El peso del vestido es lo primero que siente antes de abrir los ojos. La seda roza su piel y el corsé aprieta su cintura. No necesita mirar para saber que todavía lo lleva puesto. Su cuerpo está rígido, como si la tela fuera una prisión que le niega el aliento. Su cabeza le estalla de un dolor tan intenso que parece imposible soportarlo.
Abre los ojos y la claridad hace que los cierre de golpe, dejando escapar un leve quejido. Vuelve a intentarlo, esta vez despacio, hasta que su vista se aclara. Mira alrededor y reconoce el lugar de inmediato: su pequeño apartamento número dos. Ese refugio secreto que su hermano le compró tiempo atrás, para esos momentos en los que todo se desmoronara y tuviera que desaparecer. ¿Cómo vino a parar ahí? La pregunta retumba en su mente confusa mientras intenta desenredar sus últimos recuerdos. Se sienta en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, buscando alivio. —¡Dios, cómo me duele la cabeza! —exclama, mientras su respiración intenta acompasarse. Se pone de pie tambaleante y, con torpes movimientos, se quita el pesado vestido de novia que ahora le parece un yugo insoportable. Se dirige al baño y se mete bajo el chorro helado del agua, dejando que el frío recorra su piel y despierte su mente embotada. Entonces, como una tromba, los recuerdos la golpean con una claridad dolorosa. Recuerda lo increíblemente feliz que estaba. Creía, con toda su alma, que se estaba casando con el hombre de su vida. Amaba a ese desgraciado, piensa con un nudo en el pecho. ¿Y todo este tiempo? Todo este tiempo se ha estado burlando, riéndose de mí… ¡Me las va a pagar! Cierra los ojos con fuerza, tratando de mantenerse firme mientras las imágenes se arremolinan y la llevan de vuelta al fatídico momento. Se ve a sí misma sentada en aquella habitación, con el corazón palpitante y los nervios a flor de piel, esperando que llegue el momento de la ceremonia. La ansiedad la embarga cuando, de pronto, baja la mirada a su mano. ¡Dios mío! El anillo de mamá… ¡Lo dejé en la habitación! La desesperación le aprieta el pecho. Sabía que no podía permitirse perderlo, era lo único que tenía de ella. Mira el reloj y se da cuenta de que aún tiene media hora antes de que todo comience. Justo cuando la urgencia la asfixia, también nota que su dama de compañía no está para ayudarla. Con pasos cuidadosos, se desliza fuera de la habitación, tratando de no ser vista. Nadie puede verme ahora. No puedo permitirme ni un error más, se dice a sí misma mientras camina decidida por los pasillos. Toma el elevador apresuradamente y sube al quinto piso. Corre por el pasillo hasta su habitación. Abre la puerta, diciendo palabras entrecortadas al notar que su pequeño bolso que contiene todo lo esencial aún está allí. ¡Mi bolso! Mi mejor amiga lo olvidó, yo le pedí que lo llevara consigo. Siempre tengo que hacerlo yo… siempre tengo que asegurarme de todo. No importa si es una boda o el día más feliz de mi vida: la vida me enseñó que siempre hay que estar preparada. Sin perder más tiempo, comienza a buscar el anillo que parece perdido para siempre. ¿Dónde estará? El pánico vuelve a asomarse mientras revuelve las cosas, pero casi al borde de quebrarse, lo recuerda. Lo había dejado en la habitación de su novio. ¡Aquí está la llave de la habitación de Jarret! Sale corriendo de nuevo al pasillo, llega a la puerta de Jarret y la abre apresuradamente. Ahí está, reluciendo bajo la luz de la lámpara de la mesita, como si brillara por sí solo. ¡Gracias a Dios, aquí estás! Mi anillo… el de mamá. Lo toma sintiendo el alivio llenando su pecho. Claro... Lo dejé ayer cuando estaba probándome el traje. Maldito velo, se enredó y me lo quité aquí. ¿Cómo pude ser tan descuidada? Lo toma y se lo pone en el dedo con rapidez. Está a punto de salir de la habitación cuando unas voces, captan su atención. Se detiene, conteniendo la respiración. Camina despacio acercándose, lo suficiente para escuchar sin ser vista. Es la voz de su mejor amiga, Helen, que suena cargada de reproche: —¿Cuándo acabarás con ella, Sergio? ¿Sergio?, piensa Cristal, extrañada. Su mente intenta darle sentido a lo que acaba de escuchar. ¿Quién demonios es Sergio? Nunca en su vida Helen le había hablado de alguien con ese nombre. Pero antes de que pueda reaccionar, otra voz responde, una que la paraliza al instante: —En cuanto tome el mando de su familia. Ya te lo dije, Estela. El corazón de Cristal late con fuerza. ¿Estela? La confusión empieza a inundarla. ¿No se llama Helen? ¿Por qué Jarret le dice Estela? Siente que le falta el aire y necesita respuestas. Manteniéndose oculta, se acerca para escuchar con más atención. —¿Para qué quieres hacerte con el mando de ellos? —replica