Al llegar a la mansión, me despido de Verónica y bajo del auto. Observo cómo su vehículo da la vuelta en U y desaparece de mi vista. Suspiro antes de entrar, deseando con todas mis fuerzas no encontrarme con Alexander. Pero, como si el destino se empeñara en contrariarme, lo primero que veo al cruzar el umbral es a Alexander cenando en el comedor junto a Arlette. Ruedo los ojos con fastidio y me apresuro hacia las escaleras, pero su voz me detiene.
—Hermanita, qué bueno que has llegado. Ven a cenar con nosotros, Mary ha preparado una deliciosa langosta —dice con fingida amabilidad. Contengo una mueca y respondo de inmediato: —No, gracias. Que les aproveche. Sin esperar réplica, termino de subir y cierro la puerta de mi habitación con un golpe seco, asegurándola con llave. La audacia de esos malditos no tenía límites; ni siquiera en esta casa podía encontrar un momento de paz. Alexander poseía varias mansiones, bien podría instalarse en alguna de ellas en lugar de quedarse aquí para atormentarme. Con ese pensamiento en la cabeza, entro al baño y me doy una ducha, dejando que el agua caliente relaje mi cuerpo. Pero mi tranquilidad se ve interrumpida cuando unos fuertes gemidos provenientes de la habitación contigua llaman mi atención. Mi sangre se hiela al instante. Reconozco la voz de inmediato. Arlette. Y sé perfectamente por qué lo hace. Quiere que la escuche, que sepa que está con Alexander. —¡Sí, Alexander, más fuerte! —su voz exageradamente alta atraviesa las paredes. Con un nudo en la garganta, me tapo los oídos con ambas manos. Treinta minutos después, el escándalo por fin cesa. Pero el daño ya está hecho. Una lágrima solitaria se desliza por mi mejilla antes de que mis piernas cedan y me derrumbe al suelo. Alexander era un maldito. Y jamás lo perdonaría. Los primeros rayos del sol me despiertan. Me levanto con pesadez y me dirijo al baño. Al mirarme en el espejo, un escalofrío me recorre: mi piel luce pálida y unas ojeras oscuras rodean mis ojos. Me compadezco de mí misma. Ojalá nunca lo hubiera conocido. Ojalá nunca lo hubiera amado. Ojalá nunca hubiera nacido… así no tendría que soportar este dolor. Tras una ducha rápida, me visto con lo primero que encuentro y bajo las escaleras. Apenas pongo un pie en el comedor, Alexander entra en mi campo de visión. Tan guapo, tan inalcanzable, tan cruel. Me siento en la silla más alejada de él, ignorándolo por completo, pero me sorprende cuando es él quien rompe el silencio. —Qué bueno que despertaste temprano. Prepárate, hoy iremos a visitar a mi madre. Ha estado preguntando por ti —dice con frialdad. —Umm… —respondo sin emoción. —Bien, saldremos en unos minutos. —Mmm… —respondo de la misma manera, cortante. Alexander suelta el tenedor con un estruendo y me clava la mirada. —¿Acaso amaneciste muda hoy? No me has dirigido la palabra. Me levanto de la mesa de golpe y camino hasta él, fulminándolo con la mirada. —Créeme, Alexander, ni siquiera mereces que te dirija la palabra. Ojalá no tuviera que hacerlo nunca. Veo cómo su ceño se frunce mientras asimila mis palabras, pero no me detengo. Subo a mi habitación, tratando de calmar la ira que arde en mi pecho. Cuando por fin me siento un poco mejor, tomo mi bolso y bajo las escaleras. Alexander ya me espera en la entrada. Paso junto a él sin mirarlo, subo al auto y me acomodo en el asiento del copiloto. Su gruñido de desaprobación no tarda en llegar. —Avanza —le ordena al chofer, su voz cargada de molestia. Una hora después, llegamos a la residencia Líbano, donde vive su madre. Al bajar del auto, Alexander toma mi mano, pero yo la aparto de un manotazo. —¿Qué crees que estás haciendo? —le espeto con el ceño