Cristal se lleva una mano a la boca, luchando por controlar el temblor que amenaza con delatarla. ¿Introducirlo en mi familia? Su mente intenta procesar lo que escucha mientras el diálogo avanza cada vez más descarado.
—Fue una suerte que descubrieras que era la sobrina del jefe de esa organización en Roma —continúa Jarret con tono triunfal—. ¿Te das cuenta? Tiene un gran territorio, Estela. ¡Es exactamente lo que necesito para consolidarme! —Sergio, si tu papá se entera de esto, te va a volver a castigar —le advierte Helen con dulzura, como si quisiera protegerlo de sí mismo—. ¿No recuerdas lo que te hizo la última vez que cometiste una locura por otra chica? ¿No te basta conmigo? —¡No me importa lo que me hizo! —ladra él, perdiendo todo rastro de control—. ¡Todos se lo merecían! ¡Rechazarme a mí, a mí! ¿Sabes quién soy? Me da igual lo que digan o piensen. Cristal sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Cada palabra que salía de la boca de Jarret era como una daga clavándose en su pecho, una herida abierta que no dejaba de sangrar. No solo había jugado con su amor, con su confianza, sino que planeaba destruir todo lo que amaba. Sus padres, su familia, su tío… su propia vida. El hombre con el que soñaba casarse era un monstruo. Su respiración se volvió errática al escuchar, sin dar crédito, el terrible plan que él describía con tanta frialdad y prepotencia. Las lágrimas que antes habían salido tímidamente ahora corrían libres por sus mejillas, pero no eran de tristeza. Eran de rabia. De puro odio. Mientras temblaba, Cristal dio la vuelta con el impulso de huir, dispuesta a salir corriendo de ese lugar. Pero las palabras de Helen la detuvieron en seco: —¿Y qué piensas hacer después de que estés casado con Cristal? Cristal se giró de nuevo hacia donde provenían las voces, como si necesitara confirmar que lo que estaba oyendo no era una alucinación. —¿Por qué preguntas eso? —bufó Jarret, irritado. Por un momento, la esperanza de que Jarret dijera que la mantendría como su esposa, la detuvo. Hasta que la esperanza él la rompió con la misma crueldad que antes: —Seguir en mi papel de esposo modelo, claro. Cristal confía ciegamente en mí… y sus padres también. Mi plan es simple: la llevaré conmigo a Italia durante nuestra luna de miel. La excusa perfecta para presentarnos ante toda su familia. Conozco la debilidad de su tío, el jefe. Una vez esté ahí, empezaré a actuar. ¡Mataré a todos, uno por uno, hasta que no quede nadie en pie! —exclamó, con una risa amarga que heló la sangre de Cristal—. Tomaré el control de su organización, y con ello, me haré con la mitad de Roma. Una vez lo tenga todo, ella no será más que un estorbo… y desaparecerá. ¡Llevo años intentando meterme en Roma, Helen, m*****a sea! ¡Años! ¡Y esta vez, nada va a fallar! Cristal sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Sus piernas flaquearon, y por un momento creyó que perdería el equilibrio, pero logró apoyarse en la pared. ¿Eliminarme? ¿Matar a mi familia? ¿Todo este tiempo estuvo planeándolo? La imagen del hombre amable que la había enamorado se desmoronaba completamente, revelando una verdadera pesadilla. —¡Tú estás loco, Sergio! —exclamó Helen, horrorizada. Aunque Cristal deseaba odiarla, podía escuchar el miedo real en sus palabras—. ¡Esos mafiosos por algo son tan poderosos! ¿De verdad crees que te vas a salir con la tuya? Seguro te descubren antes de que puedas hacer nada. —Todavía no lo han hecho, ¿o sí? —respondió Jarret, con una arrogancia que crispaba los nervios—. Saben tan poco de mí que ni siquiera sospechan. Yo sé cómo moverme, Helen. Eso es lo que me diferencia, mi verdadera fortaleza. Así que dejemos ya la preguntadera. Su tono cambió de repente, tornándose en un imperativo furioso que no admitía rechazo: —¡Arrodíllate y compláceme! ¡Maldición, solo quedan veinte minutos para la boda! ¡Apúrate, no puedo aparecer con tanta energía acumulada o no podré decir el acepto como si nada! Cristal avanzó un poco más para asegurarse de que, efectivamente, se trataba de su Jarret, quien hablaba con quien hasta hace un momento consideraba su mejor amiga, Helen. Y ahí estaba ella, con el miembro de su novio en la boca, mientras él le sujetaba la cabeza con las manos y mantenía los ojos cerrados. Un leve grito se le escapó, haciendo que ambos reaccionaran y la miraran. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo de la habitación con el bolso apretado contra su costado. El elevador estaba justo frente a ella, se abrió en el momento preciso y no dudó en entrar. Al llegar a la recepción, distinguió a lo lejos al amigo del diseñador Oliver justo en la entrada. Seguro espera su auto. Me iré con él, pensó, aferrándose a esa única idea como su posible escape. Avanzó fingiendo dirigirse hacia la habitación de espera para las novias. De pronto, divisó a los guardaespaldas hablando por teléfono; seguramente era con Jarret. Aceleró el paso con el corazón desbocado, esquivando a un grupo de turistas que acababan de entrar al hotel. Se quitó los zapatos y arremangó su vestido, preparándose para correr con todas sus fuerzas. Y lo hizo con todas sus fuerzas mientras le gritaba cosas al amigo de Oliver, con desesperación. Los turistas, curiosos, comenzaron a voltear hacia ella justo cuando los guardaespaldas intentaban abrirse paso entre la multitud. Ella no se detuvo como si el chico fuera el amor de su vida, porque en ese momento, él se había convertido en su única esperanza. Se lanzó hacia sus brazos, aferrándose a él con fuerza. Cayendo en el interior de un auto que arrancó a toda velocidad, siendo perseguidos por Jarret. Por momentos, él le sonreía y lograba calmarla de una forma que jamás pensó posible. Nunca se había sentido tan protegida como en ese instante, apoyada contra el firme pecho de aquel desconocido. Era irónico que, en medio de una tragedia así, pudiera encontrar algo de consuelo en él. Es hermoso, pensó fugazmente, y aunque el dolor seguía presente, había algo en su rostro que por un instante logró distraerla. Sin embargo, el peso de la realidad la golpeó de nuevo. No podía creer su propia estupidez. Todo lo que había hecho para mantener su vida bajo control se desmoronó en cuestión de minutos. Años de sacrificios para mantenerse lejos de su familia mafiosa y huir de esa m*****a herencia, todo para terminar siendo utilizada de la forma más vil y despreciable. Ahora todo tenía sentido. Claro, eso explicaba cómo Jarret, o Sergio —o como quiera que se llame— sabía absolutamente todo de ella. Helen, o Estela, había sido su cómplice. Durante cinco años había estado recopilando información, robándole cada secreto familiar con absoluta habilidad, ganándose su confianza para después traicionarla. —Eres una tonta, Cristal. Una completa estúpida —murmuró entre sus llantos, sintiéndose más pequeña y vulnerable que nunca. El aire se sentía pesado, como si el mundo entero se estuviera hundiendo sobre ella. Y entonces, una pregunta surgió de lo más profundo de su ser, golpeándola con aún más fuerza: ¿Y ahora qué vas a hacer?¿Cómo todo se enredó así? Estaba esperando porque Guido trajera el auto, alguien le indicó que lo llamaban, y vio a esa hermosísima chica, que lo besara en la boda de sus primos, en casa de su tío Rossi en Roma y con la que ha estado soñando todo un año. ¿Qué locura es ésta? ¿Cómo se pudo haber casado con ella, si no la conoce? Y si lo hizo de verdad, ¿dónde se metió? ¿Por qué no está aquí con él? Mira el anillo en su dedo. ¿De dónde salió ese anillo que le sirve? ¿Por qué ella tenía anillos de compromiso con ella? A lo mejor no es nada Gerónimo, debes calmarte. Quizás solo hicimos la farsa de casarnos y es mentira, no estoy casado. Sí, eso debe ser, ¿cómo me voy a casar en un yate? Eso fue solo la borrachera, y todavía cabe la posibilidad que sea broma de mis primos. Con ese pensamiento se va calmando. Seguro que todo esto no fue más que un juego de borrachos, o quizás una broma de sus primos dirigida por Oli. Porque si no la chica estuviera aquí y no está. Gerónimo eso fue un
Gerónimo se queda en silencio, todavía tratando de encontrar la manera de llevar a cabo eso que acaba de decir. Se deja caer en la silla al lado de su hermano, que lo mira sin saber cómo ayudarlo. Tienen sólo un año y medio de diferencia de edad. Lo han hecho todo juntos desde que tienen uso de memoria. Estudiaron juntos la misma carrera; incluso su padre mandó a Guido un año antes a la escuela para que estuviera con todos sus primos en la misma aula, con la intención de que se cuidaran entre ellos. —¿Cómo lo vamos a resolver, mi hermano? Cristal no está, ni se hospedó en el hotel. Tampoco tenemos la menor idea de quién pueda ser —le dice Guido, realmente preocupado—. Y tenemos que regresar a casa para la boda de Oli. Además, la graduación es hoy. —Lo primero que vamos a hacer es esconder este certificado de matrimonio muy bien. Sabes que a mamá le encanta registrar nuestras cosas —dice Gerónimo, enrollando el papel. —Eso es cierto —concuerda Guido—. Cuando lleguemos a Ro