Helen, molesta—. ¿No te basta con lo que ya tienes? —¡Ellos son poderosos en Roma! —responde el hombre con exasperación —. Quiero expandirme hacia esa área. ¡Y deja de hacer tantas preguntas y céntrate en lo importante! Esa es su voz. No hay absolutamente ninguna duda: es Jarret. ¿Por qué Helen lo llama Sergio? ¿Y quiénes son ellos? Cristal respira con dificultad, pero intenta no hacer ningún ruido mientras se adentra más en la habitación para seguir escuchando. —¡Me dijiste que solo íbamos a hacernos amigos de la tonta de Cristal! —exclama Helen, furiosa. Sus palabras golpean a Cristal como un martillo, pero Helen no se detiene—. Después te hiciste novio de ella y ahora… ¡ahora te casas! ¿Hasta cuándo crees que voy a estar esperando por ti, Sergio? ¡Te recuerdo que mi familia también es poderosa! ¡Si papá se entera de lo que estamos haciendo a sus espaldas, no la vamos a pasar nada bien! —¡Deja tu cantaleta, Estela! —grita Jarret, furioso. Su nombre falso retumba una y otra vez en la cabeza de Cristal como una burla pérfida—. ¡Siempre fui muy claro contigo! Mi objetivo es ser uno de los jefes más poderosos de Europa, sin importar lo que tenga que hacer para lograrlo. Y tú estabas de acuerdo desde el principio. Cuando eso pase, tú serás mi esposa. Ahora ven, compláceme. Esta semana de luna de miel con Cristal voy a extrañarte más que nunca, porque no podré hacer contigo lo que disfruto. Bastante me he aguantado todo este tiempo sin tocarle un solo pelo. Cristal siente un nudo en el estómago. Su piel se hiela al escuchar las palabras de Jarret. ¿Extrañarla? ¿Complacerte? Todo esto parece una pesadilla de la que no puede despertar. Quiere gritar y enfrentar al hombre al que estaba a punto de entregar su vida, pero está demasiado aterrada para moverse. —¿De verdad me vas a extrañar? —pregunta Helen con un tono suave y meloso, transmitiendo una sorna disfrazada de afecto—. ¿Por qué no me llevas contigo? —¡Te dije que no! —espeta él, perdiendo la paciencia—. Cristal no puede sospechar nada. Tiene que seguir creyendo que soy el mejor hombre del mundo, para que logre convencer a su padre de introducirme en esa m*****a familia poderosa.Cristal se lleva una mano a la boca, luchando por controlar el temblor que amenaza con delatarla. ¿Introducirlo en mi familia? Su mente intenta procesar lo que escucha mientras el diálogo avanza cada vez más descarado. —Fue una suerte que descubrieras que era la sobrina del jefe de esa organización en Roma —continúa Jarret con tono triunfal—. ¿Te das cuenta? Tiene un gran territorio, Estela. ¡Es exactamente lo que necesito para consolidarme! —Sergio, si tu papá se entera de esto, te va a volver a castigar —le advierte Helen con dulzura, como si quisiera protegerlo de sí mismo—. ¿No recuerdas lo que te hizo la última vez que cometiste una locura por otra chica? ¿No te basta conmigo? —¡No me importa lo que me hizo! —ladra él, perdiendo todo rastro de control—. ¡Todos se lo merecían! ¡Rechazarme a mí, a mí! ¿Sabes quién soy? Me da igual lo que digan o piensen. Cristal sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Cada palabra que salía de la boca de Jarret era como una daga c
¿Cómo todo se enredó así? Estaba esperando porque Guido trajera el auto, alguien le indicó que lo llamaban, y vio a esa hermosísima chica, que lo besara en la boda de sus primos, en casa de su tío Rossi en Roma y con la que ha estado soñando todo un año. ¿Qué locura es ésta? ¿Cómo se pudo haber casado con ella, si no la conoce? Y si lo hizo de verdad, ¿dónde se metió? ¿Por qué no está aquí con él? Mira el anillo en su dedo. ¿De dónde salió ese anillo que le sirve? ¿Por qué ella tenía anillos de compromiso con ella? A lo mejor no es nada Gerónimo, debes calmarte. Quizás solo hicimos la farsa de casarnos y es mentira, no estoy casado. Sí, eso debe ser, ¿cómo me voy a casar en un yate? Eso fue solo la borrachera, y todavía cabe la posibilidad que sea broma de mis primos. Con ese pensamiento se va calmando. Seguro que todo esto no fue más que un juego de borrachos, o quizás una broma de sus primos dirigida por Oli. Porque si no la chica estuviera aquí y no está. Gerónimo eso fue un
Gerónimo se queda en silencio, todavía tratando de encontrar la manera de llevar a cabo eso que acaba de decir. Se deja caer en la silla al lado de su hermano, que lo mira sin saber cómo ayudarlo. Tienen sólo un año y medio de diferencia de edad. Lo han hecho todo juntos desde que tienen uso de memoria. Estudiaron juntos la misma carrera; incluso su padre mandó a Guido un año antes a la escuela para que estuviera con todos sus primos en la misma aula, con la intención de que se cuidaran entre ellos. —¿Cómo lo vamos a resolver, mi hermano? Cristal no está, ni se hospedó en el hotel. Tampoco tenemos la menor idea de quién pueda ser —le dice Guido, realmente preocupado—. Y tenemos que regresar a casa para la boda de Oli. Además, la graduación es hoy. —Lo primero que vamos a hacer es esconder este certificado de matrimonio muy bien. Sabes que a mamá le encanta registrar nuestras cosas —dice Gerónimo, enrollando el papel. —Eso es cierto —concuerda Guido—. Cuando lleguemos a Ro