fruncido. —Debemos actuar como una pareja feliz delante de mi madre. Créeme, no deseo tocarte para nada —responde con crueldad. Su comentario es como una daga en el pecho. Siento un nudo en la garganta, pero no le daré la satisfacción de verme llorar. Me obligo a contener las lágrimas y entro en la mansión tomada de su mano, fingiendo una unión que no existe. El mayordomo nos guía hasta la habitación de la señora Líbano. Al verla conectada a todos esos tubos, mi corazón se encoge. Desde que tengo memoria, ella ha sido la única persona, además de Verónica, que me ha demostrado cariño. Ha sido como la madre que nunca tuve. Me suelto de la mano de Alexander y me acerco a la cama, sentándome junto a ella. Tomo su mano con ternura, y sus ojos cansados se abren, iluminándose con una cálida sonrisa. —Querida, al fin estás aquí. He deseado verte. —Así es, señora Zara. Estoy aquí. ¿Cómo se encuentra? —le pregunto con dulzura, acariciando suavemente sus manos. —Querida, como puedes ver, me estoy yendo de este mundo… Lo único que me alegra es saber que tú y Alexander son felices —susurra con una sonrisa serena. Mis ojos se llenan de lágrimas. —No diga eso, señora… Vivirá muchos años más. Ella niega con suavidad. —No llores, querida. Es algo inevitable. Mejor dime… ¿eres feliz? Su pregunta me paraliza. Miento sin titubear. —Sí… Soy la mujer más feliz del mundo. Miro a Alexander al decirlo, y él aparta la vista de inmediato. En ese momento, una enfermera entra con una bandeja de medicamentos, interrumpiendo nuestra conversación. —Disculpe, señora Líbano, es hora de su medicación —anuncia con respeto. Me levanto con pesar. —Señora, debo irme, pero vendré a visitarla más seguido. Ella asiente con una sonrisa débil, y yo me despido, sintiendo un nudo en la garganta. Al salir de la habitación, encuentro a Alexander en el pasillo, pero lo ignoro y camino directo hacia la salida. Subo al auto, una vez más en el asiento del copiloto. Unos segundos después, el vehículo arranca. Al llegar nuevamente a la mansión, salgo rápidamente del auto, pero antes de entrar, siento cómo una mano fuerte me sujeta del brazo y me gira con brusquedad hasta chocar contra su cuerpo. —¿Hasta cuándo estarás así conmigo, Aslin? —pregunta con voz baja y peligrosa, su mirada encendida. —¿Hasta cuándo? ¿De verdad tienes el descaro de preguntarme eso? —le espeto con furia—. Te lo diré una sola vez, Alexander: aléjate de mí mientras dure mi estadía en esta maldita mansión. Me libero de su agarre y entro sin mirar atrás. En mi habitación, el sonido de mi teléfono me saca de mis pensamientos. Al ver el nombre de Verónica en la pantalla, respondo de inmediato. —Querida, tengo buenas noticias. Erick dijo que puedes presentarte mañana en su despacho. Lleva todos tus documentos contigo. Un grito ahogado de emoción escapa de mis labios. —¡Gracias, Vero! Mañana estaré allí sin falta. Ojalá consiga el trabajo. —Estoy segura de que sí. Me avisas cómo te va. Cuelgo y corro al armario. Mañana debía verme impecable. Sabía que todo saldría bien.Despierto con el sonido insistente de la alarma y, tras unos segundos de letargo, me incorporo de la cama. Me dirijo al baño para darme una ducha, dejando que el agua tibia me ayude a despejarme. Al salir, me visto con el atuendo que había elegido la noche anterior: una falda de satén azul con una chaqueta a juego, una blusa blanca debajo y unos hermosos zapatos del mismo color. Suelto mi largo cabello rubio y me maquillo de manera sencilla, lo justo para realzar mis rasgos. Me observo en el espejo, satisfecha con el resultado. Tomo mi bolso y el currículum antes de bajar al comedor para desayunar. Al llegar, me sorprende encontrar a Alexander sentado a la mesa, vestido con un impecable traje de oficina que se ajusta a su cuerpo, destacando la firmeza de sus músculos. Me dedica una mirada de cuerpo entero, escrutadora, pero permanece en silencio. Ignoro su presencia y tomo asiento en la parte más alejada, desayunando rápidamente. Al terminar, me despido de Mary y salgo casi corrie
