La claridad de la ventana hace que abra sus ojos. Está solo en el hotel que reservaron el día anterior para la celebración de su graduación, sin saber cómo regresaron ni a qué hora.
—¡Diantres! ¿Por qué tuve que beber tanto ayer? Me mata la cabeza —dice mientras rebusca en la maleta un calmante. La resaca es muy grande, no recuerda apenas nada. Se dirige, después de tomar la pastilla, al baño y se mete en la ducha dejando que el agua bien fría lo ayude a despertar. Tras un rato se siente un poco mejor. Sale y empieza a prepararse para afeitarse cuando algo en su dedo llama su atención. Sí, es un anillo de matrimonio. Y las imágenes de la mujer más bella que ha visto en su vida diciéndole, ¡sí acepto!, en una ceremonia de boda, llegan a su mente. —¡¿Con quién diablos me casé?! —pregunta desesperado, gritando a todo pulmón mientras abandona el baño. Busca respuestas mientras revisa su cama, por si acaso, pero no, no hay nadie en ella. Sale corriendo por la habitación, incapaz de calmarse. —¡Guido...! ¡Guido…! ¿Dónde te metiste? ¡Guido! —sigue llamando, a voces, en busca de su hermano menor, el único que puede darle una explicación. A punto está de correr hacia la habitación contigua, recordando que alquilaron separadas, cuando lo ve. Allí está Guido, detrás del sillón de la sala, hecho un desastre. Sus ojos apenas pueden abrirse y su semblante es deplorable. —¡¿Deja de gritar, Gerónimo, y dime qué quieres?! Mi cabeza… me va a explotar —masculla mientras sujeta su cara con ambas manos. —¡Demonios, fue la peor noche de mi vida! —¡Guido, despiértate! ¡Despiértate! —le insiste Gerónimo, sacudiéndolo con fuerza. Guido sigue tambaleándose como si apenas pudiera mantenerse en pie, mientras el fuerte olor a alcohol lo envuelve todo. —¡Acaba de despertarte Guido por Dios, estoy metido en tremendo problema! —Sí, mi hermano, estoy despierto. ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? —responde, casi inaudible, dejando caer de nuevo su cuerpo contra el sillón. —¡¿Me puedes explicar qué significa esto en mi dedo?! —pregunta Gerónimo, alzando la mano para mostrarle el anillo reluciente. Lo detiene sujetándolo de los hombros para que enfoque bien. Guido hace un gran esfuerzo para abrir los ojos, concentrándose en la mano de su hermano. Finalmente, parece reconocer el objeto y suelta una carcajada, cortada por un quejido de dolor en su cabeza. —¡Oh, sí, mi hermano, claro que puedo! —dice con voz pastosa, apartándose tambaleante. Y con un tono más dramático, le grita: —¡Te casaste! ¡Con aquella señorita tan linda! ¿Cómo era que se llamaba? Un momento… ah, no recuerdo... ¡Me hiciste beber mucho! Intenta avanzar hacia su habitación, tropezando con un zapato en el suelo. Gerónimo reacciona rápido, colocándose frente a él. —¡Guido, espera! ¿Por qué estamos aquí en América? —le corta con seriedad, buscando respuestas con la mirada. —¡Porque no querías casarte, mi hermano! —responde Guido, levantando un dedo índice para remarcarlo, como si fuera la solución a todo el enigma. —¡Exacto! —replica Gerónimo, casi gritándole—. ¿Entonces cómo explicas esto? —Le enseña el anillo de matrimonio en su dedo de nuevo como si Guido fuera el culpable de todo y que debía impedir que él cometiera tamaño error. Pero éste lo mira de nuevo y le vuelve a responder a gritos como antes. —¡No me culpes a mí, Gerónimo! ¡Te casaste! Y cuando quise impedirlo, me lanzaste por la borda como si nada. ¡Por poco me ahogo! —termina soltándose de su agarre molesto. —¿Qué hice, qué? —se detiene en seco, eso es algo que no esperó. —¿Te