No le grites a tu tío.
Sebastián ingresó a la habitación de Stella con el corazón palpitando, pensando encontrarla sumida en el sueño profundo.

No obstante, la cama estaba tendida, sin una sola arruga que delatara su presencia, y ya era media noche según marcaba el reloj de la mesita de noche.

El silencio abrumador de la habitación solo aumentaba su ansiedad mientras recorría la mirada en cada rincón del espacio.

¿Dónde estaba su esposa a estas horas?

Se cuestionó mientras ingresaba al vestidor, apartando con brusquedad los vestidos de seda y abrigos que colgaban ordenadamente, esperando encontrarla ahí dentro escondida, revisando cada rincón y cada estante, pero no estaba por ningún lado.

Tal vez había ido a otra de las habitaciones de aquella mansión. Era una posibilidad lógica considerando las recientes tensiones, por ello fue abriendo una tras otra habitación, encendiendo luces y sobresaltando a la oscuridad que reinaba en cada una de ellas.

—Señor —la empleada de confianza que aún esta
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