Gerónimo de inmediato aclara que no era a ellos a quienes perseguían, sino a la chica que había salvado. Parecía que ella había escapado de su boda y era hija de un mafioso. Filipo frunce el ceño de inmediato, tratando de averiguar si era de Italia, como ellos. Ambos niegan, ya que no saben absolutamente nada de Cristal. —Como puedes ver, el nombre parece que es griego —le señala Guido. —¿Y qué pasó después? Todavía no me dices por qué estás en este lío —dice Filipo, sentándose con los brazos cruzados y mirándolo fríamente. Aunque son de la misma edad, Filipo es el heredero de Fabrizio Garibaldi, el jefe de la familia, lo que lo convierte en el próximo líder al que ya están subordinados los de la nueva generación, incluyendo a Gerónimo. Éste sigue explicando todo lo ocurrido desde que salvó a su ahora esposa. —Fuimos a parar a un yate, en el que se estaba realizando una boda, y nos mezclamos con ellos para escondernos —cuenta en el mismo tono—. Ella solo lloraba, y bebimos y bebim
Cristal vuelve a colocar la cabeza debajo del chorro de agua fría de la ducha mientras sigue pensando en cuántos secretos les contó a Helen y a Jarret sobre sus verdaderos padres. Sin revelar quiénes eran en realidad, se refería a ellos como sus poderosos tíos. ¡Claro! Ella, y solo ella, hizo que casi su padre quedara en bancarrota. Había facilitado toda la información a Jarret. ¡Eres una estúpida, Cristal! ¿Cómo pudiste pensar que los enemigos de tu papá no se aprovecharían de la que decía ser su sobrina? Las rodillas le fallaron, y se sienta en el piso, sollozando. Su tía no dejaba de alardear de que era la hermana de uno de los mayores capos de Italia. ¡Del dueño de casi toda Roma e Italia! Esa era su frase favorita. Y ella también, cuando sentía que la trataban como a una niña mojigata de una familia de ricos refinados, hacía lo mismo. Hablaba del poder de su tío. Sacude la cabeza y se pone de pie. ¡Cristal, ya está bueno de escapar! ¡Tienes que regresar, tienes que aceptar
Gerónimo se quedó mirando a Filipo, quien hablaba vehementemente, y, sí, era verdad todo lo que decía su primo. Recordó cómo la conoció fugazmente en Roma una noche; apenas un instante bastó para que la besara. Luego, al cabo de un año, el destino la puso en su camino nuevamente, esta vez huyendo de una boda, para terminar casándose con ella al otro lado del mundo.—¡Tienes razón, primo! —exclamó, poniéndose de pie con determinación—. ¡Lo haré! ¡Buscaré a Cristal y la conquistaré! ¡No la dejaré escapar!Filipo y Guido intercambiaron sonrisas al escuchar la resolución de Gerónimo. Riendo con satisfacción, abrazaron a su primo, celebrando juntos la decisión que acababa de tomar. A pesar del nudo en el estómago que sentía, Gerónimo no pensaba retroced
Cristal se había vestido con un conjunto de pantalones negros, unas grandes gafas de sol y un pañuelo junto a una gorra que cubrían su cabello, completando así su atuendo. Salió del apartamento, que se encontraba en uno de los barrios de Nueva York: la Pequeña Italia. Había años desde que su familia la había abandonado, dejándola al cuidado de su tía, momento en el que comenzó a vivir en América.Cuando su hermano llegó después de cinco años sin verla, le compró ese apartamento por si alguna vez necesitaba esconderse. Para todos sus conocidos, ella era la hija de su tía y su esposo; incluso su nombre y apellido habían cambiado. Ni siquiera a Helen se lo había mencionado. Era una lección que había aprendido de su familia mafiosa: había secretos que solo debían pertenecer a uno mismo, pues la vida
Al escuchar esto, Gerónimo colgó el teléfono, visiblemente abatido. La noticia de que Cristal se había marchado a Italia no era fácil de digerir, pero lo que verdaderamente le atormentaba era la mención de aquel hombre que la había acompañado. —¿Qué pasó, Gerónimo? ¿Qué dijo el tío? —preguntó Guido, incapaz de ocultar su impaciencia. —Sí… y no. —respondió Gerónimo, dejando escapar un largo suspiro—. Dieron con el taxi que la llevó hasta un apartamento, pero la perdieron de vista cuando un tipo la recogió. Se fue con él en un avión privado rumbo a Roma. —¡Eso es fantástico! Ahora sabemos dónde está, ¡podemos ir a buscarla! —exclamó con una mezcla de entusiasmo y alivio. —¡Se fue
El bullicio frente al lujoso hotel se dividía entre murmullos, risas y exclamaciones, pero nada, absolutamente nada, podía competir con la imagen de una mujer vestida de novia corriendo descalza, con las faldas de su vestido arremolinadas en sus manos. Su largo velo vuela al aire, mientras ella gira la cabeza hacia atrás, para ver si la persiguen, en lo que su mente le repite una y otra vez que debe escapar, ¡debe huir ahora o no podrá! —¡Detente, amor! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —gritó con todas sus fuerzas. Sus palabras cortaron el aire como un impacto directo al pecho de cualquiera que la escuchara. Era un grito de auxilio, un llamado que parecía contener toda la fuerza de quien quiere salvar su vida o… recuperar algo que no quiere perder. —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! —gritó de nuevo. Cortando la monotonía del lugar—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Espera por mí! La multitud, que al principio apenas prestó atención, no p