lancé por la borda a ti? Gerónimo lo mira incrédulo, aunque sabe que su hermano nunca le miente. Él sería incapaz de poner a su único hermano en tal peligro, ¡si él no sabe nadar! ¡Le tiene terror al agua desde pequeño! ¡No, seguro debe estar bromeando! No puede haberle hecho eso que dice, ¡adora a su hermano pequeño y se la pasa cuidando de él! Imposible que lo pusiera en tal peligro y si lo hizo, algo está muy mal con él. —¡Sí, me cargaste como un saco de papas y me arrojaste al agua! —insiste Guido, caminando tambaleante hacia su habitación. —¡Gracias a los que me rescataron o no lo estaría contando! ¿Y sabes lo peor...? ¡Después me obligaste a beber todo ese alcohol para calentarme, mientras tú te casabas! —¡Esto no tiene sentido! ¿Estás seguro de que me casé? ¿No era una broma? —pregunta Gerónimo, desesperado por una salida lógica a todo el caos. No puede estar hablando en serio, piensa, ¿cómo me voy a casar? —¡No Gerónimo, no fue broma! ¡Te casaste! —Vocifera mientras camina sin rumbo por la habitación, dando tumbos. —Y me arrojaste al mar, así que deja que me vaya. Necesito bañarme para ver si despierto. —¡No, mi hermano, no fue broma! ¡Te casaste con la mujer más hermosa que he visto en mi vida! —responde Guido, lanzando las palabras al aire con un tono teatral, mientras se tambalea hacia el sillón. Gerónimo, inmóvil, observa a su hermano mientras trata de unir los fragmentos de lo que parece una pesadilla. Solo una imagen borrosa vuelve a su cabeza: una joven vestida de novia corriendo hacia él con el rostro bañado en lágrimas... lágrimas que parecían felicidad, aunque no lo sabe con certeza. ¿Era real o solo fruto de su cabeza abrumada? —Voy a mi habitación—dice Guido. — Necesito una ducha y algo de comer. Tú pides la peor comida. —Está bien mi hermano, perdóname por lo de anoche—le dice intentando ayudarlo. — ¿Sabes que jamás te haría daño cuerdo? ¡Tenías que haberme dado un tiro en un pie! Trata de sujetarlo, porque piensa que en cualquier momento se va a caer, él nunca ha sido de beber mucho. ¿Qué tamaña irresponsabilidad cometió en su borrachera, no solo casi mata a su único hermano, sino que al parecer es verdad que se casó? ¿Cómo pudo lanzar a su hermano al agua? Se pregunta en lo que vuelve a detenerlo y le dice. —¡Nunca vuelvas a permitir que yo ponga tu vida en peligro mi hermano, tienes mi permiso para darme un tiro y detenerme a toda costa! Ven siéntate, tal parece que te vas a caer. Ahora pido desayuno y unos cafés para los dos. Creo que mejor te bañas aquí para ayudarte, tienes tremenda facha. —Gracias, pero mejor me voy a mi habitación y llamo yo por el desayuno. —Dice apartándole y alejándose rumbo a la puerta. —Tú tienes muy mal gusto en las comidas y necesito comer urgente. —Está bien, pero no demores. Lo ve marcharse, mientras trata por todo los medios de recordar el nombre de la hermosa chica, solo viene a su mente alcoholizada aún, una joven corriendo hacia él vestida de novia, lanzándose en sus brazos con el hermoso rostro bañado en lágrimas, mientras forzaba una sonrisa. ¡Parecía un ángel escapando! ¿Será ella o lo imaginó?El peso del vestido es lo primero que siente antes de abrir los ojos. La seda roza su piel y el corsé aprieta su cintura. No necesita mirar para saber que todavía lo lleva puesto. Su cuerpo está rígido, como si la tela fuera una prisión que le niega el aliento. Su cabeza le estalla de un dolor tan intenso que parece imposible soportarlo. Abre los ojos y la claridad hace que los cierre de golpe, dejando escapar un leve quejido. Vuelve a intentarlo, esta vez despacio, hasta que su vista se aclara. Mira alrededor y reconoce el lugar de inmediato: su pequeño apartamento número dos. Ese refugio secreto que su hermano le compró tiempo atrás, para esos momentos en los que todo se desmoronara y tuviera que desaparecer. ¿Cómo vino a parar ahí? La pregunta retumba en su mente confusa mientras intenta desenredar sus últimos recuerdos. Se sienta en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, buscando alivio.