Marina Arteaga no solo había nacido con una mala condición, sino, que un cruel destino le esperaba. Cuando cumplido los dieciocho años, se casó con Sebastián Arteaga a quien amó desde siempre, pero él no la amaba, la odiaba por su condición, sobre todo, por haber evitado que se casara con el amor de su vida.
Leer másLa mirada de Sebastián se apartó lentamente de Stella y se posó con intensidad en el abogado, quien se irguió con nerviosismo ante el escrutinio.La tensión era palpable, como un hilo invisible que amenazaba con romperse en cualquier momento. La luz que entraba por los ventanales iluminaba el rostro de Sebastián, destacando la rigidez de su mandíbula y la frialdad de sus ojos.—No me digas que no lo sabías, porque eso sí que no te lo creo —continuó Stella, cada palabra cargada de resentimiento—. Sé perfectamente sus planes de quedarse con todo, pero no voy a permitirlo —les aseguró—. No soy ingenua ni estúpida como todos parecen creer. Sebastián, que observaba al abogado como si pudiera extraer respuestas de su semblante incómodo, pensando en nada y en todo mientras se miraban en un silencioso duelo de voluntades, regresó la mirada a Stella. —¿Planes de quedarme con todo? —le sonrió con frustración evidente, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos y que más bien parecía una muec
Sebastián ingresó a la habitación de Stella con el corazón palpitando, pensando encontrarla sumida en el sueño profundo. No obstante, la cama estaba tendida, sin una sola arruga que delatara su presencia, y ya era media noche según marcaba el reloj de la mesita de noche. El silencio abrumador de la habitación solo aumentaba su ansiedad mientras recorría la mirada en cada rincón del espacio. ¿Dónde estaba su esposa a estas horas? Se cuestionó mientras ingresaba al vestidor, apartando con brusquedad los vestidos de seda y abrigos que colgaban ordenadamente, esperando encontrarla ahí dentro escondida, revisando cada rincón y cada estante, pero no estaba por ningún lado. Tal vez había ido a otra de las habitaciones de aquella mansión. Era una posibilidad lógica considerando las recientes tensiones, por ello fue abriendo una tras otra habitación, encendiendo luces y sobresaltando a la oscuridad que reinaba en cada una de ellas. —Señor —la empleada de confianza que aún esta
«Cuando Stella se comunicó con Mayra, y está junto a Anderson la ayudarán a salir de dicho lugar, ella le pidió, más bien le hizo jurar a ambos que no dirían a Sebastián, el hombre que alguna vez amó con locura desmedida, donde se encontraba exactamente, como si revelar su ubicación fuera equivalente a firmar su propia sentencia de muerte. Fue así como Anderson, sintiendo el peso de una promesa que no deseaba cumplir, pero que había aceptado en un momento de recuperar al amor de su vida, se vio obligado a desviar la búsqueda incesante y casi obsesiva de Sebastián. Utilizando estrategias y mentiras por lugares y distantes donde Stella no había estado, creando falsas esperanzas en aquel hombre desesperado, dejándole pistas falsificadas y detalle que lo alejaban cada vez más del verdadero lugar donde ella se refugiaba, una táctica que le causaba conflictos morales, pero que era necesaria para recuperar a Mayra. Tras salir de ese sitio que le había servido como escondite durante s
Sebastián se rehusaba a soltarla con una desesperación que le quemaba las entrañas, aferrándose a ella como un náufrago a su última tabla de salvación en medio de un océano tempestuoso. Temía que si la liberaba por tan solo un instante, ella pudiera desvanecerse como la niebla matutina ante el sol del mediodía, borrándose de su vida una vez más sin dejar rastro alguno de su existencia.No soportaría, ni por un segundo siquiera volverla a perder después de haber atravesado el desierto de la soledad durante tanto tiempo, sin el oasis de su presencia. La idea de verla partir nuevamente, de contemplar su silueta alejándose por segunda vez hacia un horizonte inalcanzable, desgarraba las fibras más profundas de su cordura. Si ella se iba nuevamente de su lado, abandonándolo a la crueldad del tiempo y la distancia, se volvería loco, perdido en el laberinto de una mente fragmentada por la ausencia del único ser que daba sentido a su existenciaLa policía llegó, y arrancaron a Sebastiá
