Si un día una hermosa mujer vestida de novia se lanza en tus brazos y te pide que la salves, ¿qué harías? ¿Te la llevarías contigo? ¿La salvarías? Pero… ¿qué pasa cuando te despiertas al otro día con una terrible resaca sin acordarte de lo sucedido, con un anillo de matrimonio en tu dedo y un certificado de matrimonio a tu lado? Gerónimo Garibaldi, ha tenido poder, estatus y riqueza desde su nacimiento. Enamorarse y contraer matrimonio no estaba en sus planes. Él sólo quería ayudar a la desconocida que le pareció conocida y que necesitaba su ayuda. Despertarse casado, nunca estuvo en sus planes, sobre todo si ella ha desaparecido. Ahora su vida está de cabeza, llena de preguntas sin respuestas y un matrimonio con alguien que no conoce. —¿Qué vas a hacer ahora mi hermano? —¡Tengo que encontrar a mi desconocida esposa para que deje de serlo!
Ler maisEse comentario hirió más de lo que Jarret estaba dispuesto a admitir. Sus dientes chirriaron al apretar la mandíbula, pero se obligó a mantenerse firme. —No tienes idea de lo que estás hablando —replicó—. Cristal y yo estamos destinados a casarnos. Hay cosas que tú no entiendes… cosas que no tienen nada que ver contigo. Así que, si sabes algo útil, dilo de una vez. Está bien, compraré este auto, si me dices dónde la dejaron. Guido alzó las cejas, fingiendo sorpresa, aunque sus gestos no parecían tomarse a Jarret en serio. —¿Estás seguro? Ese auto vale mucho dinero —le advirtió, pero sin mucha insistencia. —Puedo darme ese lujo —contestó Jarret con arrogancia. Lo detiene Jarret, que odia que lo traten como un pordiosero que no puede pagar un auto. Su padre tiene mucho dinero, así que esto no le hará mucha mella en el bolsillo, piensa. Será su regalo de graduación y boda cuando le digan algo. Se comportó bien, por lo que se lo merece. —Está bien, te lo diré —aceptó Guido, re
Jarret, al ser expulsado de la casa de los padres de Cristal, maldecía una y otra vez. No podía creerlo, se negaba a aceptar las palabras que acababan de arrojarle como una bomba imposible de esquivar. Cristal no podía haberlo engañado. Todo este tiempo, él había estado completamente alerta, vigilándola, asegurándose de que nada ni nadie pudiera acercarse a ella. Cristal no se reunía con hombres, ni siquiera tenía amigos que fueran varones. Él se había ocupado de eso desde el principio, ahuyentándolos uno a uno. Entonces, ¿quién demonios era ese chico al que ella le gritaba que lo amaba? La escena seguía reproduciéndose en su mente como una cinta rota: las palabras de Cristal llenas de una pasión inconcebible, su rostro iluminado por un fuego que él nunca había presenciado. "No me casaré con nadie más", le había gritado a aquel tipo, mientras este extendía los brazos como si hubiese estado esperando por ella durante siglos. Jarret se mordía el interior de las mejillas, intentando c
Maximiliano permanecía en silencio, jugando con el borde del mantel mientras los sonidos cotidianos de la cocina parecían amplificarse con el peso de sus pensamientos. Podía sentir la mirada de Stavri, pesada como un juicio, aunque cargada de esa peculiar mezcla de ternura y determinación que solo su madre era capaz de expresar sin decir una palabra.—Siempre tienes un plan, ¿verdad? —preguntó él, con admiración y escéptica incredulidad. —Siempre —respondió Stavri sin vacilar—. Sobre todo si es por la felicidad de mis hijos.¿Pero qué significaba realmente? ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar por aquella felicidad que defendía con tanta convicción? Maximiliano no era tan ingenuo como para no sospechar que detrás de los ojos verdes de su madre se tejía una narrativa mucho más compleja de lo que ella dejaba entrever. Esto no era una simple cuestión de sueños.—Mamá, no necesitas hacer esto sola —dijo de repente, rompiendo el silencio.—¿Sola? —repitió Stavri, aún sin mirarlo—. Maxi,
El capo dio un paso atrás. Inspiró hondo mientras miraba a Jarret con una mezcla de desdén y advertencia definitiva.—¡Olvídate de mi sobrina! ¡Ella es una mujer casada! Y aunque no lo fuera, nunca permitiría que alguien como tú estuviera con ella. Olvídala; créeme, es lo mejor para ti. —Estaba aniquilando cualquier esperanza que Jarret pudiera haber guardado.Lentamente, bajó el arma, alejándose mientras mantenía su omnipresente aura de amenaza. Sin voltear del todo, añadió con un sarcasmo casi burlón:—No te preocupes, querida, hoy no te mancharé la alfombra. Pero si este idiota vuelve a aparecer por aquí, ten por seguro que te compraré una nueva.El joven, aún con esa sonrisa arrogante que tanto resaltaba el linaje al que pertenecía, se dirigió a Jarret con un tono apabullante, cargado d