—¡Dios, cómo me duele la cabeza! —exclama, mientras su respiración intenta ac
Cristal se lleva una mano a la boca, luchando por controlar el temblor que amenaza con delatarla. ¿Introducirlo en mi familia? Su mente intenta procesar lo que escucha mientras el diálogo avanza cada vez más descarado. —Fue una suerte que descubrieras que era la sobrina del jefe de esa organización en Roma —continúa Jarret con tono triunfal—. ¿Te das cuenta? Tiene un gran territorio, Estela. ¡Es exactamente lo que necesito para consolidarme! —Sergio, si tu papá se entera de esto, te va a volver a castigar —le advierte Helen con dulzura, como si quisiera protegerlo de sí mismo—. ¿No recuerdas lo que te hizo la última vez que cometiste una locura por otra chica? ¿No te basta conmigo? —¡No me importa lo que me hizo! —ladra él, perdiendo todo rastro de control—. ¡Todos se lo merecían! ¡Rechazarme a mí, a mí! ¿Sabes quién soy? Me da igual lo que digan o piensen. Cristal sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Cada palabra que salía de la boca de Jarret era como una daga c
¿Cómo todo se enredó así? Estaba esperando porque Guido trajera el auto, alguien le indicó que lo llamaban, y vio a esa hermosísima chica, que lo besara en la boda de sus primos, en casa de su tío Rossi en Roma y con la que ha estado soñando todo un año. ¿Qué locura es ésta? ¿Cómo se pudo haber casado con ella, si no la conoce? Y si lo hizo de verdad, ¿dónde se metió? ¿Por qué no está aquí con él? Mira el anillo en su dedo. ¿De dónde salió ese anillo que le sirve? ¿Por qué ella tenía anillos de compromiso con ella? A lo mejor no es nada Gerónimo, debes calmarte. Quizás solo hicimos la farsa de casarnos y es mentira, no estoy casado. Sí, eso debe ser, ¿cómo me voy a casar en un yate? Eso fue solo la borrachera, y todavía cabe la posibilidad que sea broma de mis primos. Con ese pensamiento se va calmando. Seguro que todo esto no fue más que un juego de borrachos, o quizás una broma de sus primos dirigida por Oli. Porque si no la chica estuviera aquí y no está. Gerónimo eso fue un
Gerónimo se queda en silencio, todavía tratando de encontrar la manera de llevar a cabo eso que acaba de decir. Se deja caer en la silla al lado de su hermano, que lo mira sin saber cómo ayudarlo. Tienen sólo un año y medio de diferencia de edad. Lo han hecho todo juntos desde que tienen uso de memoria. Estudiaron juntos la misma carrera; incluso su padre mandó a Guido un año antes a la escuela para que estuviera con todos sus primos en la misma aula, con la intención de que se cuidaran entre ellos. —¿Cómo lo vamos a resolver, mi hermano? Cristal no está, ni se hospedó en el hotel. Tampoco tenemos la menor idea de quién pueda ser —le dice Guido, realmente preocupado—. Y tenemos que regresar a casa para la boda de Oli. Además, la graduación es hoy. —Lo primero que vamos a hacer es esconder este certificado de matrimonio muy bien. Sabes que a mamá le encanta registrar nuestras cosas —dice Gerónimo, enrollando el papel. —Eso es cierto —concuerda Guido—. Cuando lleguemos a Ro