Alexander, ¿qué crees que estás haciendo? ¡Suéltame, me estás lastimando! —le grité, pero él me ignoró y me presionó aún más contra la puerta. —Ahora veo que es verdad todo lo que dice Arlette… No eres más que una puta. —Su voz estaba cargada de rabia. Lo empujé con todas mis fuerzas. —¡Estás loco, Alexander! ¡Has enloquecido! —le espeté, intentando evadir su imponente figura, pero fue inútil. Volvió a sujetarme con fuerza por el brazo. —Dime, Aslin, ¿ese hombre que vino a traerte es uno de tus muchos amantes? —Su voz goteaba veneno—. ¿De verdad te has vuelto tan despreciable? Me sacudí de su agarre y lo enfrenté. —¿Y si así fuera, qué? ¿Qué te importa, Alexander? —espeté, sintiendo la rabia ardiendo en mi pecho—. ¿No fuiste tú quien dijo que este matrimonio era solo una farsa ante los demás, que no tenía significado alguno? Puedo hacer lo que quiera con mi vida, no tienes derecho a cuestionarme. —¡Por supuesto que tengo derecho! —rugió—. Soy tu marido, Aslin. Eres mi esposa… —
Roxana, al ver que se trataba de Erick, palideció de inmediato y adoptó una actitud de sumisión. —Señor Erick… —dijo, temblando como una hoja. —Dime, ¿cómo te atreves a causar este tipo de escándalo en mi empresa? Y no solo eso, sino también a esparcir falsos rumores sobre la señorita Ventura y sobre mí —le gritó Erick, visiblemente enojado. —Señor Erick, perdóneme, por favor… Le pido disculpas. Es solo que me molestó que no me avisara antes de que me iba a destituir de mi puesto —dijo tímidamente. —¿Disculpa? ¿Acaso debía pedirte permiso? Quiero que te quede claro que esta es mi empresa y yo hago lo que se me venga en gana. Si decidí despedirte es porque tus diseños son una porquería. Mientras has estado al frente del departamento de diseño, hemos perdido muchos contratos —le gritó Erick, y ella de inmediato empezó a derramar lágrimas. —Ahora, Roxana, quiero que recojas tus cosas y te vayas de mi empresa. Estás despedida —sentenció Erick. Roxana, desesperada, se arrodilló a sus
Lo veo sentarse elegantemente frente a mí, tan imponente como un rey. Desde el momento en que llegó, un silencio perturbador se instaló en la sala de conferencias. Su asistente comenzó de inmediato a plantearnos los términos del contrato y en qué se basaba. Durante toda la conversación, Alexander no pronunció ni una sola palabra. Después de una hora, me extendió el contrato, y lo firmé rápidamente, pues solo quería terminar y salir de allí cuanto antes. No soportaba permanecer en su presencia ni un minuto más. Al terminar de firmar el documento, se lo pasé al asistente, quien se lo entregó a Alexander para que lo firmara de inmediato. Minutos después, unas cinco secretarias entraron en la sala arrastrando carritos con comida. —Bien, ya que hemos firmado el contrato, ahora disfrutaremos de un aperitivo para celebrar —anunció el asistente educadamente. Aprovechando que todos estaban almorzando, me escabullí al baño. Al salir de la oficina de Alexander, pregunté a una de las secreta
