- ¿Aslin Ventura aceptas al señor Alexander Líbano como tu esposo? - ¡ Acepto !. Decía encantada sin saber que aquellas palabras sellarían mi destino , lo que creí que sería el comienzo de un maravilloso cuento de hadas resultó ser lo contrario un terrible infierno en el que me quemaría poco a poco. Aslin Ventura es una joven hermosa de 21 años , quien desde su infancia ha sido educada para ser la esposa del cruel , frío y calculador Alexander Líbano un magnate multimillonario, Aslin desde siempre ha estado enamorada de Alexander pero que sucederá una vez Aslin se entere que en el corazón de Alexander hay otra mujer quien para su desgracia se trata de su propia hermana , haciendo este descubrimiento de la vida de Aslin un total infierno. ¿Podrá Aslin encontrar un rayo de luz en este mundo implacable?
Leer másEl hombre misterioso soltó una risa baja, casi burlona.—Dime, Carttal… ¿qué harías si descubrieras que Aslin no es quien crees?Carttal apretó los puños.—No juegues conmigo.El hombre inclinó la cabeza.—Aslin pertenece a la familia Lisboa. Su madre era Isabela Lisboa, la heredera de un imperio de bioquímica. La usaron para sus experimentos. Su existencia… nunca fue su elección.Las palabras golpearon a Carttal como un puñetazo en el estómago. ¿Aslin, hija de los Lisboa? Era imposible. Y sin embargo, tenía sentido. Su sangre, su importancia para esos bastardos…—Mientes —gruñó Carttal.—¿En serio? ¿Por qué crees que la estaban buscando? No es solo por lo que lleva en su sangre… es por quién es.Carttal se quedó helado por un segundo. Luego, sin pensarlo, cerró el puño y golpeó al hombre con toda su fuerza.El crujido del impacto resonó en la habitación. El hombre cayó de costado, escupiendo sangre.—¿Eso es todo? —susurró con una sonrisa teñida de sangre.Carttal lo tomó del cuello
La noche estaba en calma, pero Carttal sabía que no duraría. El aire era denso, cargado de la electricidad de lo inevitable. Desde su posición en la colina, observó cómo los vehículos se detenían frente a la cabaña. Sombras emergieron, moviéndose con cautela. Sibil estaba allí. Y con él, el hombre misterioso.Carttal ajustó su auricular.—¿Todos en posición?—Listos —respondió Ethan desde el otro extremo.Kael, apostado en la ladera opuesta, confirmó:—No saldrán de esta.Carttal sonrió con frialdad.Sibil avanzó primero, su silueta iluminada por los faros de los autos. El hombre misterioso lo siguió, sus movimientos calculados, depredadores. Miró la cabaña con un aire de desdén.—Es demasiado fácil —murmuró.—Porque lo es —dijo Carttal, saliendo de entre las sombras.Los hombres de Sibil reaccionaron de inmediato, levantando sus armas, pero un solo disparo al aire de Ethan los detuvo.—Si alguien jala el gatillo, no vivirán para arrepentirse —anunció Ethan.Kael emergió por el otro l
Aslin se despertó con la sensación de que alguien la observaba.Abrió los ojos y encontró a Carttal sentado en el borde de la cama, mirándola con el ceño fruncido. Sus dedos estaban enredados con los de ella, como si necesitara asegurarse de que aún estaba ahí.—¿Qué pasa? —susurró con voz ronca.—Quiero que me digas todo —respondió Carttal, con una intensidad contenida—. Desde el momento en que escapaste hasta que te encontré.Aslin tragó saliva. Su garganta estaba seca, y su cuerpo aún se sentía pesado, pero asintió.Le contó sobre su huida del laboratorio, sobre cómo Kael la había ayudado, sobre las noches interminables en el bosque, la tormenta, el miedo constante de ser encontrada. Le habló del hombre de la bodega, el que había dicho que ella “ya no sería la misma”.Carttal escuchó sin interrumpir, pero su mandíbula estaba tensa, y su agarre sobre su mano se volvió más firme cuando mencionó a Sibil.—Ese bastardo… —murmuró, con los ojos ardiendo de furia.Aslin le apretó la mano.