Gerónimo de inmediato aclara que no era a ellos a quienes perseguían, sino a la chica que había salvado. Parecía que ella había escapado de su boda y era hija de un mafioso. Filipo frunce el ceño de inmediato, tratando de averiguar si era de Italia, como ellos. Ambos niegan, ya que no saben absolutamente nada de Cristal. —Como puedes ver, el nombre parece que es griego —le señala Guido. —¿Y qué pasó después? Todavía no me dices por qué estás en este lío —dice Filipo, sentándose con los brazos cruzados y mirándolo fríamente. Aunque son de la misma edad, Filipo es el heredero de Fabrizio Garibaldi, el jefe de la familia, lo que lo convierte en el próximo líder al que ya están subordinados los de la nueva generación, incluyendo a Gerónimo. Éste sigue explicando todo lo ocurrido desde que salvó a su ahora esposa. —Fuimos a parar a un yate, en el que se estaba realizando una boda, y nos mezclamos con ellos para escondernos —cuenta en el mismo tono—. Ella solo lloraba, y bebimos y bebim
Cristal vuelve a colocar la cabeza debajo del chorro de agua fría de la ducha mientras sigue pensando en cuántos secretos les contó a Helen y a Jarret sobre sus verdaderos padres. Sin revelar quiénes eran en realidad, se refería a ellos como sus poderosos tíos. ¡Claro! Ella, y solo ella, hizo que casi su padre quedara en bancarrota. Había facilitado toda la información a Jarret. ¡Eres una estúpida, Cristal! ¿Cómo pudiste pensar que los enemigos de tu papá no se aprovecharían de la que decía ser su sobrina? Las rodillas le fallaron, y se sienta en el piso, sollozando. Su tía no dejaba de alardear de que era la hermana de uno de los mayores capos de Italia. ¡Del dueño de casi toda Roma e Italia! Esa era su frase favorita. Y ella también, cuando sentía que la trataban como a una niña mojigata de una familia de ricos refinados, hacía lo mismo. Hablaba del poder de su tío. Sacude la cabeza y se pone de pie. ¡Cristal, ya está bueno de escapar! ¡Tienes que regresar, tienes que aceptar
Gerónimo se quedó mirando a Filipo, quien hablaba vehementemente, y, sí, era verdad todo lo que decía su primo. Recordó cómo la conoció fugazmente en Roma una noche; apenas un instante bastó para que la besara. Luego, al cabo de un año, el destino la puso en su camino nuevamente, esta vez huyendo de una boda, para terminar casándose con ella al otro lado del mundo.—¡Tienes razón, primo! —exclamó, poniéndose de pie con determinación—. ¡Lo haré! ¡Buscaré a Cristal y la conquistaré! ¡No la dejaré escapar!Filipo y Guido intercambiaron sonrisas al escuchar la resolución de Gerónimo. Riendo con satisfacción, abrazaron a su primo, celebrando juntos la decisión que acababa de tomar. A pesar del nudo en el estómago que sentía, Gerónimo no pensaba retroced
Cristal se había vestido con un conjunto de pantalones negros, unas grandes gafas de sol y un pañuelo junto a una gorra que cubrían su cabello, completando así su atuendo. Salió del apartamento, que se encontraba en uno de los barrios de Nueva York: la Pequeña Italia. Había años desde que su familia la había abandonado, dejándola al cuidado de su tía, momento en el que comenzó a vivir en América.Cuando su hermano llegó después de cinco años sin verla, le compró ese apartamento por si alguna vez necesitaba esconderse. Para todos sus conocidos, ella era la hija de su tía y su esposo; incluso su nombre y apellido habían cambiado. Ni siquiera a Helen se lo había mencionado. Era una lección que había aprendido de su familia mafiosa: había secretos que solo debían pertenecer a uno mismo, pues la vida