Gerónimo de inmediato aclara que no era a ellos a quienes perseguían, sino a la chica que había salvado. Parecía que ella había escapado de su boda y era hija de un mafioso. Filipo frunce el ceño de inmediato, tratando de averiguar si era de Italia, como ellos. Ambos niegan, ya que no saben absolutamente nada de Cristal. —Como puedes ver, el nombre parece que es griego —le señala Guido. —¿Y qué pasó después? Todavía no me dices por qué estás en este lío —dice Filipo, sentándose con los brazos cruzados y mirándolo fríamente. Aunque son de la misma edad, Filipo es el heredero de Fabrizio Garibaldi, el jefe de la familia, lo que lo convierte en el próximo líder al que ya están subordinados los de la nueva generación, incluyendo a Gerónimo. Éste sigue explicando todo lo ocurrido desde que salvó a su ahora esposa. —Fuimos a parar a un yate, en el que se estaba realizando una boda, y nos mezclamos con ellos para escondernos —cuenta en el mismo tono—. Ella solo lloraba, y bebimos y bebim
Cristal vuelve a colocar la cabeza debajo del chorro de agua fría de la ducha mientras sigue pensando en cuántos secretos les contó a Helen y a Jarret sobre sus verdaderos padres. Sin revelar quiénes eran en realidad, se refería a ellos como sus poderosos tíos. ¡Claro! Ella, y solo ella, hizo que casi su padre quedara en bancarrota. Había facilitado toda la información a Jarret. ¡Eres una estúpida, Cristal! ¿Cómo pudiste pensar que los enemigos de tu papá no se aprovecharían de la que decía ser su sobrina? Las rodillas le fallaron, y se sienta en el piso, sollozando. Su tía no dejaba de alardear de que era la hermana de uno de los mayores capos de Italia. ¡Del dueño de casi toda Roma e Italia! Esa era su frase favorita. Y ella también, cuando sentía que la trataban como a una niña mojigata de una familia de ricos refinados, hacía lo mismo. Hablaba del poder de su tío. Sacude la cabeza y se pone de pie. ¡Cristal, ya está bueno de escapar! ¡Tienes que regresar, tienes que aceptar
Gerónimo se quedó mirando a Filipo, quien hablaba vehementemente, y, sí, era verdad todo lo que decía su primo. Recordó cómo la conoció fugazmente en Roma una noche; apenas un instante bastó para que la besara. Luego, al cabo de un año, el destino la puso en su camino nuevamente, esta vez huyendo de una boda, para terminar casándose con ella al otro lado del mundo.—¡Tienes razón, primo! —exclamó, poniéndose de pie con determinación—. ¡Lo haré! ¡Buscaré a Cristal y la conquistaré! ¡No la dejaré escapar!Filipo y Guido intercambiaron sonrisas al escuchar la resolución de Gerónimo. Riendo con satisfacción, abrazaron a su primo, celebrando juntos la decisión que acababa de tomar. A pesar del nudo en el estómago que sentía, Gerónimo no pensaba retroced
Cristal se había vestido con un conjunto de pantalones negros, unas grandes gafas de sol y un pañuelo junto a una gorra que cubrían su cabello, completando así su atuendo. Salió del apartamento, que se encontraba en uno de los barrios de Nueva York: la Pequeña Italia. Había años desde que su familia la había abandonado, dejándola al cuidado de su tía, momento en el que comenzó a vivir en América.Cuando su hermano llegó después de cinco años sin verla, le compró ese apartamento por si alguna vez necesitaba esconderse. Para todos sus conocidos, ella era la hija de su tía y su esposo; incluso su nombre y apellido habían cambiado. Ni siquiera a Helen se lo había mencionado. Era una lección que había aprendido de su familia mafiosa: había secretos que solo debían pertenecer a uno mismo, pues la vida
Al escuchar esto, Gerónimo colgó el teléfono, visiblemente abatido. La noticia de que Cristal se había marchado a Italia no era fácil de digerir, pero lo que verdaderamente le atormentaba era la mención de aquel hombre que la había acompañado. —¿Qué pasó, Gerónimo? ¿Qué dijo el tío? —preguntó Guido, incapaz de ocultar su impaciencia. —Sí… y no. —respondió Gerónimo, dejando escapar un largo suspiro—. Dieron con el taxi que la llevó hasta un apartamento, pero la perdieron de vista cuando un tipo la recogió. Se fue con él en un avión privado rumbo a Roma. —¡Eso es fantástico! Ahora sabemos dónde está, ¡podemos ir a buscarla! —exclamó con una mezcla de entusiasmo y alivio. —¡Se fue