Al llegar a la habitación, Mary me ayuda a quitarme la ropa. Entro al baño y me doy una ducha completa. Al salir, me pongo una pijama y me recuesto. Unos diez minutos después, escucho suaves golpes en la puerta. —Adelante —digo con voz apagada. Veo que se trata de Mary, quien trae una bandeja en sus manos. —Señora, le he traído su cena —dice amablemente. —Muchas gracias, Mary, pero no tengo nada de hambre —respondo desanimada. —No diga eso, debe comer o se enfermará. Sin ganas de discutir, hago lo que me pide y empiezo a comer. Veinte minutos después, termino, y Mary se lleva la bandeja, cerrando la puerta tras de sí. Me quedo mirando un punto fijo hasta que escucho unos pasos firmes acercarse a mi habitación. Segundos después, la puerta se abre abruptamente, y en mi campo de visión aparece el rostro frío de Alexander. De inmediato, me incorporo y retrocedo hasta un rincón de la cama. —¿Qué es lo que quieres ahora? —le digo, sintiendo cómo la ira crece dentro de mí. —Te ad
A la mañana siguiente despierto por unas llamadas en mi teléfono. Lo tomo y veo que se trata de Filiz. Un nudo se forma en mi garganta, así que solo dejo que suene hasta que la pantalla deja de parpadear, indicando que la llamada ha terminado. Hoy debía llamar a Erick y decirle que ya no iría a trabajar. Sentía mucha vergüenza, pues él había confiado en mí para este empleo y no sabía cómo lo tomaría. Pero sin duda era peor permitir que Alexander destruyera su empresa. Si eso sucedía, jamás podría con la culpa. Bajo directamente al comedor y encuentro a Mary recogiendo los platos. —Señora, pensé que ya no bajaría a desayunar, por eso decidí levantar la mesa —dice amablemente. —Oh, no, Mary, tranquila. Lo comprendo, la verdad ya es muy tarde —respondo con una pequeña sonrisa. —No se preocupe, ahora mismo le traeré su desayuno —me asegura antes de desaparecer por las puertas que dan a la cocina. Cinco minutos después, regresa con la bandeja. Como rápidamente y vuelvo a subir a mi ha
_ Alexander amigo creo que deberías controlar a tu esposa se me ofreció como si de una prostituta se tratara , mírala nada mas casi desnuda _ dice el desgraciado poniendose a la defensiva _ Alexander no es verdad este maldito está mintiendo trato de violarme tienes que creerme _ le digo con lágrimas en los ojos , tenía la esperanza de que el me creyera por una vez Pero lo que dijo a continuación hizo que se me quebrara el corazón _ lo comprendo Leonardo por favor disculpa el comportamiento de mi esposa _ le dice al hombre y este de inmediato pone una sonrisa triunfante en sus labios y luego sale por la puerta . _ Al quedar solos en el baño Alexander se acerca a mi como un monstruo enfurecido y me toma fuertemente del brazo _ eres una m*****a zorra descarada , no pudiste aguantarte y de una vez te le lanzas como una cualquiera a uno de mis socios eres una perra desvergonzada no se cómo pude ser tan tonto de a verme casado contigo _ me grita furioso a estas alturas mi cuerpo temblaba c
Sintiéndome aburrida de las muestras de amor de Alexander y Arlette decido levantarme de la mesa e ir a mi habitación _ hermanita ya estás satisfecha Pero si ni siquiera as tocado tu plato_ me dice Arlette dándome una sonrisa burlona sin que nadie lo notara yo le dedico una rápida mirada y decido ignorarla _ Déjala querida no te preocupes por ella sabes que tú hermana es una ingrata _ escucho decir a mi padre y aprieto mis manos en puños sintiéndo como las uñas se clavaban en mi palma no presto atención y subo rápido por las escaleras hasta mi habitación cerrando la puerta tras de mi . pero esta se abre de inmediato y Arlette entra a mi habitación _ Que haces lárgate lo menos que quiero es tener que lidiar contigo en estos momentos _ le digo furiosa _ pues lo siento mucho perra tendrás que escucharme aunque no quieras _ me dice mientras desencajaba su bonito rostro _ Que paso no me digas que al fin decides sacar las garras -¿ Que paso con el rostro angelical que tenías hace un momen