Stavri, indiferente a su desespero, consultó el reloj con un gesto de impaciencia. Tenía algo más importante que atender.—Y me va a perdonar, pero creo que ya he perdido demasiado tiempo con usted —anunció, dejando claro que su conversación había llegado a su fin. La manera en que lo observó, como si fuera apenas una molestia, dejaba en Jarret una sensación punzante. Para Stavri, no era más que un hombre desesperado, atrapado en una red que él mismo había tejido, sin siquiera darse cuenta de con quiénes realmente estaba lidiando.Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió. La entrada de un hombre alto, vestido impecablemente con un traje oscuro, llenó la habitación con una autoridad que eclipsó todo lo demás. Detrás de él, un joven de aspecto similar lo seguía, reflejo perfecto de su figura, pero con un aire
Se levantó de repente, como si el movimiento lograra calmar la presión que sentía. Caminó un par de pasos, su mente atrapada entre la incredulidad y la furia. Stavri, sin embargo, permaneció sentada, indiferente al espectáculo. Para ella, se lo merecía.—¿Ella venía a pasar las vacaciones aquí? Nunca lo mencionó —y a Jarret le empezó a parecer que Cristal no es tan tonta como él se creyó; nunca mencionó que viniera de vacaciones a Italia.—Pues sus motivos tendrían de no hablarlo con usted, joven —siguió hablando la señora, mientras continuaba bebiendo su café con movimientos estudiados y lentos—. Sin duda puedo decirle que ese chico era su amor desde niña.—¿Su amor? Creí que yo era el primer amor de Cristal. Nunca tuvo novio antes de mí —replicó Jarret con inc
La furia de Jarret parecía crecer con cada palabra, pero esa intensidad desesperada solo arrancaba más satisfacción de la mirada fija y calculadora de Stavri. El silencio de ella casi lo asfixió. El aire pesado de la habitación se amoldaba como una condena, y por un breve instante, Jarret volvió a perder el control.—Ella no puede ser novia de... de un italiano —murmuró, como si tratara de convencerse.Como si hubiera esperado justamente esa reacción, Stavri soltó una sonrisa que desbordaba falsedad cuidadosamente medida.—Tampoco puedo asegurarle eso, joven —respondió, disponiendo sus palabras con precisión letal—. Yo llevaba muchos años sin verla. Mi sobrina vino por unas horas a saludar y luego se marchó. De eso ya hace tres días. Pero traía su anillo de casada, y le puedo decir que hablaba muy feliz de su esposo. Y si algo s&eacu
Jarret cedió a la invitación, buscando con desesperación maneras de ganarse su favor. La observó fijamente y trató de sonreír.—Muchas gracias, señora. Usted se parece mucho a su sobrina —se detuvo antes de añadir. — Es usted muy bella.Stavri dejó escapar una sonrisa amplia, casi cálida, pero que no logró apaciguar la inquietud de Jarret. Había algo en aquella expresión que se sentía terriblemente calculado.—Todas las hermanas de mi familia nos parecemos —respondió Stavri con esa misma sonrisa, aunque sus palabras parecían encerrar un doble filo—. Pero dígame, joven, ¿a qué vino aquí, sí se puede saber?—Pues verá, señora… —Jarret carraspeó, tomándose un instante para reunir sus pensamientos. Bebió un poco más de ag
Helen no pudo contenerse más. Estaba agotada, no solo de sus desplantes, sino de ser relegada una y otra vez al papel de "la segunda". Esa reacción que había estado conteniendo finalmente explotó.—¡No quiero irme de Roma! —gritó, con una rabia contenida durante demasiado tiempo. Sentía que su propia existencia estaba siendo empujada fuera de escena por alguien que ni siquiera estaba presente.Jarret giró hacia ella de golpe. Los nervios a flor de piel y la sensación de que todo lo que había construido hasta ahora estaba tambaleándose lo empujaron más allá de su límite.—¡Estela, no me desgracies más la vida de lo que ya lo hiciste! —vociferó con tal fuerza que su ira retumbó en el aire como una tormenta recién desatada—. ¡Vete para la casa de tus padres hoy mismo!El grito fue como una bofetada que