4. CONTINUACIÓN

Cristal se lleva una mano a la boca, luchando por controlar el temblor que amenaza con delatarla. ¿Introducirlo en mi familia? Su mente intenta procesar lo que escucha mientras el diálogo avanza cada vez más descarado.  

—Fue una suerte que descubrieras que era la sobrina del jefe de esa organización en Roma —continúa Jarret con tono triunfal—. ¿Te das cuenta? Tiene un gran territorio, Estela. ¡Es exactamente lo que necesito para consolidarme!  

—Sergio, si tu papá se entera de esto, te va a volver a castigar —le advierte Helen con dulzura, como si quisiera protegerlo de sí mismo—. ¿No recuerdas lo que te hizo la última vez que cometiste una locura por otra chica? ¿No te basta conmigo?  

—¡No me importa lo que me hizo! —ladra él, perdiendo todo rastro de control—. ¡Todos se lo merecían! ¡Rechazarme a mí, a mí! ¿Sabes quién soy? Me da igual lo que digan o piensen.  

Cristal sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Cada palabra que salía de la boca de Jarret era como una daga clavándose en su pecho, una herida abierta que no dejaba de sangrar. No solo había jugado con su amor, con su confianza, sino que planeaba destruir todo lo que amaba. Sus padres, su familia, su tío… su propia vida. El hombre con el que soñaba casarse era un monstruo.

Su respiración se volvió errática al escuchar, sin dar crédito, el terrible plan que él describía con tanta frialdad y prepotencia. Las lágrimas que antes habían salido tímidamente ahora corrían libres por sus mejillas, pero no eran de tristeza. Eran de rabia. De puro odio.

Mientras temblaba, Cristal dio la vuelta con el impulso de huir, dispuesta a salir corriendo de ese lugar. Pero las palabras de Helen la detuvieron en seco:

—¿Y qué piensas hacer después de que estés casado con Cristal?

Cristal se giró de nuevo hacia donde provenían las voces, como si necesitara confirmar que lo que estaba oyendo no era una alucinación.

—¿Por qué preguntas eso? —bufó Jarret, irritado.

Por un momento, la esperanza de que Jarret dijera que la mantendría como su esposa, la detuvo. Hasta que la esperanza él la rompió con la misma crueldad que antes:

—Seguir en mi papel de esposo modelo, claro. Cristal confía ciegamente en mí… y sus padres también. Mi plan es simple: la llevaré conmigo a Italia durante nuestra luna de miel. La excusa perfecta para presentarnos ante toda su familia. Conozco la debilidad de su tío, el jefe. Una vez esté ahí, empezaré a actuar. ¡Mataré a todos, uno por uno, hasta que no quede nadie en pie! —exclamó, con una risa amarga que heló la sangre de Cristal—. Tomaré el control de su organización, y con ello, me haré con la mitad de Roma. Una vez lo tenga todo, ella no será más que un estorbo… y desaparecerá. ¡Llevo años intentando meterme en Roma, Helen, m*****a sea! ¡Años! ¡Y esta vez, nada va a fallar!

Cristal sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Sus piernas flaquearon, y por un momento creyó que perdería el equilibrio, pero logró apoyarse en la pared. ¿Eliminarme? ¿Matar a mi familia? ¿Todo este tiempo estuvo planeándolo? La imagen del hombre amable que la había enamorado se desmoronaba completamente, revelando una verdadera pesadilla.

—¡Tú estás loco, Sergio! —exclamó Helen, horrorizada. Aunque Cristal deseaba odiarla, podía escuchar el miedo real en sus palabras—. ¡Esos mafiosos por algo son tan poderosos! ¿De verdad crees que te vas a salir con la tuya? Seguro te descubren antes de que puedas hacer nada.

—Todavía no lo han hecho, ¿o sí? —respondió Jarret, con una arrogancia que crispaba los nervios—. Saben tan poco de mí que ni siquiera sospechan. Yo sé cómo moverme, Helen. Eso es lo que me diferencia, mi verdadera fortaleza. Así que dejemos ya la preguntadera.

Su tono cambió de repente, tornándose en un imperativo furioso que no admitía rechazo:

—¡Arrodíllate y compláceme! ¡Maldición, solo quedan veinte minutos para la boda! ¡Apúrate, no puedo aparecer con tanta energía acumulada o no podré decir el acepto como si nada!

 Cristal avanzó un poco más para asegurarse de que, efectivamente, se trataba de su Jarret, quien hablaba con quien hasta hace un momento consideraba su mejor amiga, Helen. Y ahí estaba ella, con el miembro de su novio en la boca, mientras él le sujetaba la cabeza con las manos y mantenía los ojos cerrados. Un leve grito se le escapó, haciendo que ambos reaccionaran y la miraran. 

 Sin pensarlo dos veces, salió corriendo de la habitación con el bolso apretado contra su costado. El elevador estaba justo frente a ella, se abrió en el momento preciso y no dudó en entrar.  Al llegar a la recepción, distinguió a lo lejos al amigo del diseñador Oliver justo en la entrada. Seguro espera su auto. Me iré con él, pensó, aferrándose a esa única idea como su posible escape.  

 Avanzó fingiendo dirigirse hacia la habitación de espera para las novias. De pronto, divisó a los guardaespaldas hablando por teléfono; seguramente era con Jarret. Aceleró el paso con el corazón desbocado, esquivando a un grupo de turistas que acababan de entrar al hotel. Se quitó los zapatos y arremangó su vestido, preparándose para correr con todas sus fuerzas. Y lo hizo con todas sus fuerzas mientras le gritaba cosas al amigo de Oliver, con desesperación. Los turistas, curiosos, comenzaron a voltear hacia ella justo cuando los guardaespaldas intentaban abrirse paso entre la multitud.  

 Ella no se detuvo como si el chico fuera el amor de su vida, porque en ese momento, él se había convertido en su única esperanza. Se lanzó hacia sus brazos, aferrándose a él con fuerza. Cayendo en el interior de un auto que arrancó a toda velocidad, siendo perseguidos por Jarret.

  Por momentos, él le sonreía y lograba calmarla de una forma que jamás pensó posible. Nunca se había sentido tan protegida como en ese instante, apoyada contra el firme pecho de aquel desconocido. Era irónico que, en medio de una tragedia así, pudiera encontrar algo de consuelo en él.  Es hermoso, pensó fugazmente, y aunque el dolor seguía presente, había algo en su rostro que por un instante logró distraerla.  

Sin embargo, el peso de la realidad la golpeó de nuevo. No podía creer su propia estupidez. Todo lo que había hecho para mantener su vida bajo control se desmoronó en cuestión de minutos. Años de sacrificios para mantenerse lejos de su familia mafiosa y huir de esa m*****a herencia, todo para terminar siendo utilizada de la forma más vil y despreciable.

 Ahora todo tenía sentido. Claro, eso explicaba cómo Jarret, o Sergio —o como quiera que se llame— sabía absolutamente todo de ella. Helen, o Estela, había sido su cómplice. Durante cinco años había estado recopilando información, robándole cada secreto familiar con absoluta habilidad, ganándose su confianza para después traicionarla.  

—Eres una tonta, Cristal. Una completa estúpida —murmuró entre sus llantos, sintiéndose más pequeña y vulnerable que nunca.  

 El aire se sentía pesado, como si el mundo entero se estuviera hundiendo sobre ella. Y entonces, una pregunta surgió de lo más profundo de su ser, golpeándola con aún más fuerza: ¿Y ahora qué vas a hacer?

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