El abogado salió, y presenció una violenta pelea que se desarrollaba en el extenso jardín frente a la mansión familiar. Los entrenados hombres de Sebastián combatían ferozmente contra los guardaespaldas de Stella, moviéndose entre los arbustos y estatuas que adornaban el lugar. Era notorio, que los hombres de Sebastián, con su ventaja numérica estaban ganando terreno minuto a minuto. La brutal pelea involucraba puños, patadas y algunos improvisados bastones tomados del jardín, mientras los gritos de esfuerzo y dolor rompían la tranquilidad del vecindario.Sebastián, con el rostro amoratado y un hilo de sangre descendiendo por su barbilla, apenas comenzaba a recuperarse de la paliza que había recibido apenas unos segundos atrás. Respiraba con dificultad, sentía un dolor en las costillas, y su camisa de diseñador, antes impecable, ahora mostraba manchas de tierra.A pesar del dolor físico que nublaba sus pensamientos, estaba determinado a ingresar a la mansión que consideraba
Sebastián tensó la mandíbula mientras observaba a esos dos hombres que, como murallas de carne y músculo, impedían su paso hacia ella. La sangre le hervía en las venas, pulsando con fuerza en sus sienes, mientras sus puños se cerraban a ambos lados de su cuerpo, blanqueando los nudillos por la presión ejercida. Sus ojos, oscurecidos por la rabia, intentaban buscar un hueco, una fisura entre aquellos cuerpos para poder vislumbrar aunque fuera por un instante el rostro de la mujer que por siete meses había creído perdida. El ambiente en aquella habitación se había vuelto denso, casi irrespirable, cargado de tensión y de una electricidad invisible que parecía manifestarse en cada uno de sus movimientos. Los guardias, entrenados para situaciones como esta, mantenían una postura defensiva, con las piernas ligeramente separadas y los brazos extendidos, creando una barrera humana.—¡Quítense de mi camino! —rugió con una voz grave que parecía emerger desde lo más profundo de sus entr
Sebastián revisó el celular de Mayra, encontrando este completamente vacío, desprovisto de cualquier mensaje, carente del más mínimo registro de llamadas recientes o antiguas. La frustración se apoderó de cada centímetro de su ser mientras buscaba algún indicio, alguna pista que pudiera revelarle lo que tanto ansiaba descubrir. Se sintió furioso, indignado por no encontrar nada en aquel dispositivo que parecía haber sido limpiado para ocultar cualquier evidencia. La rabia comenzó a bullir en su interior como agua hirviendo, tensando cada músculo de su cuerpo mientras apretaba el aparato entre sus dedos.De pronto, interrumpiendo aquel silencio, un mensaje ingresó, lo que alertó su corazón de inmediato, provocando que el órgano vital saltara dentro de su pecho como si quisiera escapar de su cavidad torácica. La adrenalina se disparó por sus venas al ver la pantalla iluminarse.«No te lo dije para no dañar tu luna de miel, pero he regresado, estoy en Colombia», rezaba el texto
Sebastián se estaba impacientando mientras la mujer de información revisaba la lista de pacientes, sintiendo un impulso casi incontrolable de arrebatarle el listado para examinarlo él mismo con sus propios ojos. La ansiedad recorría cada centímetro de su cuerpo como una corriente eléctrica, mientras observaba con atención cada movimiento de aquella mujer que, con aparente calma, deslizaba su dedo índice por la interminable lista de nombres. Había recorrido kilómetros, gastado recursos y incontables horas a esta búsqueda que consumía cada pensamiento de su mente, y ahora, tan cerca de una posible respuesta, sentía que cada segundo de espera era una tortura insoportable que alimentaba su ya desbordante frustración.—Señor Arteaga, ¿qué sorpresa encontrarlo aquí? —Anderson y Mayra aparecieron repentinamente, como salidos de la nada, con expresiones que intentaban ocultar su nerviosismo, para evitar que Sebastián continuara indagando en el listado de pacientes.Sus rostros, aunque pre
«Cuando Marina consiguió escapar del vehículo arrastrado a Gael, utilizando las últimas fuerzas que poseía, tomó la decisión de no volver a formar parte de la existencia de Sebastián Arteaga. Sabía que era el momento perfecto, quizás el único que tendría para liberarse de ese matrimonio que nunca debió existir, una unión forzada que solo le había traído sufrimiento y humillación durante los años que duró.Los fragmentos de su pasado olvidado regresaron a su conciencia, uniéndose con los elementos de su presente, formando una imagen completa de la vida que había vivido sin recordar. Las memorias llegaron como un torrente: ella entregándose a Sebastián aquella noche, un encuentro que él jamás recordaría, pero que para ella significó la entrega de su virginidad. Recordó a su abuela maltratándola brutalmente al descubrir su “deshonra”, golpeándola sin misericordia y enviándola a un cabaret donde pretendían prostituirla, y aquel momento en que el hombre encargado de transportarla