3. CRISTAL EVANGUELIDI

 El peso del vestido es lo primero que siente antes de abrir los ojos. La seda roza su piel y el corsé aprieta su cintura. No necesita mirar para saber que todavía lo lleva puesto. Su cuerpo está rígido, como si la tela fuera una prisión que le niega el aliento. Su cabeza le estalla de un dolor tan intenso que parece imposible soportarlo.

 Abre los ojos y la claridad hace que los cierre de golpe, dejando escapar un leve quejido. Vuelve a intentarlo, esta vez despacio, hasta que su vista se aclara. Mira alrededor y reconoce el lugar de inmediato: su pequeño apartamento número dos.  Ese refugio secreto que su hermano le compró tiempo atrás, para esos momentos en los que todo se desmoronara y tuviera que desaparecer.

 ¿Cómo vino a parar ahí? La pregunta retumba en su mente confusa mientras intenta desenredar sus últimos recuerdos. Se sienta en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, buscando alivio.

—¡Dios, cómo me duele la cabeza! —exclama, mientras su respiración intenta acompasarse.
 Se pone de pie tambaleante y, con torpes movimientos, se quita el pesado vestido de novia que ahora le parece un yugo insoportable. Se dirige al baño y se mete bajo el chorro helado del agua, dejando que el frío recorra su piel y despierte su mente embotada. Entonces, como una tromba, los recuerdos la golpean con una claridad dolorosa.

 Recuerda lo increíblemente feliz que estaba. Creía, con toda su alma, que se estaba casando con el hombre de su vida. Amaba a ese desgraciado, piensa con un nudo en el pecho. ¿Y todo este tiempo? Todo este tiempo se ha estado burlando, riéndose de mí… ¡Me las va a pagar! Cierra los ojos con fuerza, tratando de mantenerse firme mientras las imágenes se arremolinan y la llevan de vuelta al fatídico momento.

 Se ve a sí misma sentada en aquella habitación, con el corazón palpitante y los nervios a flor de piel, esperando que llegue el momento de la ceremonia. La ansiedad la embarga cuando, de pronto, baja la mirada a su mano. ¡Dios mío! El anillo de mamá… ¡Lo dejé en la habitación! La desesperación le aprieta el pecho. Sabía que no podía permitirse perderlo, era lo único que  tenía de ella.

 Mira el reloj y se da cuenta de que aún tiene media hora antes de que todo comience. Justo cuando la urgencia la asfixia, también nota que su dama de compañía no está para ayudarla. Con pasos cuidadosos, se desliza fuera de la habitación, tratando de no ser vista. Nadie puede verme ahora. No puedo permitirme ni un error más, se dice a sí misma mientras camina decidida por los pasillos.

 Toma el elevador apresuradamente y sube al quinto piso. Corre por el pasillo hasta su habitación. Abre la puerta, diciendo palabras entrecortadas al notar que su pequeño bolso que contiene todo lo esencial aún está allí. ¡Mi bolso! Mi mejor amiga lo olvidó, yo le pedí que lo llevara consigo. Siempre tengo que hacerlo yo… siempre tengo que asegurarme de todo. No importa si es una boda o el día más feliz de mi vida: la vida me enseñó que siempre hay que estar preparada.

 Sin perder más tiempo, comienza a buscar el anillo que parece perdido para siempre. ¿Dónde estará? El pánico vuelve a asomarse mientras revuelve las cosas, pero casi al borde de quebrarse, lo recuerda. Lo había dejado en la habitación de su novio. ¡Aquí está la llave de la habitación de Jarret!

 Sale corriendo de nuevo al pasillo, llega a la puerta de Jarret y la abre apresuradamente. Ahí está, reluciendo bajo la luz de la lámpara de la mesita, como si brillara por sí solo. ¡Gracias a Dios, aquí estás! Mi anillo… el de mamá. Lo toma sintiendo el alivio llenando su pecho. Claro... Lo dejé ayer cuando estaba probándome el traje. Maldito velo, se enredó y me lo quité aquí. ¿Cómo pude ser tan descuidada?

 Lo toma y se lo pone en el dedo con rapidez. Está a punto de salir de la habitación cuando unas voces, captan su atención. Se detiene, conteniendo la respiración. Camina despacio acercándose, lo suficiente para escuchar sin ser vista. Es la voz de su mejor amiga, Helen, que suena cargada de reproche:  

—¿Cuándo acabarás con ella, Sergio?  

¿Sergio?, piensa Cristal, extrañada. Su mente intenta darle sentido a lo que acaba de escuchar. ¿Quién demonios es Sergio? Nunca en su vida Helen le había hablado de alguien con ese nombre. Pero antes de que pueda reaccionar, otra voz responde, una que la paraliza al instante:  

—En cuanto tome el mando de su familia. Ya te lo dije, Estela.  

 El corazón de Cristal late con fuerza. ¿Estela? La confusión empieza a inundarla. ¿No se llama Helen? ¿Por qué Jarret le dice Estela? Siente que le falta el aire y necesita respuestas. Manteniéndose oculta, se acerca para escuchar con más atención.  

—¿Para qué quieres hacerte con el mando de ellos? —replica Helen, molesta—. ¿No te basta con lo que ya tienes?  

—¡Ellos son poderosos en Roma! —responde el hombre con exasperación —. Quiero expandirme hacia esa área. ¡Y deja de hacer tantas preguntas y céntrate en lo importante!  

Esa es su voz. No hay absolutamente ninguna duda: es Jarret. ¿Por qué Helen lo llama Sergio? ¿Y quiénes son ellos? Cristal respira con dificultad, pero intenta no hacer ningún ruido mientras se adentra más en la habitación para seguir escuchando.  

—¡Me dijiste que solo íbamos a hacernos amigos de la tonta de Cristal! —exclama Helen, furiosa. Sus palabras golpean a Cristal como un martillo, pero Helen no se detiene—. Después te hiciste novio de ella y ahora… ¡ahora te casas! ¿Hasta cuándo crees que voy a estar esperando por ti, Sergio? ¡Te recuerdo que mi familia también es poderosa! ¡Si papá se entera de lo que estamos haciendo a sus espaldas, no la vamos a pasar nada bien!  

—¡Deja tu cantaleta, Estela! —grita Jarret, furioso. Su nombre falso retumba una y otra vez en la cabeza de Cristal como una burla pérfida—. ¡Siempre fui muy claro contigo! Mi objetivo es ser uno de los jefes más poderosos de Europa, sin importar lo que tenga que hacer para lograrlo. Y tú estabas de acuerdo desde el principio. Cuando eso pase, tú serás mi esposa. Ahora ven, compláceme. Esta semana de luna de miel con Cristal voy a extrañarte más que nunca, porque no podré hacer contigo lo que disfruto. Bastante me he aguantado todo este tiempo sin tocarle un solo pelo.  

Cristal siente un nudo en el estómago. Su piel se hiela al escuchar las palabras de Jarret. ¿Extrañarla? ¿Complacerte? Todo esto parece una pesadilla de la que no puede despertar. Quiere gritar y enfrentar al hombre al que estaba a punto de entregar su vida, pero está demasiado aterrada para moverse.  

—¿De verdad me vas a extrañar? —pregunta Helen con un tono suave y meloso, transmitiendo una sorna disfrazada de afecto—. ¿Por qué no me llevas contigo?  

—¡Te dije que no! —espeta él, perdiendo la paciencia—. Cristal no puede sospechar nada. Tiene que seguir creyendo que soy el mejor hombre del mundo, para que logre convencer a su padre de introducirme en esa m*****a familia poderosa.

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