioso aroma a jazmín y vainilla se apoderó de las fosas nasales de Sebastián, una fragancia que hizo sentir un inexplicable calor recorrer su cuerpo.Marina, con una dulce sonrisa en sus labios rosados, le invitó a pasar, pero él, firme en su posición junto al marco de la puerta de roble tallado, negó mientras extendía la carpeta de cuero marrón que sostenía.—El abuelo ha muerto, por lo tanto, ya no podemos seguir casados —ante esas palabras crueles y cortantes, el corazón de Marina se apretó como si una mano invisible lo estrujara— Quiero que firmes el divorcio, que tomes tu parte de la herencia y desaparezcas de mi vida para siempre —cada palabra pronuncia
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Usurpación.
Hace años atrás, Sebastián bebió del líquido ambarino que su amigo Adolfo le había entregado con insistencia. Se encontraban en un establecimiento nocturno bastante concurrido, donde artistas presentaban espectáculos de variedad mientras los clientes disfrutaban de sus bebidas en la penumbra del local.Sebastián, un joven de principios firmes y mentalidad tradicional, nunca había sido partidario de frecuentar estos lugares de entretenimiento nocturno, pero ese día particular celebraba sus veinticuatro años y su mejor amigo desde la infancia había sido persistente en llevarlo allí para festejar.De manera repentina e inexplicable, una sensación abrasadora comenzó a recorrer cada centímetro de su cuerpo, como si un fuego interno lo consumiera desde sus entrañas. La temperatura de su piel aumentaba con cada segundo que transcurría, provocándole un malestar indescriptible.Siendo un hombre perspicaz y de razonamiento agudo, Sebastián comprendió inmediatamente que algo no andaba bien. Su c
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Suplicar por su perdón.
Mariana sintió que su mentira se caería, que quedaría al descubierto, sin embargo, desconocía que la mujer de la silla de ruedas había perdido la memoria. —¿Quién es esta mujer, abuelo? —Ella es Stella, tu futura esposa —explicó el abuelo, dejando a Sebastián y Mariana en trance. Esta última se sintió mareada, tuvo que sostenerse de Sebastián para no caerse. —Abuelo, eso no puede ser. Yo… voy a casarme con Mariana. Es ella la mujer que tomaré por esposa. —¿De donde sacaste a esta mujer? —Octavio Arteaga sabía todos los pasos que daba su nieto, y hasta donde sabía, él no tenía novia, por lo tanto, había planificado su boda con alguien que le diera la seguridad y el poder que Sebastián necesitaba cuando él ya no estuviera. —Ella es mi novia, abuelo. —¿Tú novia? —miró con ojos escrutadores a Mariana, seguido solicitó a Sebastián lo acompañe al despacho. Ya dentro de este, cuestionó— ¿Desde cuándo tienes novia? —Sebastián se quedó en silencio, no podía mentirle a su abuelo, este lo c
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Lectura del testamento.
A Marina se le encogió el corazón mientras escuchaba las palabras de Sebastián, sintiendo cómo cada sílaba se clavaba como agujas en su alma herida.Quería echarse a llorar en ese lugar, frente a esa mujer despiadada que, con descaro evidente sonreía cuando él no la miraba, y reflejaba maldad pura y calculada en sus ojos oscuros que brillaban con satisfacción ante el sufrimiento de ella.La sala, con sus paredes antiguas y pesados cortinajes de terciopelo, parecía encogerse a su alrededor, amplificando la sensación de asfixia que oprimía su pecho.«Sebastián, ¿por qué eres tan cruel e insensible conmigo? ¿Por qué no pudiste amarme en todo este tiempo que compartimos juntos? ¿Qué te hice para merecer este trato tan despiadado?»Musitaba angustiada en su mente, mientras una rebelde y traicionera lágrima rodaba lentamente por su mejilla sonrojada, y la limpiaba apresuradamente con el dorso de su mano temblorosa, esquivando la mirada penetrante de él, para que no notase cuánto la lastimab
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No te amo.
El abogado terminó la lectura del testamento, cerrando el maletín de cuero con un sonido seco que resonó en la amplia sala familiar. Sus dedos arrugados aseguraron los broches dorados con movimientos precisos y calculados. Con una sonrisa enigmática que apenas curvaba sus delgados labios, se incorporó lentamente. Sus zapatos brillantes rechinaron ligeramente contra el piso de mármol mientras se alejaba, no sin antes detenerse junto a Sebastián, quien permanecía sumido en un silencio impenetrable. —No defraudes a tu abuelo —le susurró con voz firme, inclinándose levemente—. Siempre confió en ti como su único digno sucesor. La petición quedó flotando en el aire como una nube de tormenta. La mirada penetrante e intensa de Sebastián seguía fijamente en Marina, como un depredador que estudia a su presa, mientras ella, con incomodidad en cada centímetro de su lenguaje corporal, se movía inquieta en su asiento. Sus ojos rehuían cualquier contacto visual con él, como si temiera que una s
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Criaré a tu hijo.
