junta de machistas.

La mirada de Sebastián se apartó lentamente de Stella y se posó con intensidad en el abogado, quien se irguió con nerviosismo ante el escrutinio.

La tensión era palpable, como un hilo invisible que amenazaba con romperse en cualquier momento.

La luz que entraba por los ventanales iluminaba el rostro de Sebastián, destacando la rigidez de su mandíbula y la frialdad de sus ojos.

—No me digas que no lo sabías, porque eso sí que no te lo creo —continuó Stella, cada palabra cargada de resentimiento—. Sé perfectamente sus planes de quedarse con todo, pero no voy a permitirlo —les aseguró—. No soy ingenua ni estúpida como todos parecen creer.

Sebastián, que observaba al abogado como si pudiera extraer respuestas de su semblante incómodo, pensando en nada y en todo mientras se miraban en un silencioso duelo de voluntades, regresó la mirada a Stella.

—¿Planes de quedarme con todo? —le sonrió con frustración evidente, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos y que más bien parecía una muec
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