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Suplicar por su perdón.

Mariana sintió que su mentira se caería, que quedaría al descubierto, sin embargo, desconocía que la mujer de la silla de ruedas había perdido la memoria.

—¿Quién es esta mujer, abuelo?

—Ella es Stella, tu futura esposa —explicó el abuelo, dejando a Sebastián y Mariana en trance. Esta última se sintió mareada, tuvo que sostenerse de Sebastián para no caerse.

—Abuelo, eso no puede ser. Yo… voy a casarme con Mariana. Es ella la mujer que tomaré por esposa.

—¿De donde sacaste a esta mujer? —Octavio Arteaga sabía todos los pasos que daba su nieto, y hasta donde sabía, él no tenía novia, por lo tanto, había planificado su boda con alguien que le diera la seguridad y el poder que Sebastián necesitaba cuando él ya no estuviera.

—Ella es mi novia, abuelo.

—¿Tú novia? —miró con ojos escrutadores a Marina, seguido solicitó a Sebastián lo acompañe al despacho. Ya dentro de este, cuestionó— ¿Desde cuándo tienes novia? —Sebastián se quedó en silencio, no podía mentirle a su abuelo, este lo conocía muy bien, y estaba seguro de que si le mentía se enojaría.

—Hace una semana, ella… me salvó la vida. He prometido casarme con ella en… compensación.

—¿De qué forma te salvó la vida?

—Adolfo me drogó, debía acostarme con una mujer para poder salvar mi vida —el anciano miró a su nieto con ira.

—¿Tú lo dejaste en ese estado?

—Sí, porque se atrevió a drogarme. Pero ella, la mujer que estaba a mi lado me entregó su virginidad, me salvó, y por ello debo casarme con ella.

—¡Pues no! —dijo Octavio firme—, no vas a poder cumplir esa promesa, porque ya tienes otra prometida.

—¿Cuál prometida? ¿Yo no tengo ninguna prometida?

—Pues yo la elegí para ti, y es lo que harás, de lo contrario te desheredo.

—Abuelo… sabes lo importante que es para mí cumplir con mi palabra.

—Debe ser más importante para ti cumplir con mis órdenes, porque de lo contrario, quedarás en la ruina cuando yo no esté. Sabes perfectamente que no puedes heredar sin que no lleves la sangre Arteaga —Sebastián se quedó un momento pensando.

—¿A que te refieres?

—Ya es momento de que sepas la verdad, Sebastián, siéntate y lo hablamos.

En la sala, Mariana se acercó a Marina con profundo odio— ¿Con que ahora te haces llamar Stella? —la joven miró a la mujer con intriga— ¿Qué pretendes? ¿Por qué apareciste aquí? Déjame decirte que, no te quedarás con él, voy a desaparecerte —Marina sintió terror de esa mujer, pues no entendía que le había hecho, porque le hablaba con desprecio.

Ella no podía hablar, no podía defenderse, le era imposible explicar que ella no había elegido ese destino, sino que, ese anciano llegó a la habitación de su hospital y la cuidó en todos esos días, le habló de que la había estado buscando, y al fin la había conocido, pero que no le era agradable que alguien de su familia, tuviera esa discapacidad.

—Porque no te mueres, m*****a —la sacudió, y si no fuera por la empleada que Octavio había contratado para Marina, la hubiera lanzado al suelo.

Mariana fingió estar ayudando a Marina, cuando la empleada apareció.

—¿Qué me intentabas decir? —cuestionó con sonrisa fingida— ¿No te entiendo?

—La señorita no puede hablar —se posesionó detrás de Marina—, la llevaré a su habitación.

—¿Habitación? ¿Es que vivirá aquí?

—Por supuesto, el señor Arteaga cuidará de ella.

La empleada se llevó a Marina, dejando a Mariana llena de ira. Esperaba que pronto Sebastián saliera, decidido a rechazar a esa muda miserable, y se revelara contra su abuelo.

Sebastián salió y encontró a Mariana sentada en el sillón, cuando ella lo miró supo que lo había perdido. Una lágrima rodó de sus ojos.

—Prometo que…

—Ya no me prometas nada Sebastián —gritó con dolor. Bien podía ser dolor fingido, pero ese hombre le gustaba de verdad. Convertirse en su esposa era lo que más anhelaba en la vida—. Tus promesas no son más que palabras en el viento —expulsó llorando. Se había dado cuenta de que ella, su fragilidad dominaba a Sebastián.

—Mariana, juro que cumpliré mi promesa, pero no puede ser ahora.

—¿Y que pretendes? —lagrimas gruesas se desprendieron de sus ojos— ¿Qué sea tu amante? —Nunca aceptaría ser la amante mientras su prima sería la esposa. Ella quería ser la legal, la dueña de toda esa fortuna.

¿Por qué todo tenían que darle a Marina? Ya no era suficiente con ser la nieta de alguien millonario, que ahora se convertiría en la esposa de la familia más influyente de la región.

Cuanto odiaba a esa m*****a muda, por tener tanta suerte. Aunque su abuela siempre la mantuvo oculta para que esa familia no la encontrara, y la había condenado a vivir en la miseria, seguía teniendo suerte al aparecer en esa noche donde justo Sebastián necesitaba ayuda. Maldijo con todo el odio que sentía, a Marina. La maldijo hasta desearle que se muriera.