Sebastián abandonó la habitación de Marina luego de tomarla. La penumbra de la noche envolvía la mansión mientras sus pasos resonaban por el pasillo que lo alejaba de aquella mujer que ahora, por decreto familiar, se convertiría en la madre de su hijo. Si bien cumpliría con la petición de su abuelo, extinguiendo así cualquier posibilidad de perder su herencia y posición social dentro de la familia Arteaga, no pretendía formar un hogar feliz con ella. El rencor corrompía su corazón, nublando cualquier posibilidad de ver más allá de sus prejuicios hacia aquella mujer que ahora dormía en su cama, ignorante del infierno que él planeaba convertir en su existencia compartida. Llegó al despacho y empezó a realizar el documento que le haría firmar a Marina, aquel contrato que la despojaría de la criatura que esperaba engendrar en ella. La madera oscura del escritorio de roble que había pertenecido a generaciones de Arteaga fue testigo silencioso de su mezquindad mientras las palabras fluí
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Enamorado.
Marina subió de dos en dos los escalones, fue a la habitación, se encerró ahí y se dejó caer, rodando su espalda en la puerta.«Ah, Ah».Gritó en su adentro, su sonido corporal no se escuchaba, y quizás nunca se escucharía, ya que su mudez la había perseguido por toda su corta existencia.Veinte años tenía. Veinte año en que no se había escuchado su voz.Su abuelo había estado insistiendo en esos dos años para operarla, para que pudiera tener voz, pero ella se había negado, diciendo que no era necesario tener voz para sobresalir y hacerse notar en la vida.Nunca antes había necesitado tanto tener voz, como en ese momento. Si hubiera podido hablar, le habría dicho a Sebastián, quizás le hubiera gritado, que ella no la lastimó.¿Le creería?Marina se río. Era obvio que Sebastián no creería en sus palabras. Sabía perfectamente que Sebastián la odiaba, y que cualquier cosa que dijera Mariana, era verdad ante sus oídos, y cualquier cosa que ella dijera, era mentira.…Sebastián sa
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Cumplir con sus deberes de Esposa.
Ya en la sala a solas con Mariana, Sebastián se paró en la ventana y observó con detenimiento el jardín frentero, cuidado con sus rosales en flor y arbustos perfectamente recortados, el gran muro de concreto gris e imponente que bordeaba toda la propiedad, y aquel portón enorme de hierro forjado con el emblema familiar que, cual centinela inflexible, encerraba a la mansión Aragón, aislándola del mundo exterior como si fuera un universo aparte, un microcosmos regido por sus propias leyes y tradiciones. La luz del medio día bañaba el jardín, proyectando sombras sobre el césped impecable, mientras el viento mecía suavemente las copas de los árboles.Estaba sumido en los pensamientos más contradictorios y dolorosos, dando vueltas una y otra vez al mismo dilema sin encontrar salida, intentando buscar con desesperación las palabras adecuadas, aquellas que pudieran suavizar, aunque fuera mínimo el golpe que estaba a punto de asestar, para no lastimar más de lo inevitable a la mujer que se
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La esposa de Sebastián.
Marina se quedó inmóvil en la cama, observando el tejado mientras las lágrimas silenciosas rodaban sin control por sus mejillas.La habitación, sumida en un silencio opresivo, parecía estrechar sus paredes con cada segundo que pasaba.Él solo la usaba despiadadamente como su objeto sexual, como si fuera una prostituta cualquiera a la cual los hombres visitan y luego se van sin mirar atrás, sin considerar sentimientos ni consecuencias emocionales, solo que a esas mujeres profesionales probablemente no les dolía el corazón con esa acción, mientras que a ella se le destrozaba el alma con cada encuentro íntimo que compartían bajo las sábanas de aquel matrimonio de apariencias.Los recuerdos de cada caricia se clavaban como dagas afiladas en su memoria, y el peso de su propia impotencia ante la situación la hundía más en un abismo de desesperación que nadie podía escuchar.Cuando Sebastián salió de la ducha, secándose despreocupadamente su cabello negro azabache con movimientos bruscos, Ma
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Inquilinos inesperados.
Sebastián, llevó a Mariana hasta el coche negro que esperaba en la acera, para calmarla. Le dolía verla en ese estado, con las lágrimas recorriendo sus mejillas maquilladas, pues esa mujer le había salvado la vida. Gracias a ella, a su intervención en aquel oscuro episodio de su pasado, él continuaba respirando, caminando entre los vivos, construyendo su imperio empresarial, y ciertamente no podía comportarse ahora como un patán desagradecido.—Lo siento tanto, Mariana —murmuró mientras le secaba las lágrimas la abrazó con fuerza contra su pecho, sintiendo cómo ella se aferraba a él como si fuera su única tabla de salvación en medio de una tormenta devastadora—. Disculpa por no poder cumplir con lo que prometí, siento no poder darte lo que quieres. —Sebastián, solo te pido una cosa, no me dejes, por favor —susurró ella entre sollozos entrecortados, aferrándose a la costosa tela de su traje como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento—. No me dejes alejes. Yo puedo
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