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Capitulo 2_Juro que te arrepentiras

Observarlo actuar como si nada me consumía por dentro. Una rabia ardiente recorría mi cuerpo mientras veía a mi padre tomar de la mano a mi hermana y a mi madrastra para marcharse juntos, dejándonos a solas a Alexander y a mí.

Él me recorrió con la mirada de arriba abajo, como si fuera un simple insecto, una presencia insignificante. Su frialdad hacía que el dolor dentro de mí se intensificara aún más. Sin pensarlo, lo seguí al interior de la mansión, sintiendo mi pecho arder de indignación.

—Eres un desgraciado —le solté, la voz quebrada por la furia—. ¿Cómo pudiste acostarte con mi hermana el mismo día de nuestra boda? ¿Es que no tienes vergüenza, Alexander?

Se detuvo en seco. Cuando se giró hacia mí, su mirada me atravesó como un puñal, haciéndome temblar. Con una expresión imperturbable, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y me habló con una calma que solo hacía mi dolor más insoportable.

—No quería que te enteraras de esta manera, pero ahora que nos has visto juntos en la habitación, no tengo otra opción que decirte la verdad —dijo sin titubear—. Arlette y yo tenemos una relación desde hace seis años.

Sus palabras me golpearon como una avalancha. Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos mientras mi mundo entero se derrumbaba en un instante.

—Ella es la mujer a la que realmente amo —continuó sin un ápice de remordimiento—. Este matrimonio no significa nada para mí, jamás significó algo. Lamento que te hayas hecho falsas esperanzas.

Su indiferencia era cruel, despiadada.

—¡Basta! —le grité, incapaz de soportarlo más. Mis piernas flaquearon y caí al suelo, las lágrimas empañando mi visión—. Me lastimas demasiado, Alexander...

Él suspiró con fastidio.

—Lo siento si esto te decepciona, Aslin, pero cuanto antes aceptes la realidad, mejor para ti. Este matrimonio solo durará dos años. Después de eso, podrás irte y rehacer tu vida. Yo, por mi parte, me casaré con Arlette en cuanto todo termine.

No podía creer lo que estaba escuchando.

—Mi madre te aprecia demasiado —continuó—. Le queda poco tiempo de vida y un divorcio inmediato solo la haría sufrir. Por eso, debemos mantener esta farsa durante un tiempo. Pero no te preocupes, una vez firmemos el divorcio, recibirás una compensación de 150 millones de dólares. Con eso podrás llevar una vida cómoda.

Me miró con la misma frialdad con la que firmaría cualquier contrato de negocios. Como si mi dolor no significara nada.

—Y una cosa más, Aslin —agregó—. Espero que sepas comportarte y mantener las apariencias ante la prensa y los demás.

Apreté los puños, sintiendo una mezcla de ira y humillación.

—Pensé que te conocía, Alexander, pero ahora veo que siempre has sido un monstruo sin corazón escondido detrás de esa fachada recta e imponente —le solté con desprecio.

Él ni siquiera pestañeó.

—No me interesa lo que pienses de mí —respondió con indiferencia—. Solo quiero que tengas claro lo que te he dicho.

Sin más, se dio la vuelta y salió de la mansión.

—¡Te arrepentirás, Alexander! ¡Nunca te perdonaré por esto! —le grité con todas mis fuerzas, pero él no se detuvo.

Su silueta desapareció y yo quedé allí, tendida en el suelo, paralizada por el dolor. ¿Cómo había sucedido todo esto? ¿Por qué el destino jugaba conmigo de esta manera? Justo cuando creí que por fin podría ser feliz, todo se desmoronaba a mi alrededor.

Ahora lo entendía. Ahora todo tenía sentido. Los años en los que Alexander y Arlette desaparecían durante largos periodos de tiempo, las cenas en las que mi hermana apenas me dirigía la palabra pero siempre tenía una sonrisa cómplice para él... Había sido una completa tonta.

Unos pasos resonaron en la estancia, sacándome de mi trance.

—Señora, por favor, levántese. Está empapada, se va a resfriar —dijo una voz suave.

Levanté la mirada y vi a una mujer de unos 55 años.

—¿Quién es usted? —pregunté, secándome las lágrimas con el dorso de la mano.

—Soy la ama de llaves de la mansión. Puede llamarme Mary, si lo desea. Ahora, levántese, la acompañaré a su habitación.

Me ofreció su mano y la tomé sin pensarlo. Subimos las escaleras, pero al darme cuenta de hacia dónde me dirigía, el pánico me invadió.

—No... No quiero dormir en esa habitación —me detuve de golpe, alejándome de la puerta como si me quemara.

Mary me miró con desconcierto.

—Señora, ¿qué sucede? ¿Por qué no quiere quedarse aquí? He preparado la habitación especialmente para usted y el señor.

Negué rápidamente con la cabeza.

—Prefiero dormir en el jardín antes que entrar en esa habitación.

Ella me observó por un momento antes de asentir con comprensión.

—Está bien, la llevaré a la habitación de al lado. Pediré a las chicas que trasladen sus cosas.

Entré en la nueva habitación, que era acogedora, con colores pasteles y una cama king size cubierta con sábanas blancas. Era sencilla, pero tenía todo lo necesario.

Mary me ayudó a quitarme el vestido.

—Lo mandaré a la tintorería y luego al diseñador. Quedará como nuevo —me aseguró.

Negué de inmediato.

—Bótalo. No quiero volver a ver esa cosa nunca más.

Su expresión amable se tornó sorprendida, pero la ignoré y me dirigí al baño. Dejé que el agua caliente me envolviera, tratando de lavar el dolor de mi piel. Cuando salí, encontré sobre la cama una pijama de seda bastante sexy.

La ira explotó dentro de mí. La tomé y la hice trizas sin pensarlo.

Mary entró justo en ese momento con una taza de té en las manos.

—Señora, ¿qué ha sucedido? ¿No le gustó la pijama?

Respiré hondo antes de responder.

—Aprecio tu gesto, Mary, pero prefiero otra pijama. Esta tírala junto con el vestido.

Tomé una pijama de oso panda del armario y bebí el té que me ofreció. Me hizo sentir un poco mejor.

Me acosté en la cama y, agotada por todo lo sucedido, me sumí en un profundo sueño.

A la mañana siguiente, desperté con un dolor punzante en la espalda. Observé la habitación con nostalgia. Había imaginado que mi primera mañana de casada la pasaría entre los brazos de Alexander, no en esta soledad.

Después de darme una ducha y vestirme con lo primero que encontré, bajé al comedor. El desayuno estaba perfectamente servido, pero apenas tenía apetito. Aun así, me obligué a comer.

Pero en cuanto llevé la primera cucharada de fruta a mi boca, vi cómo Alexander y Arlette entraban tomados de la mano.

La cuchara cayó de mis manos.

Traté de levantarme y marcharme, pero la voz de Arlette me detuvo.

—Hermana, veo que desayunas —dijo con una sonrisa hipócrita—. Acompañé a Alexander por unos papeles.

No quería perder mi tiempo con ella. Me dispuse a subir las escaleras, pero sus siguientes palabras me obligaron a detenerme en seco .

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