—Tú, serás mi esposa, en un futuro me divorciaré de ella, y me casaré contigo.

—¿En un futuro? —Mariana sonrió— Pues cuando ese futuro llegue, búscame, tal vez aun espere por ti —sin más agarró su cartera y salió.

Sebastián la siguió para proponerle algo más. Iba en contra de sus principios, pero no podía dejar ir a la mujer que le había salvado la vida, la que hizo que sintiera una conexión profunda en su primera noche de sexo.

Desde la ventana el anciano lo observaba, presionó los puños porque le disgustaba la escena que estaba viendo. Él ya había elegido la esposa de su nieto, y esa sería Stella, como la había nombrado él, ya que la joven no recordaba nada de su vida pasada.

Sebastián se casó con Marina, en una boda fría y llena de desprecio. El odio hacia esa mujer crecía cada día, haciendo que su corazón se llenara de desprecio hacia ella.

Cuando la ceremonia finalizó, Sebastián fue a visitar a Mariana, tenía pensado pasar la noche de bodas con ella, porque sentía que la amaba por lo noble, tierna y frágil que era, sobre todo, por salvarle la vida. Pero cuando llegó, Mariana no estaba ahí, solo le había dejado una nota despidiéndose, y diciéndole que no podía seguir a su lado, menos ser su amante.

En el presente, Sebastián, consumido por la ira descontrolada y cegadora, agarró violentamente a Marina del brazo y la sacudió con una fuerza brutal que la hizo temblar. La desesperación se reflejaba en los ojos de ella, quien anhelaba desesperadamente explicar la situación, pero su única posibilidad era escribir en un papel, algo imposible mientras su esposo la sometía a ese violento zarandeo que le impedía cualquier movimiento.

—¿Cuál es tu amante? —vociferó con voz ronca mientras la lanzaba salvajemente al suelo alfombrado— ¿Con quién me has engañado, m*****a sea? —le escupió las palabras con tanto veneno que cada sílaba era como una puñalada, mientras la saliva salpicaba el rostro aterrorizado de Marina.

«No lo sé Sebastián, no lo sé. Por favor, tienes que creerme», gritaba Marina en su mente, con una voz silenciada por su condición, una voz que jamás podría alcanzar los oídos de su esposo.

Él iba a irse, pero ella lo agarró desde las piernas, pero Sebastián, en un arrebato de furia incontenible, la empujó violentamente con sus piernas, haciéndola caer hacia atrás. Marina, apenas cubierta por una delgada sábana de seda blanca, sintió cómo esta se deslizaba de su pecho exponiendo su vulnerabilidad, pero con movimientos temblorosos y desesperados, logró cubrirse nuevamente, mientras su dignidad se hacía pedazos.

—Ahora que el abuelo ha muerto, que he descubierto tu asqueroso engaño, sobre todo, que Mariana ha regresado a mi vida, me casaré con ella sin dudarlo —declaró con una crueldad calculada—. Porque Mariana es la única mujer pura que ha llegado a mi vida, la única que merece mi amor y mi apellido —Marina negó frenéticamente con la cabeza, mientras las lágrimas corrían sin control por sus mejillas enrojecidas, formando riachuelos de dolor en su rostro descompuesto.

«Sebastián, por favor, no me dejes, no aceptes a esa mujer», suplicaba Marina en su mente, atrapada en su propio silencio.

El estridente sonido del celular de Sebastián rompió la tensión del momento. Él contestó apresuradamente, manteniendo sus ojos llenos de desprecio fijos en Marina, quien seguía en el suelo, temblando. Al terminar la breve conversación, sentenció con voz gélida—: Iré a recoger a Mariana al aeropuerto, y cuando regrese, quiero que hayas desaparecido de mi vista y de esta casa para siempre —pasó junto a Marina como si fuera invisible, dejando tras de sí el corazón de ella hecho añicos.

Marina, destrozada y sollozando incontrolablemente, se arrastró hasta la ventana panorámica, desde donde observó con impotencia cómo el lujoso automóvil negro se alejaba por el camino de grava, llevándose al hombre que amaba hacia los brazos de otra mujer.

Cuando Sebastián y Mariana regresaron a la mansión, Marina apenas terminaba de bajar las majestuosas escaleras de mármol. Al encontrarse con la mirada triunfante de su prima, esta le dedicó una sonrisa cargada de malicia y satisfacción que revelaba sus verdaderas intenciones.

—¡Te advertí que no quería encontrarte aquí cuando regresara! —bramó Sebastián, con furia que hizo temblar los ventanales de la casa.

«¿Por qué has traído a esta mujer a nuestra casa, Sebastián?» escribió en su libreta.

La incredulidad se mezclaba con la angustia al ver cómo él se atrevía a profanar su hogar con la presencia de esa mujer.

—Mariana es la única mujer que amo y que amaré —declaró Sebastián con cruel determinación—, y desde este momento ella vivirá aquí como la señora de esta casa —detrás de él, Mariana esbozó una sonrisa malévola, saboreando su victoria, consciente de que ya nadie podría interponerse entre ella y su objetivo de convertirse en la esposa del millonario Sebastián Arteaga. Lo más satisfactorio para ella era que la muda estúpida de su prima seguía sin recuperar la memoria que le permitiría revelar la verdad sobre aquella noche que cambió su vida para bien.

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