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Esposa Muda Del CEO Hostil
Esposa Muda Del CEO Hostil
Por: Alexyta
Solicitud de divorcio.

Sebastián Arteaga ingresó a la habitación de Marina de Arteaga, su esposa, mientras la luz del atardecer se filtraba por las cortinas de seda blanca.

Llevaban dos años casados, pero nunca había estado a solas con ella en la habitación, menos con ella envuelta en una toalla que dejaba ver sus hombros delicados.

Un exquisito y misterioso aroma a jazmín y vainilla se apoderó de las fosas nasales de Sebastián, una fragancia que hizo sentir un inexplicable calor recorrer su cuerpo.

Marina, con una dulce sonrisa en sus labios rosados, le invitó a pasar, pero él, firme en su posición junto al marco de la puerta de roble tallado, negó mientras extendía la carpeta de cuero marrón que sostenía.

—El abuelo ha muerto, por lo tanto, ya no podemos seguir casados —ante esas palabras crueles y cortantes, el corazón de Marina se apretó como si una mano invisible lo estrujara— Quiero que firmes el divorcio, que tomes tu parte de la herencia y desaparezcas de mi vida para siempre —cada palabra pronunciada con frialdad hacía doler el pecho de Marina como mil agujas clavándose en su corazón.

Los ojos azules de la joven esposa, brillantes como el mar en calma, se llenaron de lágrimas. Ella quería suplicarle que no la abandonara, pero su voz no salía, su voz no había salido nunca, ni siquiera cuando era una pequeña niña.

Cuando Marina nació en aquella fría noche de invierno, su llanto no se escuchó en la sala de partos del hospital, pues no tenía voz, había nacido muda, condenada a un silencio eterno que marcaría su destino para siempre.

Marina, desesperada por comunicarse, hizo unas señas rápidas y precisas con sus delicadas manos, movimientos que había aprendido tras años de práctica, pero Sebastián no entendía nada de lo que ella le decía, pues no sabía el lenguaje de señas, un detalle que reflejaba la distancia que siempre había mantenido.

Aunque llevaba dos años casado con Marina, nunca se interesó en aprender su forma de comunicación, ya que nunca le prestaba atención, siempre perdido en sus propios pensamientos y resentimientos.

—No me interesa lo que intentas decirme con tus manos, menos si me estás insultando con esos gestos incomprensibles, así que, firma los papeles porque quiero dejar de ser tu esposo, necesito mi libertad —pronunció con dureza.

Sebastián odiaba a esa mujer que tenía frente a él, la despreciaba tanto porque su abuelo, el patriarca de la familia Arteaga, lo obligó a casarse con ella en una ceremonia fría y sin amor, dejando de lado a Mariana, la mujer con la que verdaderamente quería compartir su vida y formar una familia.

Marina, con movimientos calculados, agarró su pequeña libreta de cuero que siempre llevaba consigo y escribió en ella con su estilográfica plateada, seguido le mostró a Sebastián con determinación en su mirada— ¿Cómo que no vas a darme el divorcio? —rugió indignado al leer lo que esa mujer había escrito con su perfecta caligrafía— ¡Te estoy diciendo que no quiero seguir casado contigo ni un minuto más!

Marina logró su objetivo inicial, hacer que Sebastián ingresara completamente a la habitación, alejándolo de la puerta que representaba su escape— ¿Qué estás haciendo, indecente? —Observó con aparente desagrado como la toalla caía suavemente del cuerpo de Marina, pero no hacía esfuerzo alguno por apartar la mirada de su esposa— Stella, eres una inmoral —intentó irse, aunque sus pies le pesaban como si estuvieran anclados al suelo, pero la mano de Marina lo detuvo desde la muñeca con sorprendente firmeza.

Sebastián sintió un corrientazo eléctrico recorrer su espina dorsal. No entendía lo que estaba pasando, porque el simple contacto de esa mujer lo sobresaltaba de manera tan intensa. Él la odiaba, la detestaba por algo más profundo que haber impedido su boda con Mariana, un secreto que se negaba a recordar.

Marina acercó sus labios al hombro de Sebastián, aunque no se tocaron piel con piel, Sebastián sintió que todo su cuerpo reaccionaba involuntariamente a la presencia de esa mujer que decía despreciar.

¿Qué estaba pasando en esa habitación que parecía estar envuelta en un hechizo? ¿Por qué no salía de ese lugar de una vez por todas como le dictaba su razón? ¿Por qué dejaba que ella lo tocara cuando siempre había evitado cualquier contacto?

Estaba convencido que algo sobrenatural lo manejaba como si fuera un títere, y era cierto, Marina había esparcido un antiguo perfume, una fórmula secreta que hacía que la otra persona se sintiera irremediablemente atraída y vulnerable ante su presencia.

—Stella ¿Qué me has hecho? —Inquirió Sebastián al girarse lentamente. Mirarla directamente a los ojos fue peor, porque solo encendió más la chispa de una atracción que llevaba años negando, un sentimiento que había enterrado bajo capas de resentimiento y orgullo.

Marina no iba a perder el tiempo en explicaciones que no podía dar, ella tenía un propósito claro y determinado, era llevar a Sebastián a la cama de dosel, para que la tomara como suya, esperando que él, olvidara el divorcio. Sin embargo, lo que consiguió fue que Sebastián descubriera que ella no era pura como lo pensaba.

—¡Me has sido infiel, Stella! —rugió mientras observaba las sábanas— ¿Quién se atrevió a tocarte?

Marina se quedó estupefacta, ella no recordaba haber estado con alguien más. Es que perdió la memoria hace dos años, que sus recuerdos del pasado se borraron.

«Sebastián, no te he engañado», escribió en la libreta. Eso enfureció al Sebastián, porque era inaceptable que esa mujer le estuviera mintiendo descaradamente.

—Eres una cualquiera, Stella, ¿en serio creíste que me ibas a engañar? Después de esto, quiero con más ganas divorciarme de ti —ya no se lo iba a pedir de buena manera, le iba a obligar a firmar.

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