Carttal no perdió ni un segundo. Se giró y salió de la bodega a grandes zancadas, con Ethan siguiéndolo de cerca.—¿Sabes cuántas montañas hay en el norte? —preguntó Ethan con frustración—. Podría estar en cualquier parte.—Lo sé —respondió Carttal, con el pulso acelerado—. Pero no me importa.Subió al auto y encendió el motor con un rugido. Ethan apenas tuvo tiempo de entrar antes de que acelerara.La tormenta continuaba azotando la carretera. El parabrisas se llenaba de agua, y los faros apenas lograban iluminar el camino. Pero Carttal no redujo la velocidad.—¿Tienes una idea de por dónde empezar? —Ethan revisó el GPS.—Si fuera ella, buscaría refugio en algún lugar alto y seco —Carttal apretó el volante—. Las montañas al norte tienen cuevas y formaciones rocosas.—Sí, pero también están infestadas de depredadores. Y con la lluvia, hay riesgo de deslaves.Carttal no respondió. Su mente estaba enfocada en una sola cosa: Aslin.**El bosque era un laberinto de sombras y hojas empapad
El aire fresco del bosque le ardía en los pulmones, pero Aslin siguió caminando. Cada paso era una prueba de resistencia, un recordatorio de lo que había dejado atrás y de lo que aún le esperaba. Kael caminaba a su lado, atento a cada sonido, a cada sombra que pudiera delatar su presencia. Carttal. Ese nombre se grabó en su mente con la misma intensidad del miedo que aún la envolvía. Sabía que él la estaba buscando. Lo sentía en su interior como si su propia alma lo llamara. —¿Quién más escapó de ese lugar? —preguntó Aslin, rompiendo el silencio. Kael la miró de reojo antes de responder. —No muchos. Y los que lo lograron… no vivieron lo suficiente para contarlo. Su voz era dura, pero había algo más en ella: un peso, un dolor que Aslin reconoció de inmediato. —¿Tú perdiste a alguien allí? Kael no respondió de inmediato. Miró hacia adelante, como si el pasado estuviera frente a él en lugar del sendero. —A mi hermana —dijo finalmente, con la voz tensa—. La usaron como ex
El agua la arrastró con fuerza, girándola como una hoja en medio de la tormenta. Aslin luchó por mantener la cabeza fuera de la corriente, pataleando con desesperación mientras el frío se clavaba en su piel como agujas. Su cuerpo dolía, exhausto por la huida, pero no podía rendirse ahora.El túnel de roca se estrechaba a su alrededor, y el sonido del agua retumbaba en el espacio cerrado, convirtiéndose en un rugido ensordecedor. Su pecho ardía con cada bocanada de aire que lograba tomar antes de que la corriente volviera a sumergirla. No sabía cuánto tiempo más podría resistir.Entonces, la vio.A lo lejos, un débil resplandor traspasaba la oscuridad de la cueva. Luz. Una salida.Con renovada determinación, Aslin estiró los brazos y dejó que la corriente la llevara, dirigiendo su cuerpo hacia la abertura. El túnel se ensanchó de repente y el agua la escupió con violencia fuera de la cueva, lanzándola a un río más grande, rodeado de altos muros de piedra.Se hundió.El peso del cansanc
El aire en la cueva se tornó más denso, como si la oscuridad misma estuviera reteniendo el aliento. Aslin permaneció inmóvil, su cuerpo aún temblando por el esfuerzo y el frío. Su instinto le gritaba que retrocediera, que buscara otro camino, pero su razón le decía que afuera la esperaban hombres que no dudarían en llevarla de vuelta a ese infierno.Con los ojos bien abiertos en la penumbra, trató de distinguir más detalles de la cueva. Se agachó y deslizó la mano por el suelo húmedo, sintiendo el contorno de los huesos. Eran frágiles, secos, demasiado pequeños para ser humanos. Animales, probablemente. Pero las marcas en la piedra… esas eran distintas.Se obligó a respirar lento, a no dejarse llevar por el pánico. Si alguien había estado aquí antes, tal vez esa persona había encontrado una salida. Y ella tenía que hacer lo mismo.Avanzó con cautela, dejando que sus dedos recorrieran la pared de roca en busca de alguna grieta, algún indicio de un túnel más profundo o un resquicio de l
El estruendo de los disparos se intensificó, seguido por gritos de dolor y órdenes gritadas en vano. El caos se extendió por el complejo como una tormenta descontrolada, y Aslin sintió su pulso acelerarse. Sus ataduras la mantenían en su lugar, pero la confusión a su alrededor era su única oportunidad.El doctor frunció el ceño y se alejó un paso, como si calculara si valía la pena continuar o si era más prudente retirarse. Los guardias intercambiaron miradas tensas. Uno de ellos se acercó a la puerta con el arma en alto, preparándose para cualquier amenaza. Fue en ese momento cuando la explosión sacudió el edificio.El impacto hizo temblar las paredes y lanzó escombros al suelo. Una bocanada de humo y polvo llenó la habitación, cegando momentáneamente a todos. Aprovechando la distracción, Aslin se impulsó con todas sus fuerzas y tiró de las cadenas. El metal crujió contra la tubería a la que estaba sujeta, y la presión terminó por soltar el anclaje. Cayó de rodillas, con las muñecas
El aire en el sótano se volvió más pesado, sofocante. Aslin sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando la figura oscura del hombre dio un paso más hacia ella.Las sombras ocultaban su rostro, pero ella lo recordaba. Lo recordaba demasiado bien.Las manos enguantadas. La bata blanca. El frío del metal contra su piel infantil.Y la aguja.El pánico le oprimió el pecho.—No… —susurró, su voz apenas un hilo tembloroso.El hombre se detuvo justo frente a ella. Su silueta era imponente, pero no necesitaba verla para saber que la estaba observando con aquel mismo interés clínico de antes. Como si ella no fuera más que un experimento.—Has crecido. —Su voz sonó tranquila, analítica.Aslin sintió un nudo en la garganta. Sus manos, atadas con cadenas a la tubería, se cerraron en puños.Pero entonces, su mente registró el verdadero peligro.Instintivamente, su cuerpo reaccionó. Su mano libre se deslizó sobre su abultado vientre, protegiéndolo.El hombre lo notó.El silencio se volvió inso